Hay personas que nos cautivan, los vemos como auténticos triunfadores, nos parecen deslumbrantes y nos resultan un claro ejemplo del éxito social. Nos equivocamos al pensar que gozan de una aparente seguridad, cuando en realidad lo que esconden bajo su férrea armadura de hierro es una personalidad con escasos recursos a nivel emocional. Hablamos en este caso de la personalidad narcisista, hombres o mujeres que son incapaces de empatizar con los demás y que, en un principio, parecen nuestro espejo.
La convivencia con un narcisista acaba amoldándote a sus exigencias, que terminan siendo primordiales, dejando las propias necesidades en un lugar secundario. Si se les lleva la contraria o reciben alguna crítica se sienten vulnerables, ya que no toleran que alguien quebrante los esquemas que ellos mismos han creado.
Sus hábiles palabras distorsionan la verdad, llevando a pensar a la persona que está a su lado que es ella quien entendió mal, es torpe o mentirosa. La manipulación puede llegar al extremo de erosionar la confianza en el compañero.
Su dominio de ciertas tácticas, como la acusación, termina por hacer sentir culpable al otro, responsabilizándolo de cualquier problema que exista.
A menudo busca el beneficio personal a costa de infravalorar los logros o el físico del otro y exagerando los suyos, siendo la humillación el arma que utiliza cuando ve a su pareja como competencia.
Es difícil mantener en el tiempo una relación afectiva con una persona narcisista. La grandiosidad de la que gozan y a la cual hay que rendirse, junto a la fabulación que ellos mismos se llegan a creer, se suma al desgaste provocado por la incapacidad de reflexión, ya que no logran interiorizar que un diagrama de acordes, como es la vida, no está compuesto por una única nota individual, sino por varias notas tocadas a la vez.
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