Los nombres de nuestros antepasados: Caeno-Caenon. Grada 135. Arqueología

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Julio Esteban Ortega

Que la mayor parte de los nombres que portaban nuestros antepasados tienen poco que ver con la onomástica actual parece evidente. Muchos de ellos fueron perdiéndose con el proceso de romanización de la Península Ibérica, para terminar de extinguirse con la implantación del cristianismo, que trató siempre de erradicar las creencias de las comunidades indígenas.

Hay una serie de nombres ancestrales con la misma raíz que eran muy comunes entre nuestros antepasados. Me refiero concretamente a Caeno y sus derivados: Caino, Caenico o Caenobio. Las inscripciones en piedra de época romana, en forma de epitafios o invocaciones a determinadas divinidades, sobrepasan el medio centenar, y se concentran principalmente en los territorios que pertenecieron a la Lusitania romana. Buena parte de estos testimonios epigráficos se detectan en las provincias extremeñas de Cáceres y Badajoz y los territorios limítrofes hispano-portugueses, constatándose Caeno como el nombre más común y a partir del cual pudieron surgir los restantes mencionados.

Caeno, o Caenon, era exclusivo de Lusitania y desconocido en el resto de Hispania, mientras que los derivados se extendieron hacia los galaicos y astures, llegando hasta la Celtiberia. Dos antiguas ciudades romanas concentraron el mayor número de los testimonios: Caurium y Turgalium, cuyos restos, como es sabido, descansan hoy bajo los cimientos de los actuales municipios de Coria y Trujillo. Un caso curioso corresponde a la variante Caenobio, nombre del que solamente se conocían dos inscripciones procedentes de la zona de las Villuercas: una en el corazón de esta, en la localidad de Berzocana; y otra en las estribaciones, en el municipio de Logrosán. Aunque recientemente ha aparecido un nuevo caso en Salvatierra de Santiago y otro más en Pozuelo de Zarzón, en la comarca del valle del Alagón.

El nombre de Cenón llego a nuestras costas por otras vías. La ortodoxia onomástica lo hace proceder del griego Zeus, ‘el consagrado a Zeus’, que llevaron personajes ilustres a lo largo de la historia y que Roma y el cristianismo se encargaron de extender por Oriente y Occidente. Pero no debemos olvidar que algunos de nuestros antepasados portaban ya un nombre homófono mucho antes de que las legiones romanas pusieran pie en la Península Ibérica en las postrimerías del siglo III antes de nuestra Era.

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Que la mayor parte de los nombres que portaban nuestros antepasados tienen poco que ver con la onomástica actual parece evidente.
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