Inmaculada González
Este mes muestro a una pintora surrealista, muy meticulosa y audaz con su obra y extremadamente precisa en su técnica. Impecable con las formas en el espacio y obsesiva con sus bocetos.
Marúnica, que era como se autodenominaba, defendió siempre el amor libre y la igualdad de género. Mujer singular de rojísimos labios y de ojos agrandados por el exceso de pintura, llegó a Madrid en los años 30 procedente de su Galicia natal para matricularse en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Era atípica y ocurrente para los tiempos que corrían. Asidua a cafés, exposiciones y tertulias, montaba en bici y ganó cum laude en un concurso de blasfemias. Así, en una de sus anécdotas más conocidas, en una visita a Silos, para tener acceso al monasterio se puso chaqueta a modo de pantalón.
Mallo perteneció a la Generación del 27. Se codeó con Pablo Neruda, Ortega y Gasset, Andy Warhol, Lorca (con quien compartió noches de fiesta y poesía), o Ramón Gómez de la Serna (quien la calificaba como “bruja buena”). Compartió con Gabriela Mistral, Rafael Alberti (con quien vivió una gran pasión), y con Miguel Hernández.
Para sus amores, a Maruja le gustaban los poetas. Mallo era libre en todos los aspectos de su vida, nunca quiso conformarse con un solo hombre. Fue también gran amiga de Dalí, quien la definió como “mitad ángel, mitad marisco”.
Durante la Guerra Civil marcha a Buenos Aires. Allí desarrolla su exquisito control sobre la pintura: crea murales, magníficas geometrías y admirables retratos. Y un retrato es precisamente el cuadro que nos ocupa, ‘La sorpresa del Trigo’. Esta obra está considerada por la misma pintora como su cuadro más representativo. La idea le nace presenciando la última manifestación del Primero de Mayo en Recoletos en 1936, cuando Mallo ve alzarse el brazo de un obrero con un enorme pan en la mano.
Esta rebelde con causa e indómita mujer fundó, junto con otras féminas, el grupo ‘sinsombrero’. Era un grupo de mujeres intelectuales que, a través de su arte y activismo, desafiaron y cambiaron las normas sociales y culturales de la España de los años 20 y 30, y escandalizaron a la sociedad por atreverse a salir a la calle sin esa prenda.
La España que vio nacer a Maruja Mallo no estaba preparada para una mujer tan desinhibida e independiente. Su pecado original fue ser libre y transgresora. Rompió con todos los esquemas que la ataban, como mujer, a la casa y a sus labores. Siempre hizo lo que quiso, y pintó como le apeteció.
Maruja Mallo abandonó el mundo cuando ya había dejado claro el valor de su pintura y, en su ausencia, sus obras continúan recorriendo el mundo como ella lo hizo en vida.
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