Forasteros de segunda o tercera generación. Grada 126. Club Senior

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Club Senior de Extremadura. José Julián Barriga

José Julián Barriga

La cuestión es peliaguda: cómo mantener el vínculo con Extremadura entre los descendientes de quienes abandonaron los pueblos en una de las oleadas de emigración más sangrantes de nuestra historia. Los pueblos, grandes y pequeños, se redujeron a la mitad en un abrir y cerrar de ojos. Años del desarrollismo y del hundimiento de la economía agraria. Las víctimas, los territorios de siempre: Andalucía, Extremadura, las dos Castillas. Los beneficiados: las regiones industriales. Los pueblos extremeños, en poco más de una década, se vaciaron. Y, lo es que peor, emigró el sector más joven, más dinámico, el más propenso a protagonizar el acelerado desarrollo de la sociedad española en las siguientes décadas. Quedaron, los más ‘establecidos’, los que disfrutaban de rentas suficientes para evitar el drama social que acompaña a todos los procesos emigratorios. Pero, incluso, los hijos de estos últimos terminaron por engrosar la nómina de los emigrados.

Aquella generación de emigrantes está tocando a su fin. En el mejor de los casos son los forasteros que llenan las calles en los festejos de verano, la primera generación de los emigrantes. Puedes verlos también como ‘retornados’, pensionistas que consumen médicos y servicios sociales en sus lugares de origen. Que sociólogos y estadísticos nos digan cuántos de aquella generación de esforzados emigrantes reposan ya en los cementerios extremeños, o por cuántos otros ‘doblan las campanas’ al atardecer, un día sí y otro también, como ocurre en mi pueblo.

Me refiero a los otros ‘forasteros’, a los hijos de aquellos que somos ya el pasado, a los de segunda o tercera generación que cumplen el rito de visitar los pueblos de sus ancestros algunas veces al año. ¿Cómo mantener en ellos, si no la vinculación, al menos el apego, el aprecio, por la tierra de sus mayores? No solo por una cuestión sentimental o romántica, sino porque su tierra los necesita. Se nos llena la boca diciendo que tal o cual celebridad nacional nació en Extremadura, o sus padres o sus abuelos. Y uno piensa que, si esas personas dedicaran algo de su entendimiento o prestigio a los intereses generales de sus pueblos, tal vez nos iría mejor.

Hace unos días me senté en un bar de mi pueblo con una de las celebridades de las letras catalanas. Si ponen su nombre en internet verían el caudal de elogios que le tributan. Pasaba unas horas en el pueblo para saludar a sus padres, ambos nacidos en mi pueblo, integrantes de la nutrida nómina de los forasteros que abarrotamos en agosto sus calles.

Es solo un ejemplo de cuánto talento y energía Extremadura ha ido desalojando permanentemente. Días más tarde, en uno de los pueblos con más saldo de forasteros de Extremadura, escuché el saludo que alguien hacía a la joven camarera que nos atendía. La joven era emigrante de tercera generación. Venía por los veranos al pueblo de los abuelos para trabajar de camarera porque “aquí nadie quiere hacerlo”.

Me he ido por las ramas; yo quería escribir sobre la necesidad de que los ‘forasteros’ de segunda o tercera generación sigan vinculados con su tierra. Y pienso que la única forma de hacerlo es provocar que participen en alguna actividad de ocio o de cultura en la localidad de la que descienden. No tratemos de asociarlos a ideas románticas o utópicas con Extremadura, y menos llamar a la puerta de las Administraciones para subvencionar programas de relación. Pienso, que ustedes me perdonen, que la ‘salvación’ del patrimonio cultural e histórico de nuestros pueblos depende en buena medida de que sepamos crear vínculos con los pueblos de origen de estos ‘forasteros’ de segunda o tercera generación.

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