Las tres primeras orejas cortadas en Madrid. Grada 131. Toros

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Las tres primeras orejas cortadas en Madrid. Grada 131. Toros
Ilustración: Enrique Martín

José María Sotomayor

La concesión de la oreja de un toro era una especie de cupón que antiguamente se daba al matador que realizaba una gran faena. Con ella como señal, podía retirar la res entera y vender su carne. Cuando comenzó a comercializarse la de las reses lidiadas, aquella costumbre desapareció, pero quedó la de entregar la oreja como galardón que reconocía, también, la realización de una buena faena. José Lara ‘Chicorro’ fue el primer matador a quien se le concedió una en Madrid. Fue el 29 de octubre de 1876. Se la cortaron al toro ‘Medias Negras’, de la ganadería de Rafael Laffite. La faena consistió en saltarlo con la garrocha, quebrarlo a cuerpo limpio, clavar tres pares de banderillas, de ellos dos de a cuarta, pasarle de muleta estrechándose mucho y, después de un pinchazo, hacerle rodar de una soberbia estocada. Fue en la trigésimo tercera corrida de toros, extraordinaria. Alternaba con ‘Lagartijo’ y ‘Frascuelo’ en la lidia de toros de Antonio Miura, Rafael Laffite y Marqués viudo de Salas. Se escuchó el grito, casi unánime, “que se lo den [el toro]”.

Pasaron 22 años hasta que se cortó la segunda en Madrid. Fue el 12 de mayo de 1898 y la recibió el modesto matador Leandro Sánchez de León ‘Cacheta’, por haber matado de una gran estocada a un toro de Faustino Udaeta que había sido rejoneado. Esta oreja, el presidente realmente le concedió las dos, pudo ser un precedente, aunque no tuvo continuidad por tratarse de una res de rejones, y no inició la costumbre, pues aún pasaron 12 años para que un torero tocara pelo en Madrid. Este honor le correspondió a Vicente Pastor, al cortar la oreja del toro ‘Carbonero’, de Concha y Sierra, el 2 de octubre de 1910. A partir de esta fecha empezó a ser cada vez más fácil obtener una oreja y, pareciendo poco una, surgieron las dos, luego el rabo, después la pata y, se hubiera vuelto al regalo del cadáver del toro nuevamente, si no pone fin a la abundancia de trofeos el Reglamento de 15 de marzo de 1962, que prohibió la concesión de la pata y otros despojos.

Se lidiaron aquella tarde cinco toros de la ganadería de Guadalest y uno, el corrido en cuarto lugar, de la vacada de Concha y Sierra. Con el madrileño, que abría cartel, alternaron Antonio Boto ‘Regaterín’ y Manuel Rodríguez ‘Manolete’. El de Concha y Sierra fue un bicho negro, bragado, gordo y bien colocado de defensas. El primer tercio (ese que, en aquella época, al decir de algunos que no la vieron, siempre resultó mejor que el de ahora) fue un desastre. Salió a relucir el pañuelo colorado. Los encargados de foguear al manso, José Balbestre y Emilio Moreno, lo hicieron valientemente.

Mientras salió Vicente Pastor para entendérselas con ‘Carbonero’ este se entretuvo en cornear y desbaratar una parte de la barrera. Comenzó el madrileño la faena con dos pases ayudados por bajo, consiguiendo que el buey doblara el cuello y se destroncara. Visto el resultado, resuelto, Vicente Pastor se metió entre los mismísimos pitones, con pases por alto, de pecho y hasta de rodillas. En cada envite se jugó la vida y la multitud enloqueció. Cuando el manso igualó, se perfiló muy cerca, a medio metro, miró al morillo y, derecho, metió el estoque hasta el puño. El ‘conchaysierra’ rodó sin puntilla. La plaza entera aclamó al bravo matador y el presidente, Lázaro Martín Pindado, por petición unánime, concedió la oreja solicitada. Fue como he dicho la segunda (la tercera si se tiene en cuenta la otra citada) que se concedió en Madrid.

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