El otro día estuve en un concierto de Shakira en Colonia, en el Lanxess-Arena. Bomba. El culo más famoso de Latinamérica delante de 20.000 alemanes. Ella, con 40 años, se movía como una diosa; nosotros, como esperando al autobús. Waka, Waka.
Poco después pregunté en la página web de Facebook ‘Españoles en Colonia’: “¿Cómo pensáis que bailamos los alemanes?”. Recibí unas 70 respuestas en cinco minutos. Emilio: “Los alemanes, en vez de cadera, tienen una cimentación de hormigón”. Federico: “Como robots”. Y Marta mostró la foto de un pingüino bailando y dijo: “Después de muchos meses aquí siento decir que, si se me acerca un alemán para bailar conmigo, salgo corriendo”.
Marta, Alemania no es Colombia; ya en la Universidad de Gießen me di cuenta. En nuestro bar preferido había solo un verdadero bailarín; Albert tenia el pelo largo, los dos brazos tatuados, y se movía en su silla de ruedas con furia, mientras los demás, alrededor, mirábamos nuestros pies. Nuestra canción preferida era ‘Entre dos tierras’, de Héroes del silencio. Bum, bum, bum.
Puede que controlemos el vals y el tango, pero poco más. Hace tiempo vi a vuestro expresidente Rajoy en Galicia bailando un pasodoble. ¿Os imagináis a Angela Merkel bailando merengue? Dios mío.
Será por esto por lo que nuestros músicos se llaman Abstürzende Brieftauben (Palomas mensajeras chocando) y Tote Hosen (Pantalones muertos). No tenemos salas de baile con orquesta para la tercera edad, como la que vi en Madrid (en la foto). No tenemos fiestas como en Badajoz, donde chicos y abuelos se mueven juntos.
Y hasta nuestras canciones de amor utilizan palabras de la construcción: “Marmor, Stein und Eisen bricht, aber unsere Liebe nicht” (“Se puede romper el mármol, la piedra y el hierro, pero nunca nuestro amor”).
Por cierto, mi mujer, Silke, dice que el único en mi familia que no sabe bailar soy yo. Vaya piropo.
¿quieres saber más?
