Abrazar la vida

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Vanessa Cordero Duque

Nos suponemos que el tiempo esperará por nuestras prisas, por nuestros aciertos y errores, por las tristezas desvestidas y los porqués que nos ahogan madrugadas. Nos creemos que la vida buscará nuestros nombres y nos tocará en la esperanza para que volvamos a ser quienes no fuimos. Nos equivocamos a diario y luego somos tan torpes que no sabemos volver a esos ojos para pedirles perdón. Nos asusta mirar el reloj, sentarnos a pensar en la orilla de uno mismo, nos da miedo todo y a la vez somos kamikazes de un presente que no volverá.

Jugamos a sentirnos Dios, hacemos daño y callamos sentimientos, tocamos y rozamos otras vidas y luego como canallas las dejamos vacías, somos presos enjaulados en una utopía que nos terminará mostrando, a pesar de nuestros castillos en el aire, su peor cara.

Una bofetada de realidad puede abrir tu mente más que cualquier tarde absurda parada delante de la caja tonta. A veces la necesitamos. Sí, que nos abofeteen con palabras nuestras torpezas, que nos abran los ojos hiriéndonos con la sangre de la honestidad, que nos despierten de este vivir arrodillado esperando el milagro de la felicidad de esos cuentos de hadas de nuestra niñez. La necesitamos. Y cae del cielo, como una piedra en tu pecho, como una escopeta que derriba las alturas de tu egocentrismo, cae, y vuelve viento la vigilia de todos tus pensamientos. A veces la necesitamos. Yo reconozco que necesitaba un zarandeo de realidad para despertar.  Un golpe que nublara mis tempestades, que burlara mis lloradas cicatrices.

Y hubo alguien que con el agua fría de su verdad mojó la camisa de mi torpe existir. Vivimos continuamente anclados en el «yoísmo», nos puede el egoísmo, la pereza, nos vence, siempre, la tristeza.  Me da vergüenza, en noches como ésta, ser como soy, sentir como siento y sufrir como lo hago, sin descanso, deshuesándome las ansias, dejando la sangre de mis rasguños por los latidos de mil esquinas, me siento nada cuando una vez más la soledad me gana la batalla.

Es verdad, a mis treinta y seis años, sigo sin encontrarle la magia a la luz del sol, los días se levantan ausentes de mí y yo me limito a esperar impacientemente a que se apaguen para que la noche me deje sentir mi dolor en paz. Soy el desgaste de los luchadores, un pecado debajo de las sábanas del fracaso, soy rehén de una débil manera de caminar por la vida, un descaro para aquellos que suplican un segundo más de existencia.

Y ese alguien, se abrió la piel, con los ojos y las manos llenos de un ayer que hizo temblar los cimientos de todo el círculo helado de mi inconciencia.  Un ayer a tientas de la luz de ese sol que yo desprecio, un ayer bajo el grito monstruoso de las horas contadas, un ayer que pudo llegar a asfixiar la ternura de alguien que sí quería volver a ver el bosque, el mar y la cara dulce de un niño. Bajé la mirada, por vergüenza, por dignidad, por mantener el pulso mientras, dentro de mí, todo se llenaba de abejas negras que no sabía cómo rescatar de las lágrimas que luchaban por escapar de mis ojos tímidos y avergonzados. Silencio, me quedé en silencio, mientras que un aluvión de luces me recordaba que había estado viviendo a ciegas siempre.

No sé vivir, siempre lo supe, me queda grande toda esta algarabía de voces, de personas, de sentimientos,… mas mientras me hablaba se llenaban las pequeñas ciudades de mis venas de parques aferrados a un mar de puertas abiertas, y los infiernos perseguidos por las tormentas del alma dejaban atrás las habitaciones alquiladas en mis épocas de guerra emocional…Quise volver a armarme, una vez más, a coger los cristales con los dedos y acercarlos a la luna que se empeñaba en inclinar la melancolía hacia el latido de mi corazón desbocado… Entre nosotros te contaré que comencé a cavar abismos entre mi frente y el tesoro amarillo de la vida…

Rota, con los fragmentos de la razón en deuda con el universo, con un vestido que salvaguarda el más mínimo resquicio de mi piel de los disparos de las caricias obligadas, con la tarde entera bajo el botón de un ascensor que tiene prisa por mirarnos los bolsillos y descubrirnos más enteros que perdidos. Salpicamos los movimientos de otras sonrisas y le hacemos un nudo a las lenguas cuando nos cuentan lo que nuestro estúpido orgullo se niega a admitir. Vivimos a medias, relajados, sospechando de la bondad ajena, presumiendo la que suponemos nuestra, hablamos sobre deseos y nos sentamos despeinados y con la camiseta de andar por casa a que el vecino del segundo nos muestre su arrepentimiento por ser como es. Y me hablaron sus péndulos iluminados por el sol más honesto, y solo pude pedirle perdón. Por mi ansiedad a deshoras, la desgana de mi nombre, los lamentos extasiados de un desamor que agranda y adelgaza mi inconsciencia al existir, por ser yo misma y estar cansada de no poder ser distinta.

La vida tiene una orquídea entre su pelo y me hace recordar que todo cuánto tenemos hoy terminará marchitándose. Las risas, la piel, el descaro de una boca, las manos, la fiebre de unas sábanas, el camino surcado con una guitarra en el hombro, la seda de la niebla que respira perfilando nuestros huesos, los umbrales arrepentidos por amordazar la inocencia que nunca debimos perder. Todo. Mi vida, la tuya, y lo que escribo temblando en esta noche astillada de estrellas.

Vivamos hoy. Rompe los candados, lanza las llaves, huye de todo aquello que despierte a las bestias de la pena, abandona en una calle oscura los cuchillos de recuerdos que te desgarran las ingles, las migrañas y el cansancio del cerrojo de tus labios. No hay más desastre que esperar con las luces encendidas cuando no sabemos qué buscamos o esperamos encontrar. Y ese alguien desnudó mi ser, ahorcando mis vacíos, doliéndome hasta la última fibra del alma y la piel, y haciendo una escala de mi túnel quemado por monstruos hasta la esperanza con la que había suicidado el miedo y la soledad. Insisto, tenemos una fila de luces en la garganta para llenar de formas la armonía de la realidad, el desnudo amor y la madrugada que nos sustenta la mirada y nos aplaza los volcanes de pensamientos anticipados.

Permítete dejarte golpear por la honestidad a puñados de la conciencia sin velos de alguien, será refugio más que naufragio, créeme.  Mírame, no hay nadie más torpe que yo en este mundo, tengo rejas hasta en las uñas por miedo, por los verdugos del ayer, pero ese alguien me rompió las dudas, mi desencanto, y todo aquello de lo que yo presumía y creía tener razón. No pasa nada. Nunca es tarde para romper tu vaso vacío y comenzar a llenar de luz y verdad uno sin fisuras ni tiempo.

Comprendo el fondo y perfil de ese alguien, admiro la manera en la que sus sombras le han llenado la boca de primaveras, y de flores puras y sin espinas las ceremonias de su persona. Celebro sus manos que regalan arcoíris de dulzura a los niños, y en sus alas blancas sabe cuidar las piedras preciosas de esos corazones que están empezando a vivir. No hay más. Aprendió a golpear los vendavales cuando la vida se le escapaba, y ahora, ahora nada le puede frenar.

Por eso…por todo…vivamos…dejemos de ser sonámbulos de los amaneceres, vamos a pulverizarnos de ilusión el pecho, las caderas y las rodillas gastadas… Vivamos hoy,  desnudos de disfraces, con la mirada de cristal y anhelando beber la sed de otras espaldas. Cruza los reflejos de la aurora, y abre el cielo de tu rostro al espejo de las páginas en blanco de la libertad. Permítete vivir hoy. El mañana es una quimera demasiado austera.

No se puede ser feliz humildemente enterrando el pasado.

Hay que entenderlo, sudarlo, envenenarlo y moverlo hasta que sangre.

Hasta que se cubra de silencio.

Hasta que no suene más que las persianas de tus días llenos de leones.

Hasta que no veas más que autopistas serenas en la palma de tus entrañas.

Hasta que comprendas que siempre hay caminos para volver a escribir una nueva realidad en los tejados de nuestras vidas.

 

 

                                                                                                               VANESSA CORDERO DUQUE