Enterramientos y heráldica de la iglesia de Santiago de Trujillo, fundada por la familia de los Tapia en 1232

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Ciudad de la penillanura, Trujillo se sitúa entre las cuencas del Tajo y el Guadiana, y en la Baja Edad Media se incluía en el Reino de Castilla, en la ‘Extremadura leonesa’.

José Antonio Ramos Rubio

La villa intramuros de Trujillo responde a un emplazamiento medieval, asentada sobre un accidentado promontorio, circundada por una fuerte muralla y potenciadas sus defensas por torres de edificios señoriales; calles angostas, de trazado irregular y pequeñas plazuelas en torno a los edificios religiosos.

Uno de estos templos se edificó en la villa tras la conquista definitiva el 25 de enero de 1232, según reza en los Anales Toledanos, dentro de una morfología tardorrománica, como aún indica la forma semicilíndrica del ábside y la torre-campanario. Fue construida a expensas de la familia de los Tapia, procedentes del solar de Pancorbo. Tuvo cierta importancia municipal durante la Edad Media, pues entonces no existía edificio concejil y se celebraban algunas de las reuniones en este templo.

El exterior es bastante sencillo, con paramentos lisos y ábside semicircular.  Adosado a él se levanta la cuadrada torre, de sillería, con dos cuerpos; el superior, de campanas, con vanos de medio punto en cada frente, es, junto con las portadas y caja de muros, lo más antiguo de la construcción eclesial, de fines del siglo XIII. Las portadas se abren en los lienzos occidental y septentrional; la del oeste presenta arco apuntado moldurado con fino baquetón sobre impostas acanaladas bajo las que aparecen las conchas alusivas a la advocación del templo; va trasdosada con un festón de motivos romboidales y encuadrada por alfiz del que ha desaparecido la moldura horizontal. La puerta norte, de gran sencillez, tiene impostas acanaladas acodilladas sobre las que asciende arco apuntado con decoración de puntas de diamante sobre la arquivolta exterior.

El interior es espacioso, con triple nave dividida en tres secciones mediante pilastras de orden toscano y arcos escarzanos, cubriéndose toda la zona con bóveda de aristas. Toda esta articulación es fruto de una notable transformación del templo llevada a cabo en el siglo XVII. También ha sufrido modificaciones la capilla mayor, cuyo abovedamiento de crucería, con terceletes y nervios finos de sección triangular muestra su vinculación con los momentos finales del siglo XV o iniciales del XVI.  En las claves, conchas santiaguistas y escudos.

Debe destacarse del interior la presencia de altares y enterramientos con estructuras arquitectónicas góticas y renacentistas. En la misma capilla se conserva una imagen de vestir de la Virgen de los Dolores, del siglo XVIII, con cara y manos en madera policromada, así como un Crucificado del siglo XIV sobre cruz de gajos. Las paredes de la sacristía están decoradas con un magnífico esgrafiado con temas vegetales y figurativos, de finales del siglo XVI.

El retablo mayor, sobredorado y blasonado, consta de un cuerpo con tres calles, y remate; las calles están separadas por columnas entorchadas, teniendo los intercolumnios laterales dos cajas superpuestas con pequeñas imágenes procedentes de otros retablos: San José, San Juan Evangelista, la imagen de Santiago peregrino en el centro, de discreto valor artístico, obra de los inicios del siglo XX. El remate del retablo contiene relieve de la Virgen con atributos mariológicos, del siglo XVII. Reza en una cartela: “ESTE RETABLO HIZO A SU COSTA EL SEÑOR DON LUIS DE TAPIA Y PAREDES DOROLES SU HIJA DOÑA MARIA CLARA DE TAPIA Y PAREDES. AÑO DE 1690”.

Heráldica
Linajes ilustres poblaron la villa, entre ellos los más importantes, los Altamirano, los Bejarano y los Añasco. Junto a estos linajes, uniéndose a la lucha por la recuperación de tierras cristianas, llegaron así mismo varias órdenes militares, como la Orden de Santiago, a la que pertenecía la familia de los Tapia, fundadores de la Iglesia de Santiago.

Vivir en el siglo XII nada tiene que ver con la vida del siglo XXI, por lo que para poder entrar en una iglesia, que tiene su origen en el primer siglo mencionado, y poder admirar y comprender los escudos que la adornan o las lápidas que nos encontramos a cada paso, así como las capillas funerarias en sus muros, hay que conocer aunque sea un poquito la mentalidad, la manera de vivir, los términos utilizados en dicha época.

¿Qué misterio oculto guarda la palabra ‘linaje’, o la palabra ‘bando’? Pues algo tan sencillo como tres generaciones; es decir, abuelo, hijo y nieto. Con el pasar del tiempo, los linajes desarrollaban sus ramas y entonces ese mismo concepto de linaje se ampliaba hasta abarcar a todos los miembros de familias que tienen un antepasado común. Los linajes que existen en Trujillo, ya en el siglo XV, están muy evolucionados y se entienden en un sentido más amplio: es un clan familiar, por las venas de todos los miembros corre la misma sangre, siguen la misma tradición familiar, entorno a una familia concreta, que es la que da el nombre al conjunto.

Aunque ‘bando’ es sinónimo de ‘linaje’, en ocasiones en dicho grupo entraban a formar parte hidalgos, caballeros e incluso campesinos; entonces el bando se convierte en un linaje por ideales políticos; por lo que estos dos conceptos vienen a mezclarse en el Trujillo del siglo XV y para ilustrarlo veamos por ejemplo el apellido Orellana, que pertenece a dos linajes distintos; Altamirano por su origen, pero por matrimonio, una rama de los Orellana pasó al linaje de los Bejarano. Otro ejemplo claro lo encontramos en Juan de Hinojosa, del linaje de los Chaves (Altamirano) y que decidió tomar el linaje de los Vargas (Bejarano) que era el de su esposa.

¿Cómo distinguir un linaje de otro; una familia de otra, un apellido de otro, en una época en que apenas un puñado de nobles sabía leer y escribir, donde la palabra escrita era casi exclusivamente privilegio de los religiosos? Con el sello personal, es decir, el escudo de armas de la familia, del linaje. El escudo era el símbolo distintivo y factor de cohesión entre los miembros de un linaje; cada linaje tenía el suyo propio y, a su vez, cada familia particular que componía el linaje, poseía otro distintivo que colocaban en sus casas solariegas.

Normalmente el primogénito varón de una familia debía de llevar el apellido del linaje, así como asegurar la cohesión interna, proteger a los débiles de la familia, ocupar la casa solariega… en fin, poseía la autoridad entre todos los miembros. Sin embargo, no siempre conservan el apellido del linaje (Luis de Chaves no conserva el apellido Altamirano, ni Juan de Vargas el de Bejarano), aunque sí utilizan los escudos del linaje junto con los de sus propios apellidos.

Y en este laberinto de linajes y apellidos donde tanta importancia tienen para conservar el rango nobiliario, ya que la nobleza dominaba el gobierno de la ciudad, ¿qué papel desempeña la mujer, el matrimonio? Desgraciadamente, al menos para la mujer, el matrimonio en el Medievo nada tiene que ver con el matrimonio actual; en aquel tiempo dicho enlace no era en absoluto una elección voluntaria, sino que se concertaban acuerdos matrimoniales entre padres y parientes según los intereses políticos y económicos, a veces siendo los prometidos aún unos recién nacidos. Como es lógico se da una gran consanguinidad en los matrimonios. Mientras que los hombres eran caballeros dedicados a las armas y a la política, el auténtico rol social de la mujer era realizarse a través del matrimonio y asegurar la descendencia del linaje, o bien, dedicarse a la vida eclesiástica entrando a formar parte de un convento.

Y en esta vida de amores frustrados y de matrimonios forzosos, el amor libre tomaba rienda suelta, dando lugar a retomar antiguas promesas incumplidas por caballeros a damas amadas. De estos amores libres nacen gran cantidad de hijos ilegítimos que en su gran mayoría son reconocidos en incluidos en el testamento; bastaba que el progenitor dijese en público, levantando la mano. Este reconocimiento no podía realizarlo la mujer que se había entregado al amor, pues corría el riesgo de ser apaleada, despojada de bienes y títulos; era la Edad Media. Unos de nuestros ilegítimos más ilustres y famosos fue Francisco Pizarro, el gran conquistador del Perú.

Ahora ya podemos hablar de los linajes que llegaron a nuestra villa en apoyo a nuestros reyes para conquistar las tierras que nos habían sido arrebatadas por los árabes siglos atrás. Estos linajes aseguraban sus enterramientos en las iglesias aportando dinero, este capital era empleado para ampliar y engrandecer los templos.

Los tres linajes principales que engrandecieron Trujillo fueron:

– Los Altamirano. Procedentes de Altamira (Ávila), cuyo escudo de armas es nueve roeles en fila coronados por otro roel.
– Los Bejarano. Procedentes de Beja (Portugal), su escudo de armas es león rampante con cuatro cabezas de dragones.
– Los Añasco. Este linaje estaba ya tan evolucionado cuando llegó a Trujillo, que resulta difícil saber exactamente su procedencia; su escudo de armas es la Cruz de Santiago y cuatro conchas.

¿Por qué fue llamada esta iglesia de Santiago? Ese fue el deseo de la familia que la fundó, los Tapia.

Recorriendo esta acogedora y entrañable iglesia nos encontramos repetidas veces el escudo de los Tapia, así como el de las familias que emparentaron con ella: los Loaysa y los Orellana.

La leyenda
El escudo de esta familia tiene su origen en una preciosa leyenda. En un castillo de la provincia de Burgos, según cuenta el cronista de la familia, valientes cristianos mantenían una encarnizada lucha contra los árabes; estos les tenían sitiados dentro del castillo, los alimentos escaseaban y los cristianos iban perdiendo fuerzas; entonces una bandada de cuervos negros surgió del cielo llevando en sus picos trozos de pan que dejaron caer junto a los cristianos; estos recuperaron las fuerzas y vencieron a los invasores. El pueblo donde ocurrieron estos hechos se llamó y aún se llama Pancorbo (pan con cuervos). De ahí que el escudo de la familia Tapia, procedentes de aquel lugar, sea la representación de seis cuervos con pan en los picos.

Sepulturas de la iglesia de Santiago
– García de Tapia.
– María de Orellana; posiblemente sea una religiosa que encontramos en el árbol genealógico de los Orellanas.
– Diego Alonso de Tapia, enterrado en la entrada principal, en el suelo. Fue el fundador de la iglesia y siguiendo sus propios deseos se enterró en el suelo de la entrada principal de la iglesia para ser pisado por todos los fieles que accediesen al templo y así poder expiar sus pecados.
– Doña María de Loaisa, esposa del fundador, enterrada en la capilla de mayor tamaño, capilla mandada construir por su esposo para ella. En esta capilla el matrimonio escuchaba misa a través de una ventanilla que da directamente al altar; el altar estaba separado del resto de la iglesia por una barandilla de hierro. Tras el incendio del siglo XVII, la barandilla del coro quedó muy dañada por lo que ya en el siglo XIX, el párroco de la iglesia  entregó la de hierro de la capilla a un herrero del pueblo para que construyese la barandilla del coro.
– Los hermanos Antonia y Pedro de Loaisa.
– En la capilla mayor, junto al altar, el 13 de abril de 1759 se enterró al clérigo de menores órdenes Joaquín Felipe de Echevarría, natural de Estella, en el reino de Navarra.
– El 24 de febrero de 1723 se enterró a Doña Brianda Bejarano Girón, mujer de Don Antonio de Tapia, en la sepultura de Don Miguel de Eraso.
– El 29 de mayo de 1823, en la capilla mayor se enterró el párroco de Santiago Don Antonio Díaz Durán.
– El 19 de febrero de 1741 se enterró al regidor perpetuo de procedencia de Trujillo, Don Antonio de Tapia, casado con Doña Brianda Bejarano y Girón.
– El 21 de octubre de 1748 se enterró a Doña Antonia Manrique y Eraso, esposa de Don Álvaro de Torres y Monroy.
– El 17 de septiembre de 1748 se entierra en la bóveda de la capilla del Santísimo Cristo, a Doña María de Loaisa, soltera, con permiso del Marqués de Santa Marta de quién entonces era dicha capilla.
– El 25 de marzo de 1750 se enterró a Don Diego José de Escobar y Torres, casado con Doña María Pizarro de Carvajal y Villarejo.
– El 18 de marzo de 1752, en la bóveda bajo el altar mayor se dio sepultura a Don Vicente de Eraso Tapia y Paredes, regidor de procedencia de Trujillo, casado con Doña María Josefa de Álvarez y hermano de Don Miguel de Eraso.
– El 9 de mayo de 1752 se enterró en su propia bóveda bajo el altar mayor, a Don Antonio de Eraso Tapia, regidor perpetuo de procedencia de Trujillo y señor de la villa de Plasenzuela.
– El 16 de agosto de 1754, toma sepultura en la capilla mayor, el doctor Don José de Rodas y Monroy, comisario del Santo Oficio y cura Rector de esta iglesia de Santiago.
– El 22 de diciembre de 1776 falleció Doña María Pizarro de Carvajal y Villarejo, la que fue viuda de Don Diego Escobar y Torres; ya viuda se retiró a vivir como señora seglar al convento de las monjas Jerónimas; vivió viuda 26 años y su cuerpo descansa en la Capilla Mayor de Santiago, al pie del altar de la Santísima Trinidad, en la Sepultura que era propia de señores Torres y Escobares.