Carmen González
No sé si en alguna ocasión habréis leído la experiencia del psiquiatra vienés Viktor Frankl en los campos de concentración de la Alemania nazi de la II Guerra Mundial. Frankl decía que mientras vivió esa experiencia intentó darle un sentido a su vida, más que interrogarse una y otra vez por qué estaba sucediendo lo que pasaba a su alrededor; todo ello le servía para pasarlo por el corazón y dar rienda suelta a su mano de escritor en su conocida obra ‘El hombre en busca de sentido’. Lo que narra este autor nos sirve para que hoy podamos reflexionar sobre la experiencia del sufrimiento y del dolor, ya que está siempre implícita en nuestra vida, y más aun en este mes de noviembre, en el que recordamos a nuestros difuntos, aquellos que ya no están con nosotros pero cuya memoria seguimos honrando.
Actualmente, gracias a la globalización, nos enteramos de que a miles de kilómetros hay una guerra y han fallecido personas, o que el anterior fin de semana se han registrado varios accidentes de tráfico y también han fallecido personas; estas noticias pasan inadvertidas porque no nos son cercanas, pero cuando las noticias se refieren a alguien de la familia o un amigo nos llegan profundamente, cuestionándonos el porqué de su muerte o por qué nos quedamos con un sentimiento de tristeza, de vacío y dolor, lo que hoy comúnmente conocemos como duelo, porque nuestra naturaleza, que es sabia, necesita expresar también el sufrimiento, el dolor, la amargura y la pena de saber que hemos perdido a alguien valioso.
Se trata de algo muy importante, dado que nos ayuda a entender nuestro ciclo de la vida y comprender, como dice la frase, que “la vida es empezar a morir”. Por eso nos hacemos un flaco favor cuando ocultamos esta evidencia y pensamos que la muerte es algo molesto y que conviene no citar demasiado; de ese modo se convierte en algo que no es normal y, paradójicamente, nos causa mayor dolor.
Muchas veces se ve en las consultas de profesionales en este campo la presencia de duelos patológicos que, en algunas ocasiones, se consideran como tales porque la persona no se ha permitido expresar su dolor y ha pretendido sobrellevarlo ocultando ese intenso sufrimiento tanto para sí como hacia los demás, como si realmente perder a un ser querido no representase una gran pérdida. Por eso es tan importante una pedagogía del dolor y de la muerte que nos ayude a integrarla como parte de nuestra vida, que nos ayude a no ahogarnos en el sufrimiento y aceptar el dolor para vivirlo “como una puerta abierta a la esperanza”, como dijo en su momento el psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nájera.
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