El día y la hora. Grada 112. Félix Pinero

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Hay muchos días y horas en la vida del hombre y la mujer. No percibimos, en ocasiones, el paso de los días y las horas; perdemos, incluso, el tiempo que enmarcan esas horas en el periodo de los días y de los años. Es el tiempo un bien prestado, con fecha de caducidad. Nos enseñaron desde pequeños que el hombre nace, se desarrolla y muere, como los animales irracionales y las plantas. Tan solo recordamos el ciclo biológico en determinadas ocasiones; el comienzo de la vida, la hora de la muerte… Una vida nueva tiene su día y hora enmarcadas en el calendario. Nos da fuerza y alegría. Vemos en ella nuestra descendencia, la continuidad de la especie, un signo del amor que nos uniere y para el que fuimos creados. La otra hora, el otro día, que enmarcan nuestra existencia, es la de la muerte. La primera la esperamos porque sabemos, con mayor o menor exactitud, cuándo llega; la segunda no la esperamos, porque no avisa o, por darnos por avisados, siempre nos sobrecoge. Lenta, pausada, irreversiblemente, llega esta hora en que dejamos de ver a quienes conocimos y tratamos en vida. Su blanca palidez, su juventud, y aun su longevidad, nos conmueven. La vida se ha apagado y, con ella, los días y las horas que la enmarcan.

“Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora” (Mt. 25:13), nos avisa el evangelista. Y añade el profeta Zacarías: “Será un día único, conocido solo del Señor, ni día ni noche; y sucederá que a la hora de la tarde habrá luz” (Zacarías 14:7). De poco nos vale que los médicos avisen; ni ellos mismos lo supieren. “Puede llegar en una semana”, nos dicen; pero tampoco ellos conocen ni el día ni la hora, el paréntesis de nuestra vida, que principia en el nacimiento y concluye con la muerte.

La hora y el día de nuestra vida y muerte nos igualan a todos los seres humanos. Todos nacemos iguales, todos somos iguales, aunque el transcurrir de la vida acreciente la desigualdad entre unos y otros. Desde la hora inicial nos reconocen derechos: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social” (Constitución Española de 1978, Título I, Capítulo II, artículo 14); pero no todos los derechos reconocidos en la ley de leyes se hacen realidad durante nuestra existencia. Es el sino de nuestra vida, con sus horas y sus días, no todos iguales, aunque lo fueren en su duración, en más para algunos y en menos para otros.

Todos señalamos y celebramos el día -quizá la hora- de nuestro nacimiento; nunca el día y la hora del sueño eterno, que perdurará hasta la consumación de los siglos, aunque muchas horas de algunos días permanezcan en la memoria de quienes un día nos amaren hasta que fueren también llegados su día y su hora.

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