Álvaro Roa
Todos innatamente queremos mejorar y sentir que nos superamos a nosotros mismos, que cada día somos un poquito mejor, y esto está muy bien; lo que ocurre es que muy pronto confundimos ser mejor con ser mejor que otros.
Esa comparación nos mata, anula nuestra capacidad de ver nuestra mejora, pues tenemos el foco puesto en los demás, y cuando uno mira demasiado a otros se pierde de vista a sí mismo.
Ser mejor cada día no significa superar a tu vecino, cuñado, hermano, compañero de trabajo, ni mucho menos a tu pareja. Competir contigo mismo es muy sano, se necesita gran humildad y una capacidad de comprensión propia a prueba de bombas.
Creo que socialmente se podrían cambiar algunas cosas que potencian la competitividad entre unos y otros. Todo lo que lleve una puntuación o clasificación elimina ese baremo interno que nos habla de nosotros mismos y hace que miremos el progreso de otros para saber en qué punto estamos.
¿Qué tal iría si en las escuelas los niños no fuesen evaluados por sus notas y sí por su compañerismo, cooperativismo y capacidad de superación? ¿Qué tal si en las ligas de cualquier deporte no hubiese puntos ni clasificación? No sé exactamente que sucedería, tengo mi propia opinión, pero no quiero condicionar la tuya y me gustaría que dedicases unos instantes a reflexionar sobre ello. De pequeños uno puede querer ser mejor que su compañero de pupitre o sentirse menos porque no alcanza altas calificaciones como otros. Hay niños que pueden sentirse malos deportistas por estar los últimos en la clasificación y otros sentirse los mejores por ir los primeros.
Cuando crecemos lo extrapolamos a otras áreas de nuestra vida, y hay personas que se sienten el último mono para el resto de su vida, y hay quienes creen que por pertenecer a un país o colectivo son superiores a otros, pero no son más que ilusiones vanas y absurdas.
No somos más que nadie, ni nadie es más que nosotros, por mucho que queramos competir y compararnos con otros. Hay quien se puede especializar en un área y querer demostrar continuamente que es el mejor y superior al resto de la humanidad en ello. Pero, ¿qué es de esa persona en el resto de áreas?
Todos tenemos capacidades distintas, y somos mejores en unas cosas que en otras, y si en vez de competir nos dedicásemos a compartir y experimentar nuestra propia mejora seríamos mucho más felices y viviríamos más plenamente.
Alguien dijo eso de “las comparaciones son odiosas”, y ciertamente lo son porque no hacen más que denigrar a unos y ensalzar a otros. Yo puedo ser mejor que otras personas en algunas cosas, pero hay millones de personas que son mejores que yo en muchísimas cosas. Y entiendo que esto nos sucede a todos y cada uno de nosotros.
Probablemente pienses que tú no eres mejor que nadie en nada, pero no te sientas mal, solo eso ya es ser mejor que los demás a la hora de compararte, ya que tienes la humildad necesaria y la capacidad de admiración sobre lo que otros hacen que a la gran mayoría les falta.
La única competición verdaderamente sana es la que hagas contigo mismo, y lee bien, digo contigo mismo y no contra ti mismo. Has de conocerte, interiorizar, bucear en tu fondo para encontrar cómo mejorar cada día un poquito, sin prisas, sin metas que te atormenten. Si mejoras cada día un 0,01%, en un año habrás logrado mejorar un 3,65% y te puede parecer poco, pero eso quiere decir que en casi 29 años habrás logrado alcanzar el 100% de tu pureza interior.
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