Fotos: Carlos Criado
Aunque han puesto su nombre a un concurso literario o a alguna que otra calle, los escolares extremeños conocen bastante poco de este escritor e historiador, autor de los ocho volúmenes de la ‘Historia de Extremadura’, nacido hace 79 años en la localidad cacereña de Monroy y vinculado a Hervás, donde reside tras jubilarse en el colegio Destino de Madrid, donde ejerció como profesor.
Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca, trabajó como profesor en el Colegio Libre Adoptado de Hervás antes de emigrar a Madrid. Fue director de la revista ‘Educación y Enseñanza’ y vicepresidente de la Asociación España-URSS. Su extensa obra literaria aparece en torno a 1960, como reacción instintiva a una sociedad opresiva, y va evolucionando hacia una prosa cada vez más depurada, en la que prevalece la palabra exacta; es autor de biografías, libros de viajes, de historia y novelas, de denuncia social y económica, muchos de cuyos títulos están dedicados a Extremadura.
Entre sus novelas destacan ‘Las Hurdes, tierra sin tierra’ o ‘El muerto resucitado’, y aunque no es amigo de los premios ha sido finalista de los principales certámenes literarios del país, y ha recibido entre otros el ‘Café Gijón’ en 2002 y también la Medalla de Extremadura en 2012.
Alejado por voluntad propia de los grupos mediáticos, decidió apostar por el camino de la independencia para salvar su obra de los antojos del mercado. Su hija Maite montó la editorial ‘Planteamiento’, en la que ha publicado ‘Guía de bastardos’ (2007), ‘Los alumbrados’ (2008), ‘Pasión extremeña en 13 actos’ (2009) y ‘Calostros’ (2010).
Licenciado en Derecho, ¿cuándo comenzó a interesarle la enseñanza, a la que se ha dedicado profesionalmente?
Cuando más alto estaba en el ranking literario, en 1967, con ‘La venganza de las ratas’ entre los libros más vendidos del año, mi padre me dijo que había acostumbrado a los lectores a libros de cierto riesgo, en el linde de la censura; también me dijo que si quería tener una familia no podía someterlo todo a sacar un libro por año, que cada vez me iba a resultar más difícil editar y que me buscase una profesión para subvenir a las necesidades materiales. Quedé asombrado, porque estaba teniendo éxito con la novela, que acababa de quedar entre los libros más vendidos y había sido premiada. Mi padre me dijo una frase que no se me olvida: “se puede vivir de la literatura o para la literatura”. Me sugirió que pidiese formar parte del profesorado de un instituto que se iba a abrir en Hervás. Llegué a la enseñanza casi de carambola, pero nada más entrar en un aula me di cuenta de que la enseñanza era tan importante como la literatura, y que podría hacer literatura con la enseñanza y enseñanza con la literatura; se mezclaron las dos profesiones hasta formar un conjunto.
¿Y cómo se decidió por la literatura?
Empecé a escribir como consecuencia de una enfermedad muy larga que tuve a los 15 años que me mantuvo en la cama durante muchos meses; empecé un diario y luego se fue bifurcando, tomó propia vida y aprendí mucho oficio. Del diario pasé a la poesía y seguí aprendiendo, y ya con 20 años me presenté al Planeta; dos años consecutivos quedé segundo y empezó una carrera de segundos premios durante ocho o nueve años, hasta que conseguí el Premio Urriza. Inmediatamente después decidí dedicarme a la enseñanza para no tener que depender de escribir cosas que a lo mejor no me gustaría escribir, pero que las tenía que escribir de manera que pasara la censura y pudiese vivir de la literatura.
¿Era fácil vivir con el yugo de la censura?
Era muy difícil, tenías que escribir con arreglo a lo que estaba impuesto, ninguna editorial se arriesgaba a sacar un libro que luego fuese retirado por la censura, que no solo retiraría ese libro, sino que le pondría una tacha negra a la editorial. Luego llegó la censura voluntaria con la Ley de Fraga, que consistía en que si tú querías mandabas el libro a censura previa y si no querías no lo mandabas, pero te lo podían retirar del mercado cuando ya estuviese en las librerías. Era terrible, porque la peor censura es la que ejercía el autor sobre sí mismo cuando se ponía a escribir. Tenías que estar pensando en cómo escribir determinado asunto y lograr engañar a la censura; tiempos difíciles que te obligaban a buscar temas que no pudiesen dañar al entramado social nacional católico o a emplear palabras ambiguas que tuvieran doble sentido, obligándote a un esfuerzo muy superior al que tiene hoy día un escritor.
Desde que empecé a escribir entendí que la literatura era una forma de crear en la sociedad una conciencia inquieta, la forma de denunciar, la forma de tener un compromiso con la libertad; si te pones a escribir bajo ese prisma en aquella época te encontrabas una lupa sobre todo lo que escribías, y peor que la política era la censura religiosa. De hecho, tuve problemas con mi primera novela a causa de la censura religiosa; y con ‘El adultero y Dios’, segunda del Planeta, tantos con la censura política que, a pesar de haber quedado finalista, el señor Lara no la editó.
Finalista de premios como el ‘Nadal’ o el ‘Planeta’, y ganador de los también prestigiosos ‘Urriza’ o ‘Café Gijón’, ¿qué siente cuando recibe un premio? ¿Cuál de ellos destacaría?
A mí siempre me ha desagradado concursar. Estoy en contra de estos sistemas competitivos, lo he tenido que hacer a la fuerza. Si no ganaba un premio o quedaba finalista no había escaparate. Me quedo con el ‘Planeta’ de 1963, y con el ‘Café Gijón’ de 2003, porque me resucitó literariamente.
Autor de novelas, ensayos o guiones para televisión, ¿tiene un especial cariño por alguna obra concreta?
Tal vez por ‘El muerto resucitado’, que fue para mí como una metáfora. Regresé a la novela después de 16 años de ostracismo.
En Hervás, donde ha pasado la mayor parte de su vida, hay un concurso de relatos que lleva su nombre; ¿lo considera un homenaje?
También hay una calle a la espalda de la casa donde vivió mi padre. Sí que pusieron mi nombre a un concurso y me gustó. Sigue funcionando, lleva ya 10 o 12 años; se reciben buenos trabajos y, después del premio que lleva mi nombre, algunos han conseguido premios importantes, y eso también te satisface.
También es destacable su labor periodística, con colaboraciones en distintos medios; ¿en qué genero se siente más cómodo escribiendo?
Soy novelista, he intentado novelar la Historia y hasta mis propios libros de texto.
¿Quiénes son sus escritores favoritos y aquellos que más han influido en su obra?
Diógenes, Kafka, Marx, Cervantes, Dostoyevski y Teresa de Ahumada.
Háblenos de su particular relación con las editoriales.
Mi relación con los editores ha sido a través del servicio postal. Puedo decir que no he conseguido a lo que aspira cualquier escritor joven que empieza, llegar a estar de fijo en una gran casa y poder decir “voy a estar dos años escribiendo una novela y ya la tengo asegurada porque pertenezco a esta casa que es potente”. Me presentaba a premios porque era la única posibilidad de que me pudiesen sacar una obra si era premio. Recuerdo que he publicado unos 30 libros y creo que he tenido más de 20 editores. No he repetido con ningún editor, quitando con Círculo de Lectores; habría repetido con Planeta, Espasa-Calpe, Plaza & Janés, pero ninguna editorial ha querido repetir conmigo a pesar de que el primer libro que me editaron fue de éxito. Entre las editoriales y yo ha habido una especie de desencuentro permanente. Desde luego no he escrito nunca libros de edición fácil, por eso para mí los editores han sido instrumentales.
Ha escrito mucho sobre Extremadura, y una de sus primeras obras fue ‘Las Hurdes, tierra sin tierra’; ¿por qué Las Hurdes y por qué ‘sin tierra’, en lugar del ‘sin pan’ de Buñuel?
Cela escribió que mi título era más abarcador porque en Las Hurdes no había tierra. Yo le di vueltas al ‘tierra sin pan’ de Buñuel y creí casi mejor ‘tierra sin tierra’, porque el problema de Las Hurdes es que no hay tierra, es todo pizarra y los pocos huertos rivereños se hicieron a mano rascando la tierra de los montes; podría decirse que la tierra se hizo a mano. Esa falta de tierra llegaba a tales extremos que en la época de Franco se hicieron cementerios y luego no se podía enterrar porque había que abrir los nichos con dinamita, era todo pizarra. En Las Hurdes no tenían posibilidades de ningún tipo para que los hombres hurdanos viviesen allí, entonces no se había descubierto el turismo ni la apicultura. Las Hurdes que yo conocí eran unas Hurdes sin tierra y sin ninguna ocupación a la que dedicarse. Ese libro tuvo también muchos problemas con la censura y le quitaron casi la mitad, dejaron algunas cosas como esta de los cementerios.
¿Son distintas aquellas Hurdes a las de ahora?
Todo ha cambiado en medio siglo. Con el tiempo han ido adquiriendo un tono distinto por su increíble paisaje, un tono turístico, y hoy día no tienen nada que ver con aquellas que yo me encontré hace 50 años.
No podemos pasar por alto su ‘Historia de Extremadura’, que consta de ocho tomos; ¿cuál fue su intención al acometer este proyecto? ¿Cree que se ha cumplido?
Intenté escribir un relato con un planteamiento marxista y le di voz y dignidad al bracero, al yuntero, al vaquero, al porquero, que habían sido secularmente aperos de labranza.
¿Tiene algún nuevo proyecto en marcha?
En breve sacaré ‘La tinta hervida’, y luego ‘Las varas del palio’.
¿Qué sintió al recibir la Medalla de Extremadura?
El mismo día que me dieron la Medalla institucional me concedieron la medalla del 15M. Mérida estaba llena de antidisturbios porque la gente del 15M quería abortar el acto oficial. Hubo paradojas con este reconocimiento, porque la medalla la solicitó Izquierda Unida y me la concedió Monago.
Acabamos de conmemorar un nuevo Día de Extremadura el 8 de septiembre, pero a usted no le acaba de convencer esta fecha.
Ni a mí ni a nadie. ¿Cómo podemos tener de patrona autonómica a una Virgen que pertenece a otra Autonomía? Además, está sin papeles, surgió de un surco y la encontró un vaquero que se apellidaba Cordero. Tiene el color atezado de los segadores, de las espigadoras y de los yunteros, y su hijo el color del niño yuntero de Miguel Hernández. Surgió, pues, campesina. Luego la involucraron en la batalla del Salado y la militarizaron. La nobleza laica y religiosa la hicieron patrona de la mesta que tenía colonizada Extremadura. Elegir a esta Virgen, secuestrada por la iglesia de Toledo y por los terratenientes, fue algo incomprensible.
¿Por qué cree que debería celebrarse el 25 de marzo?
El 25 de marzo de 1936 es una jornada campesina que atrajo a Extremadura el foco del mundo. Los grandes tratadistas de revoluciones campesinas vinieron a nuestra tierra para comprobar si aquello volvía a ser una masacre como la del 34, o ver si salía bien el experimento de ocupar la provincia más grande de España, que estaba en poder de una veintena de familias. Periodistas de Europa y América comprobaron el prodigio. Unos 70.000 yunteros, en perfecto orden y sin violencia, recuperaron las tierras de las que fueron desposeídos desde la reconquista.
¿Cómo ve Extremadura actualmente?
Vivo aquí y comparto sus problemas. Hay un paralelismo entre latifundio, paro y emigración en Extremadura y Andalucía, que han sido y son dos autonomías esencialmente latifundistas, están en los últimos puestos en el ranking de renta regional y per capita, pero así llevan desde que empezó la democracia y están a la cabeza de paro y emigración. Naturalmente hemos avanzado, ha avanzado todo el mundo; la Extremadura de hoy no es equiparable a la predemocrática de la última etapa del Franquismo; pero, por comparación, nosotros seguimos en los últimos puestos, precisamente en dos regiones en donde el latifundismo está intocado.
Siguen las enormes extensiones de tierra muy fértil y muy buena para ganado bravo o caza, y últimamente ha llegado hasta un jeque del petróleo y se ha comprado en Extremadura una extensión de 8.000 hectáreas para no se sabe qué. Mientras, la tierra está totalmente infrautilizada, o utilizada para negocios que no son de repercusión social, y los jóvenes se están marchando porque no tienen condiciones para desarrollar su vida. Es una inercia que no hay quien la pare, y tan gorda que, como no ocurra algo que pare esta inercia, Extremadura en dos generaciones se va a quedar sin relevo generacional; y, al no tener salida al mar, no tiene acceso a la pesca, al comercio portuario, a astilleros o a playas turísticas, como Andalucía.
¿Cómo se puede revertir esa situación?
Me entristece que la emigración no cese, y sigo reclamando una reforma agraria que antes o después deberá hacerse, y así evitaremos que vengan de fuera a comprar fincas de 8.000 hectáreas. Cuando hubo que hacer una reforma agraria no se hizo y, a partir de la democracia, nadie ha vuelto a hablar de ello, cuando es absolutamente imprescindible para que la gente que nace en Extremadura se pueda quedar dedicándose a oficios agropecuarios o a trabajar en industrias transformadoras del potencial hortofrutícola que tiene Extremadura.
Nadie habla de reforma agraria, es como un tabú, y mientras no se ataque la esquizofrénica distribución de la tierra Extremadura no podrá crecer ni desarrollarse. Lo que nunca ha habido en el ánimo de los latifundistas ha sido una distribución de la tierra pensando en la función social de la misma. Habría que hacer una reforma agraria nueva y moderna, que consistiría no en repartir la tierra sino los beneficios que esta reportase cuando fuese tratada racional y científicamente; incluso podrían unirse tierras separadas para poder invertir, abonar, etc. La única salvación posible de volver a la tierra, que la tierra sea rentable y que se pueda vivir de ella, es la cooperativización, junto con una labor de pedagogía en escuelas e institutos instando a los chicos que nacen en Extremadura a valorar la importancia de la agricultura o ganadería modernas, como puede ser dedicarse a la Medicina o a la Educación.
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