Del amor y sus fantasmas, de la libertad y sus mujeres, de la igualdad y su esperanza…

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del amor y sus fantasmas

Prende la luz, mujer, la luz de tu libertad, esa sinfonía de tus nieblas de domingos, los albaricoques de ese atardecer que baila en el ombligo de tus avenidas a solas, cierra los ojos y asómate a las constelaciones de ese vestido nuevo con el que puedes llegar al mar que hoy no ves.

Los cuadros del salón planean su huida, están descolgados de aullidos, de marejadas y noches secas de pijamas rotos y cristales en el diván artesanal de la entrada, y tú, mujer, mírate, eres polvo de mariposa, tan bella, enredada entre cuchillos, con unicornios en las cejas y jerséis tres tallas más grandes que hacen crecer los desiertos de tus silencios. No digas que es amor si hoy la ciudad se muere en la acera donde el hombre de uniforme azul deja podrido tu cuerpo, si aprietas fuertemente tus manos suplicando que no sea tu nombre el que hoy se negocie en el telediario de las nueve en punto, si en tu barrio de siempre comenzaron a crecer ortigas y malas hierbas y los bancos de los parques están llenos de hadas despiadadas, de sucios secretos, de ladridos helados de olvidos y perdones que cada día te hacen más y más pequeña.

Amo la vida, yo amo tu vida, mujer, las historias del sacrificio de tu conciencia desvalida, los vientos, los puertos de plata de tu alma, las farolas de tu suerte al torear los derrumbes del hálito de tu presente, yo amo lo que fuiste, lo que eres, lo que serás… Serás, serás el pan, el incendio y la certeza, las yemas de la alegría y la cordura amputada de la palabra nostalgia… Me miro en el espejo y te veo, mujer, y me veo, siendo a mis treinta y seis años una anciana con lumbre en los huesos, inventando palabras, transcribiendo versos, imaginándote libre, mujer, imaginándote tuya, sin ciervos insensatos en tus vestigios de domingo, en los armarios de tu rumbo, en los pupitres en los que hoy trato de dejar perenne al sol que a ti te ciega y que a mí me estorba despertándome y haciéndome saber que la vida va en serio., y que tú, mujer, mereces saber la distancia exacta entre el temblor del espanto y el escalofrío de un abrazo de porcelana derramado sobre el perfil de tus estrellas apagadas.

Ángeles, la mujer es un compendio de ángeles, la coexistencia de un perfume que denuncia lo morado de su cansancio, de la marea temerosa de sus labios, la mujer es la fe del ruido que no encierra los arrebatos de un verdugo que solo lleva vértigo y miseria en la madeja de su prisa y su risa negra, un vals, la mujer es un vals en la dulce memoria de los mayos que cantan en esa casa que ahora ya no tiene ni puertas ni ventanas, solo un resquicio por donde aún, a ratos, se siguen escapando los fantasmas que dejó algún perdedor bajo el humo de las islas de su calma.

Vuelan bajo mi pluma sus ilusiones desgastadas, las alarmas de su osadía, la tribuna donde se siente espectadora y protagonista de una locomotora de instantes que oculta bajo la enagua de sus renglones vacíos, vuelan a ras de mis muñecas sangrantes el tedio de la idea de su propia muerte y la lorquiana bandera de una esperanza que se entretuvo demasiado en otras orillas donde no había tantos tiranos y tan poco auxilio, donde las canicas de sus manos azules eran deslices suaves que no temían al invierno de ese sabio, quebradizo y frágil guía llamado amor.

Prende la luz, mujer, es inmortal la esencia del fondo de tu ser, los azares del brillo de tu valor gigante, prende en tus yemas el credo de la libertad, y ama, ámate mujer, por encima de los rugidos de tus adormecidas venas, por delante del lápiz que emborrona sentencias, rompe el odio preñado de espesos y desgarrados gritos, unta el perímetro de tu sonrisa con los cincuenta aniversarios que te quedan por vivir a tu manera, y prende la luz, mujer, yo vivo en un piso pequeño, destrozo con letras las alfileres del silencio y la malsana soledad, y no, yo no encuentro recetas para aprender a vivir sin amor pero prende la luz, yo amo la vida, yo amo tu vida, mujer, y sé que te puedes querer, yo sé, tú sabes, sé que sabes que los montes de tus cicatrices no son signos de amor, quiérete sin murallas ni agravios, con los pies descalzos y las entrañas relucientes de savia nueva, cierra la puerta, tu equipaje será la libertad y el ayer solo un taburete incómodo al que tus piernas jamás volverán a subir….

Por la mujer, la mujer que a diario con el alma cansada y la esperanza desahuciada sueña con un mañana en el que poder caminar con la igualdad de la mano, donde los abrazos duelan de honesto sentimiento tanto como hoy queman esos golpes en su cuerpo, por la mujer que anhela vivir y ser vivida, por la que calla ahogada por el miedo, por la que logró salvarse y sanarse, por la que nos mira desde ese otro lugar y prende la luz, esa luz que ella, bendita y eterna, no pudo evitar que se apagara golpe a golpe…silencio a silencio…y, yo, torpemente, con la garganta rota, trato de hallar una salida así ,a mi manera, verso a verso…