Efectos colaterales de un carnet de identidad

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A ver: no pretendo que este artículo presente un tufillo a naftalina. No pretendo que aquella gente que se sienta identificada caiga en una sobrada depresión. Tampoco pretendo que las lágrimas afloren en los ojos de quienes sientan como suya mi reflexión. Y, por supuesto, y por encima de todo, no pretendo arrogarme el dudoso título del más viejo del corral.

Dicho esto… necesito compartir algo que me viene persiguiendo desde hace tiempo (y nunca mejor dicho). Puedo resumirlo en una frase: cada vez que alguien dice con orgullo “llevo 15 años ya de experiencia…”, yo pienso, indefectiblemente “pues yo llevo 30 con lo mismo”.

Hay muchos campos en los que sucede. Cuando alguien comenta, con admiración, algo así como “con una trayectoria profesional ya de 20 años…” mi mente se retrotrae y resulta que llevo 39 en la misma circunstancia. Que cuando alguien afirma, con el orgullo propio del veterano, que lleva la friolera de 18 años tocando la guitarra, yo entro en mi memoria y resulta que la llevo rascando 50 años.

Hay un algo especialmente sangrante: los recuerdos. Hasta dónde llegan unos y hasta dónde llegan los otros. ¿Qué programa infantil de le tele recuerdas? Y la inmensa mayoría habla de ‘La Bola de Cristal’, de ‘Los Teleñecos’, de ‘Barrio Sésamo’… incluso, en un alarde de veteranía, hablan de ‘La Casa del Reloj’ o de ‘Los Chiripitifláuticos’. Bueno: pues mi recuerdo más lejano se remonta a la ‘Perrita Marilin’, a Herta Franklen, Franz Johan o GustavoRe, aquellos cómicos austriacos del Circo de los Vieneses. Cuando se habla de series míticas, se llega a mencionar ‘Crónicas de un pueblo’. Incluso la extraordinaria ‘Historias para no dormir’ del mágico Chicho Ibáñez Serrador. Pero nadie recuerda a ‘¿Es usted el asesino?’, protagonizada por el padre del mítico realizador, Narciso Ibáñez Menta (una de las voces más hermosas que he escuchado nunca) o aquella del “fantasma con la caja de galletas en la cabeza”, llamado Belphegor, cuatro capítulos tan solo que dejaron una honda huella en mi memoria. Y si hablamos de telefilmes… ‘El virginiano’ es una referencia ya muy cercana en el tiempo si la comparamos con ‘Bronco Lane’, ‘Patrulla de caminos’, ‘Los intocables’, ‘Rintintin’, ‘Rumbo a lo desconocido’ o ‘Furia’. Hace tres o cuatro años, no recuerdo, Forges retó a los oyentes del programa de radio en el que colaboraba (‘No es un día cualquiera’) por ver si alguien recordaba la sintonía de ‘Sugarfoot’. Pues bien: conservo en casa como un tesoro, un dibujo original suyo que me envió por ser el único escuchante que la recordaba.

Hablamos de los estudios. Y ahí ya me pierdo. Porque casi no conozco gente que hiciera Sexto y Reválida. Todo el mundo es ya de la EGB para acá. Eso de hablar de Preingreso o Ingreso es antediluviano. Hablar de PREU es entrar en un lenguaje incomprensible para la mayoría de la gente que puebla nuestro pequeño planeta.

Estoy escuchando la radio y me encuentro con otro ejemplo: la memoria de los que hoy son mis referentes radiofónicos. Que los locutores (no voy a personalizar en ninguno) cuentan que en 1982 estaban comenzando la ESO, que estaban en parvulitos, que jugaban al yo-yo en el parque, que empezaban a montar en bicicleta… En ese año yo me trasladé de Madrid a mi Badajoz de los pecados a trabajar en la radio. Con mi carrera terminada hacía más de un año (anécdota: mi último examen, una asignatura que me había quedado colgada, lo hice el 23F. Exactamente, el 23 de febrero de 1981, coincidiendo con el intento de golpe de estado).

¿Golpe de estado? ¿Cuándo, dónde? Esto ya roza lo surrealista. Poca gente de mi entorno tiene memoria de lo que sucedió en esas fechas. Poca gente de mi entorno recuerda ‘La noche de los transistores’. Y si hablamos de mis alumnos (gente insultantemente joven) algunos de ellos ni siquiera han oído hablar de Franco.

No me siento viejo, que conste. Me siento profundamente veterano, que no es lo mismo. Siento que hay un divorcio entre mis recuerdos y los de muchas de las personas de las que me rodeo. Que me hace mucha gracia cuando alguien afirma, lleno de orgullo, que “somos amigos desde hace ya 16 años”, cuando algunos de mis amigos lo son desde hace casi 50.

Efectos colaterales del carnet de identidad, está claro. Pero también tengo clara otra idea: la edad no se encuentra en un guarismo encerrado en un documento de plástico. No. La auténtica edad es la que tú te quieras dar a ti mismo. Aquello de “cumplir años es inevitable, hacerse viejo es opcional”, me parece una de las reflexiones más serias que he oído siempre. Que es la ilusión, el coraje, la voluntad, las rabiosas ganas de vivir lo que nos mantiene activos, lo que nos mantiene en el mundo… y con muchas cosas que aportar. Entre otras, la experiencia. Antes definía a mis alumnos como “insultantemente jóvenes”. Pues voy a matizar: por desgracia yo me siento más joven que algunos de ellos. Sí, por desgracia. Porque me da auténtica rabia ver cómo gente que tiene toda su vida por delante, gente que va a ser nuestro futuro político, educativo, cultural, económico… dejan pasar las horas, los días, las semanas, los meses, sin otra expectativa que “el barril de esta tarde”.

Así que… viva ‘Bonanza’, ‘El fugitivo’, Matías Prat o José Luis Álvarez padres, Luis del Olmo, el COU, las novelas de Enid Blyton… incluso ‘El diario de Daniel’ de Michael Quoist. Aquellos mimbres hicieron esta cesta. Y todavía quedamos quienes los recordamos. Ay de quien repita antiguos moldes (la radio, la tele, la música…), pero ay de quien se olvide que aquellos pioneros nos han traído hasta aquí.

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