Tras el temblor azul del acoso, la inocencia no aguantó otro invierno.

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Tras el temblor azul del acoso, la inocencia no aguantó otro invierno. – Escrito por Vanessa Cordero

Septiembre, mes de la vuelta a la rutina, a los pasillos de colegio, al olor a libro nuevo, a risas, a algarabías inocentes, pero también, desgraciadamente, Septiembre significa el regreso para muchos niños y niñas a la locura de sentirse incomprendidos, de sentirse atacados por los que deberían ser amigos, compañeros y cómplices….Por esto, por todo y más, hoy quiero rescatar una carta que escribí con el pulso temblando al enterarme de la noticia de que un alma noble de solo 11 años no había encontrado la manera de superar agravios, insultos, faltas de respeto, golpes al alma, los cuales, sin un atisbo de duda, duelen muchísimo más que los que se vierten sobre la piel… Se llamaba Diego, pero pensadlo bien… ¿cuántos Diegos estarán hoy entre nosotros luchando por no llegar al punto sin retorno de terminar con una vida que apenas ha comenzado? Ojalá mis palabras pudieran despertar algunas conciencias adormecidas…ojalá algún día nadie sea más que nadie…ojalá…

“Nunca me gustó cerrar la antesala del alma a la realidad, ni cubrirme los ojos con utopías baratas de frivolidad y materialismo, no me gusta distraer la verdad y siempre me he dejado dañar por aquello que hacía sonar las cadenas de los cimientos de mi estabilidad emocional. Quizás pueda parecer masoquista, pero quiero que me siga doliendo la injusticia, quiero que mis heridas queden intactas ante el papel en blanco, y aunque dicen que el tiempo te acaba fortaleciendo y poniendo murallas a tus sentimientos no quiero perder mis insomnios si son provocados por lo que mi mente media rota no puede comprender.

He sentido la necesidad de escribir sobre ello, me lo ha rogado la niña que fui, lo frágil de mi vivir, me lo ha suplicado la tarde gris y llena de ruinas que hacen honor a mi persona, me ha cruzado la nostalgia con el tímido correr de la vida que nos vuelve a todos cada día más lejanos de los demás,  que nos tambalea y nos hace títeres de una sociedad infiel a principios, valores, costumbres….

Diego, se llamaba Diego, siempre se llamará Diego, aunque muchos olvidarán este nombre y se mezclaran con un mundo irreal de color rosa donde cuatro personajes discuten por saber quién es el más televisivo de todos, se engañarán a sí mismos convenciéndose de que es un caso aislado, volverán a llevar a sus hijos a la cama sin medirles las sonrisas o sosteniendo sus silencios entre tecnologías varias que jamás llegarán a llenar los espacios de un abrazo o un beso. Nos falta más piel, más mirarnos a los ojos, más abrir los sentidos a las sombras ajenas, más reflejarnos en los charcos que están ahogando al que tenemos al lado, nos sobra, nos sobra la rapidez con la que olvidamos las hojas caídas y las horas pasadas, nos sobra el orgullo con el que muchas veces desviamos sentimientos, nos sobra la frialdad, la poca empatía, y nos queda siempre el vacío eterno con el que la realidad nos golpea por dentro y nos deja tirados en el suelo, malheridos y sin comprender cómo los amarillos del otoño pueden llevarse las once primaveras de una inocencia aún por comenzar a vivir. El corazón se me llena de selvas y mis manos desordenan mi historia personal por un teclado que hoy duele a mis dedos.

Se llamaba Diego pero muchos nombres se descomponen hoy tras él. Una carta, una ventana y un adiós. Porque a veces las palabras golpean y llenan de niebla los pupitres que deberían estar cubiertos de acuarelas y tizas de colores, de ansias por descubrir el Universo entero, de risas sin cicatrices, de moldes de ilusiones y sueños…. Las palabras son tan poderosas que son capaces de distraer la ingenuidad rompiendo en dos las alas de la avioneta de las ganas de vivir de alguien. Quema escribirlo, quema pensarlo, admitirlo, decirlo, pero sí, las palabras llegan a matar. Y los desprecios. Y la discriminación. Y el vacío. Y la soledad. Y todo junto es un cóctel explosivo para el alma. Nadie puede soportar durante mucho tiempo sentirse náufrago del olvido, y resistir día a día el peso de la opresión de unos pocos sobre tu persona logra que te pierdas a ti mismo hasta que ya es muy difícil encontrarte. Se llamaba Diego y hoy su carta es un disparo a mi conciencia, y a la de todos, imagino.

Mis ojos apenas parpadean y el rencor hacia esta sociedad envejece mi manera de mirar al mundo. Solo tenía once años pero su desesperación, su impotencia y su dolor no le permitirán cumplir ni un año más. Imagino, imagino que luchó con las fuerzas de un hombre por no hundirse entre los vientos negros de su día a día, sé, sé que se levantó más de una vez con las armas del mejor de los soldados, y ganó, ganó mil y una batallas hasta que el cansancio llenó de ambulancias su mundo, y su piel blanca y agotada rogó unos minutos más a un papel en blanco que se traduciría en su último adiós.

Lucho, tu Lunni favorito, seguirá protegiéndote en las noches sin faros donde ahora la luna es solo tuya…Lucho correrá por el pasillo del cielo y te repetirá lo valiente que fuiste tú y lo cobarde que fue el resto del mundo… Lucho te llenará los bolsillos de las sonrisas que te arrugaron entre la larga cabellera de los falsos y repugnantes aires de superioridad de aquéllos que tendrán de por vida la sangre llena de serpientes, veneno y cuervos.  Lucho se cruzará contigo en el horizonte para adentraros en un mundo que sepa a la inocencia, la cual no te dejaron vivir a tu manera, ni de ninguna otra. Se deshizo la luz para ti, y hoy quisiera que los cuentos no fueran más que eso, y contarte uno, y ayudarte a seguir caminando rompiendo los injustos momentos de acoso que jamás fueron para ti…ni para nadie…. Lucho siempre te fue fiel, hasta el último de tus suspiros, y entre su cuerpo de peluche guardó tus últimas palabras, sostenidas de ternura, afiladas de madurez y vestidas de un eco doliente que llena de espinas el vértigo de las quimeras de mi sangre.

Si eres muy delgado, si estás un poco gordito, si eres tímida, si sacas mejores notas que el resto, si te gusta una determinada ropa, si te peinas de aquélla forma, si no ves el programa de moda, si no te gusta el fútbol, si te gusta la danza….no importa, en definitiva, si no sigues al rebaño de unos cuántos ya eres diferente, ya eres «la rara» o «el raro» y eso, hoy día parece que lleva implícito el estar destinado a que te insulten, te infravaloren y te ataquen «los que saben más»… los que no saben nada….Los que se tragaron el respeto junto a sus humos prepotentes y canallas….Los que perdieron la sensibilidad entre las ganas de hacerse notar, de ser el líder, el líder de lo ruin, de lo miserable, de la más agria falta de humanidad….

Diego…hoy tu carta recorre el mundo, pero me duele pensar que muchas personas mañana no se acordarán, me duele imaginar cuántos niños habrá en estos momentos llenando su almohada de lágrimas, rezando ponerse enfermos para no ir al colegio, para no enfrentarse a sus verdugos… Malditos esos silencios que tanto daño nos hacen… silencios que van acuchillando las ganas de amanecer…. silencios de turbia intimidad….de secretos que ponen frenos a las ganas de vivir….Quisiera, quisiera que esto sirviera para que padres y hermanos se sentaran cada noche con sus hijos para preguntarles, para saber cómo se sienten, cómo pasaron el día, si rieron, si lloraron, mirándolos a los ojos, deteniéndose en sus palabras, escuchándoles, descalzándolos de miedos con un abrazo, recordándoles que si hay monstruos juntos podrán vencerlos….

Háganlo hoy, quizás mañana sea demasiado tarde…. “

 

Vanessa Cordero Duque.