El origen de la belleza ha seducido a filósofos de todos los tiempos, coincidiendo muchos de ellos que ésta viene del intelecto. Plotino decía que la verdadera belleza no podía ser apreciada con los sentidos sino con el alma.
En referencia a la belleza en las personas, hoy en día se le da una connotación muy diferente, llegando a veces a ser superficial y vacía. En nuestra sociedad, ya desde muy jóvenes, el físico representa un rol superior a la parte interna o espiritual. Este ideal conlleva fomentar cuerpos musculosos y perfectos tanto en hombres como en mujeres, dedicando más tiempo al aspecto externo y dejando de cultivar nuestras virtudes.
Al otro lado de la apariencia y los cánones de belleza regidos por la perfección se encontraría la maravillosa diversidad que somos cada uno de nosotros y los valores con los que vivimos, que estarían ligados a aquellos gestos, actitudes y palabras que alguien nos regala cuando nos entiende y escucha.
A veces sucede que nos encontramos con un rostro o un cuerpo menos agraciado y, sin embargo, quedamos prendados de esa persona; algo afianzó nuestro interior, sintiendo que nos hemos enamorado de su belleza interna, aquella que alimenta nuestras emociones de forma sincera y plena, que no es limitada y efímera.
Para aprender a caminar con nuestros semejantes como compañeros de camino y no verlos como competencia es necesario arropar a la otra persona, sin juzgarla, con cariño y manejando la transparencia. Descubrir el verdadero potencial de la belleza desde la cercanía y la intimidad es el mejor reflejo de aquella sabiduría que nos dio origen.
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