Un discapacitado en la grada. Grada 102. Félix Pinero

Léelo en solo 3 minutos !!

Me hallaba en un bar dispuesto a ver un partido de fútbol que transmitía algunas de las novísimas cadenas, a las que casi todo el mundo tiene acceso solo en esos lugares.

El primer día que le vi entrar, me dejó maravillado por su habilidad a los mandos de su silla -‘eléctrica’ por las baterías-, y su entrada en la pequeña sala, sin chocar con nadie ni con silla alguna. Saludaba a la afición y se situaba en su lugar, en su grada preferida, frente al televisor, no sin antes pedir al camarero un refresco, que él mismo se aprestaba a recoger en la barra, alargando el brazo.

Era un discapacitado físico que hace 50 años no hubiere podido salir de casa ni ir al colegio.

Apenas cabía su silla por la puerta, pero él lograba entrar. A nadie le pasaba inadvertida su presencia ni a nadie le molestaba. De cuando en cuando, como cualquier otro aficionado al balompié, daba gritos a favor o en contra de algún equipo. Nos costó saber de qué equipo era: unas veces se molestaba por un empate (luego supimos que era porque le había fastidiado la quiniela); otras mostraba su desazón por los cinco minutos de prórroga que concedía el árbitro, que consideraba excesivo porque iba ganando su equipo. Alguien se preguntaba: “¿pero, no es del Madrid?” y le contestaban: “¡No!, es del Atleti”. “¡Ah!, por esto se ha enfadado…”.

Él mismo salía, de vez en cuando, a la calle para tomar el aire. Alguien se aprestaba a abrirle las puertas para facilitarle la tarea. En otra ocasión, un chico que se hallaba con su novia, al verle dirigirse a los servicios, se levantó para ayudarle, abrirle la puerta y le esperó a la salida. Era discapacitado físico, sí; pero tenía autonomía bastante para componérselas él solo.

Un día, no sé por qué, le oí decir: “A ver si porque sea discapacitado no voy a tener derechos”. Me dieron ganas de responderle: “Tiene usted como persona y ciudadano todos los del mundo: los que le otorga la Constitución Española, los tratados de la Unión, el Estatuto de Autonomía, la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU… ¿Quién le ha dicho que no?”. Me extrañó ese lamento porque todo el mundo le saludaba, hablaba con él, se interesaba por su vida.

Era uno más entre todos. Su discapacidad ya no era un obstáculo para que su familia se sintiera avergonzada, para no llevar una vida normal, como cualquiera de quienes le rodeaban, Hasta ten ía un teléfono de última generación para ‘wasapear’ con sus amigos. Un día, al finalizar un partido, nos dijo que se iba de ligue. Nadie sonrió maliciosamente. Lo que ayer no era normal, hoy entra dentro de la normalidad. Quienes ayer eran paralíticos, hoy son discapacitados. Ayer tenían barreras físicas para moverse en pueblos y ciudades, que van cayendo poco a poco, y su movilidad es hoy una realidad, aunque aún quedan demasiadas. ¿Quién te ha negado tus derechos, amigo?

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