Marcas Pinocho

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A Pinocho le crecía la nariz cuando mentía, a mí me aprieta la corbata cuando me mienten .

Os preguntaréis a quién me dirijo, ya que en la actualidad el terreno del engaño es un sector tristemente saturado (políticos, bancos…) por distintos motivos; en mi opinión, el pensamiento individualizado y un precario sentido creativo, que fuerza la marcha hacia el camino ‘fácil’ y restringe la vista a nuevas vías alternativas.

En este caso se trata de las marcas comerciales.

Hoy en día diferenciarse en un mercado ya asentado es una tarea muy complicada; simplemente diferenciarse, ya no hablamos de conseguir una ventaja competitiva difícil de imitar, porque entramos en ámbitos casi utópicos y fantásticos.

En el mundo de las marcas, debido a la dificultad anteriormente descrita, se recurre en ocasiones a seducir, persuadir a los consumidores, a toda costa, asentando los cimientos argumentativos muchas veces en terrenos arcillosos e inestables, que a largo plazo son insostenibles.

Existen varias formas de engaño, o más bien, mentiras piadosas, como las de Pinocho, de ahí el origen del término; sin embargo, hay una manera predominante: es el tipo de verdad encubierta, camuflada, con un velo fino por encima, que se puede retirar cómodamente a conveniencia.

Tipografías desordenadas, mensajes encubiertos, eslóganes sugerentes o acciones sociales disuasorias, son algunos de los instrumentos establecidos arbitrariamente a fin de engordar una percepción ficticia en los consumidores y orientarlos hacia la compra.

La transparencia, hoy en día, en este y muchos más sectores se ha convertido en un reto social, cada vez más regulado, pero aún presente en las campañas de grandes multinacionales, cuya fuerza comunicativa se basa en ideas falaces subyacentes.

No se trata de criticar por criticar, ni de mirar el lado negativo por norma, se trata de hacer un llamado al pensamiento colectivo y evitar la ‘egolatría económica’ como principal y única directriz en la conducta comercial de las marcas.