Cuando la falsedad vende

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Vanessa Cordero Duque

A veces sucede,  que por mucho que trates de dejar tu verdad y prestar tu alma al sonido añejo de quiénes te rodean éstos acaban robando el aliento a los propios escotes de tu fragilidad. Y es que, por mucho que duela, aunque acribille nuestras sienes y el olor a su perfume nos lance contra los azulejos de la cruel realidad, debemos admitir que la falsedad vende.

Puedo afirmar esto mientras me levanto del suelo donde me dejaron tirada algunos canallas de pobres verdades vestidas de hipocresía, de esos de corbata y chaqué y sonrisas teñidas de un amarillo de bote que se vislumbraba a distancia en cada uno de esos hechos de los que ellos parecían sentirse tan orgullosos, y es que, por mucho que se intente luchar por ello, es imposible tapar el sol con un solo dedo.

Ingenuos con abrigos de nobleza,  vendedores de amistades por un puñado de céntimos, ególatras de las limitaciones que jamás reconocerán como suyas, jugadores vestidos con oxidadas mentes, tramposos ante la vida, destructores con el rumbo perdido allá donde la conciencia no gobierna.

Pero después de todo siento que cada lágrima que he vertido me ha lavado y suavizado cada sueño, que ya no están mareadas las directrices de mi propia persona, que los miedos que me asaltaban a media noche ahora viven encarcelados en la seducción de un verso, una palabra, un abrazo. El aire de mi presente, a veces, a ratos, se sigue sintiendo burlado por las cenizas de mi pasado, pero ya lo sombrío ha dado lugar a una inestimable fuerza de voluntad que me permite continuar dando pasos en esta desconcertante vida.

La falsedad vende, en ocasiones cerramos los ojos por miedo a darnos cuenta lo que el mundo puede doler, nos tapamos las heridas invitando a lo hiriente a visitar nuestras ilusiones sin percatarnos de lo cruel que puede llegar a ser mirar la luna desde el corazón y sentir que ésta se cae en un bosque lleno de lobos esperando para destruir lo ya construido en ti con tanto esfuerzo, tantas noches de insomnio, tantas fugaces idas y venidas a los sueños incumplidos

Después de todo y a pesar de estos bandidos deshidratados de alma sigo creyendo en el valor del ser humano, sigo paralizándome ante una sonrisa sincera, me tiemblan las manos cuando una mirada de porcelana china recorre mis tímidos ojos tristes, y con un solo lápiz y un trozo de papel puedo voltear las sombras de esos que se hacen ricos lanzando a un cubo de basura la salud y la entrega de los demás.

Brindo desde este espacio tan especial por las frases insultantes que recibí porque aprendí a huir de ellas y a abrazar la educación que desde pequeña me inculcaron mis padres, lanzo a la hoguera la altivez y el abuso de poder con el que una vez más fui consciente que en esta vida nadie es más que nadie y todos debemos cultivar esa humildad y esa sencillez que muchos parecen haberse dejado en sus bolsillos de Chanel…. Yo, en los vértices de cada cicatriz siento que entregué lo mejor de mí a quiénes me hicieron perder las ganas de luchar,  a esos que dieron una patada a mi autoestima y se llevaron durante mucho tiempo la sonrisa de mi boca y vistieron los domingos de descanso de pánico ante el devenir de la ventana del lunes.

Mi conciencia camina tranquila, a veces se sigue tropezando pero siempre, siempre, termina levantándose de ese suelo que un día llevó vuestro nombre, el nombre de la soberbia y la prepotencia. Mi conciencia me repite, ella sabe que debe estar en paz consigo misma, que me dejé la piel, las palabras, los silencios, mi valentía, hasta mi salud….todo por quien me robó hasta el último aliento.

Cuando la falsedad vende el cielo toma la revancha y llora en los ojos del equivocado ganador…. Mi conciencia camina tranquila…. ¿y la vuestra?