Hace una semana vi un post de una amiga rusa en Facebook. Olesya contaba cómo conoció a un chileno y se fue a vivir con él a un pueblo al otro lado del mundo. Poco tiempo después encontró un perro abandonado y decidió adoptarlo. Rick, una mezcla de pastor alemán, enorme y peludo, se convirtió en su mejor amigo. Olesya contaba cómo lo cuidaba, jugaba con él y le enseñaba a no tener miedo, hasta que un día el perro llegó a entender que lo habían adoptado para siempre.
Un año más tarde, Olesya y su marido decidieron mudarse de vuelta a Rusia. ¿Y el perro? ¡Iba con ellos, claro! Pero cuando la chica se enteró del precio del transporte del animal se vino abajo. Al tratarse de un perro muy grande tenía que pagar unos 1.400 euros. Dinero que no tenía. Pero tampoco podía volver a abandonar a Rick.
Abrumada, decidió escribir este post en el cual pedía ayuda a través de Facebook. El post se volvió viral: unos le ponían ‘likes’ y compartían el enlace, otros mandaban dinero. Un periódico local publicó un artículo y en la tele chilena hicieron un reportaje sobre un perro callejero que se iba a Rusia. Tan solo tres días después Olesya tenía el dinero que necesitaba para transportar a su peludo amigo.
Olesya es mi amiga virtual, jamás la vi en persona, pero aun así yo también hice mi pequeña contribución.
Muchas veces encontramos que las redes sociales son molestas, pensamos que lo único que consiguen es alejarnos de la vida real. Pero creo que, bien usadas, son herramientas muy poderosas que nos ayudan a conseguir objetivos que de otra manera serían prácticamente inalcanzables. Sueños como el de volver a tu tierra natal acompañada de tu nuevo mejor amigo.
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