Genealogía LI. Grada 113. Carlos Sánchez

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En este artículo cambiamos de protagonistas; de los Suárez de Figueroa, que alardeaban de su origen y gozaban del favor de la monarquía, pasamos a otras personas que tuvieron que esconder sus orígenes. Tras la conquista de Granada y la expulsión de los judíos en 1492, la monarquía de los Reyes Católicos quería unificar a la población en el cristianismo católico, y los judíos o musulmanes que no quisieran salir del reino debían bautizarse, recibiendo el nombre de cristianos nuevos, en contraposición a los cristianos viejos. Estos nuevos cristianos serían vigilados firmemente por la Inquisición, ante el temor de que su conversión no fuera verdadera y volviesen a sus antiguos ritos.

Nos fijamos en el libro ‘El secreto de los Peñaranda’, escrito por el profesor de la Universidad de Extremadura Fernando Serrano Mangas, fallecido hace pocos años, que se basa en un descubrimiento casual en Barcarrota, durante las obras de una casa, cuando se hallaron varios libros antiguos que fueron emparedados siglos antes para esconderlos de la Inquisición, seguramente por estar prohibidos.

Francisco de Peñaranda, propietario de la casa y quien esconde los libros, era uno de esos cristianos nuevos, un judeoconverso que ostentará una profesión asociada casi siempre en esa época a los judíos, la de médico. Natural de Llerena (sede de la Inquisición extremeña), se trasladó a Barcarrota, donde ejerció su profesión, que transmitió a algunos de sus hijos; llega a aparecer en Olivenza, en esos momentos portuguesa, seguramente exiliado por causa de la Inquisición.

Los cristianos nuevos fueron ciudadanos de segunda clase, apestados para el resto de la población, miedosa de que se mezclasen con ellos, y para impedir que formasen parte de instituciones como la Iglesia Católica, el Ejército, órdenes militares como las de Santiago, Alcántara o Montesa, colegios universitarios como los de la Complutense, órdenes religiosas como los Franciscanos, los Dominicos (los encargados de organizar la Inquisición, a los que llamaban Canis Domini) y otras más. A cualquiera que quisiera formar parte de esas instituciones se le exigía realizar las llamadas ‘pruebas de limpieza de sangre’, en las que las instituciones hacían un informe sobre el interesado, averiguando quiénes eran sus padres y abuelos, si eran cristianos viejos y si no tenían sangre de judío o moro; también podía ser enjuiciado por la Inquisición, preguntando a testigos sobre esa persona y sus ancestros, para ver si corroboraban lo que hubiese manifestado.

Fuente:
Serrano Mangas. Fernando. ‘El secreto de los Peñaranda. El universo judeoconverso de la Biblioteca de Barcarrota. Siglos XVI y XVII’. Editorial: Biblioteca de Extremadura, Badajoz 2010

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