Nacemos con dos ojos en la cara y otros (no sé cuántos) en el alma. Los niños ven con claridad lo que a los adultos se nos escapa.
Sonríe a un niño que no conoces de nada y te devolverá la sonrisa de manera automática; ahora atrévete a sonreír a un desconocido y puede que se sienta intimidado, crea que quieres algo y hasta puede que recibas amenazas.
Los años van enturbiando la vista de los ojos del corazón y a estos no se les puede poner gafas. Cada vez se van viendo las cosas más negras, hay menos pros que contras, la miopía aleja la ilusión y el daltonismo no permite distinguir el color esperanza.
Dicen que cuando falla un sentido, se potencian los otros. Esto no es un mito sino que se ha demostrado científicamente como lo confirma el trabajo de Guillermina López- Bendito, investigadora del instituto de neurociencias de Alicante y responsable del laboratorio del mecanismo celular y molecular de las conexiones cerebrales. Ahora bien, lo que ya va a ser más difícil de demostrar es que cuando fallan los ojos de la cara, se vuelven perfectos los del alma.
A mí no me hace falta ninguna investigación, lo compruebo cada vez que hablo con Susana.
Susana Mangut tiene unos enormes ojos en el alma. La conozco desde hace poco, pero es como si hubiera estado siempre ahí, cada vez que hace falta. Supongo que, como persona que es, tendrá sus días bajos, nubes negras que amenazan tormenta y hasta puede que le llueva por dentro y tenga que ponerse botas su alma para saltar charcos de lágrimas. Puede que se enfade con la vida, como tú, como yo; puede que alguna vez, sin permiso, se asome a la ventana de su corazón la ira. Puede que…
Pero nunca le escuché un reproche, nunca faltó en su cara una sonrisa, todo lo ve color esperanza; junto a ella todo es luz y alegría.
¿Quién es la ciega? Ella ve lo importante de la vida.
Julia Cortés Palma
