Cómo conocí Burdeos. Grada 133. Moda

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Fotos: Cedidas

Patty Gruart

«Improvisar un viaje de 4.000 kilómetros», o «La necesidad de la empresa agudiza mi ingenio».

He crecido en una familia que aprovecha cualquier momento para moverse; diría que para nosotros viajar es como una adicción. Nos cuesta muy poco coger el coche y es casi una obligación moral convertir las adversidades en oportunidades.

Me cuentan que mi abuelo Ángel a menudo atravesaba el país para comprar corcho, aunque finalmente, en plena guerra, tomó la sabia decisión de establecerse en Extremadura. Mi abuelo Elio, casi a diario, iba en bici de Alburquerque a San Vicente para ver a mi abuela. Por no hablar de mi padre, que, por unas cosas u otras, ha recorrido medio mundo. Definitivamente, y comprobando que mis hermanas van por el mismo camino, creo que es algo que llevo en los genes.

Por ejemplo, ¿qué pasa si llegas el viernes al trabajo y comentan que algo urgente debe estar el lunes en Bélgica y ninguna empresa de transporte garantiza este servicio? ¡Me ofrezco a llevarlo yo! ¿Quién prefiere un fin de semana largo de carnavales pudiendo hacer 4.000 kilómetros en coche para atravesar España y Francia en la mejor compañía?

Improvisar es algo que me encanta, solo necesito una maleta llena de ‘por-si-acasos’, esto es innegociable, una bolsa de pistachos y agua suficiente para el camino. Sobre la marcha, y para pasar la primera noche, reservé en una pensión cerca de la playa de la Concha para, al despertar, desayunar disfrutando, al menos durante esa media hora, del encanto de esta ciudad maravillosa y sus vistas al mar. ¡No todo iba a ser trabajar!

Aunque en estos viajes, donde el tiempo es oro, prefiero no invertir demasiado en las paradas, sobre todo en el almuerzo. A mediodía el plan consistió en buscar un Carrefour en la ruta, que, por cierto, hay un montón sin necesidad de adentrarte en una gran ciudad. Lo que más me gusta de estos hipermercados en Francia es que apuestan por la economía local ofreciendo productos de los alrededores. Perfecto para probar queso y embutido de la zona. Sin olvidar el postre, que los ‘croissants’ en cualquier sitio de Francia están deliciosos.

Llegando a Bélgica el alojamiento más interesante lo encontré en el corazón de las instituciones europeas, en Bruselas, aprovechando que el ‘Eurostars Montgomery’, de cinco estrellas, bajó precio radicalmente a última hora; un ‘chollazo’ que Booking denomina ‘oferta inteligente’.

Realizada la entrega toca iniciar el camino de vuelta a casa, y, pasando tan cerca de París, resultó imposible resistirse a comprar unos ‘macarons’. La siguiente parada fue en Burdeos; allí hicimos noche en un alojamiento con mucho gusto, gestionado por la gerente del restaurante de comida tradicional francesa ‘La Tupiña’, muy bien situado en el famoso barrio de Chartrons y con cierto toque español, como su nombre indica. Al despertar descubrí un Burdeos con un encanto indescriptible y, con la improvisación como bandera, recorrimos la ciudad visitando rincones verdaderamente emblemáticos de la inimitable ‘Grand Cité du Vin’.

Para tomar impulso para el último tramo del viaje, nada como pasar la tarde en el spa del hotel de San Sebastián y cenar en el peruano-japonés ‘Punta Sal’. Una excelente decisión que compensó con creces una agenda repleta de horas de coche.

Mi última experiencia viajera fue agotadora y tremendamente satisfactoria a partes iguales.

Cómo conocí Burdeos. Grada 133. Moda
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“En mi caso no viajo para ir a un lugar en particular. Viajo por el placer de viajar. La cuestión es descubrir una nueva forma de ver las cosas”. Robert Louis Stevenson

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