Cristina Alonso
¿Qué nos pasa a las pymesarias? Todavía en algunas ocasiones nos falta confianza o arrojo para ocupar nuestro espacio, aun mereciéndolo.
Me van a permitir que este mes rompa una lanza en favor de otra de mis pasiones, el mundo de la mujer y de la pyme, y les explique el porqué de mi primera afirmación.
En abril ha tenido lugar en Badajoz la celebración de la décima edición de los Premios Grupo Ros. Para quien no los conozca, les resumo brevemente en qué consisten; se trata de una cena-gala que reúne a unas 300 empresarias y empresarios de la región, en ese sentido amplio del término región que existe en Extremadura y que pasa por incluir, tanto la zona alentejana de Portugal, como empresas radicadas en otras partes del país que tienen intereses en Extremadura por algún motivo. Junto a la empresa, asisten al acto instituciones y entidades diversas; todo ello en un ambiente distendido que nos permite disfrutar de unos espacios de ‘networking’ estupendos y, por supuesto, pagando cada uno su cubierto desde hace 10 años.
Pues bien, en el transcurso de la cena se entregan diversos premios en diferentes categorías a empresarios y empresarias. Algunos son por adjudicación directa por parte de la organización, pero existen unos seis u ocho para los que se precisa la presentación de candidatura por parte de los interesados. ¿Se imaginan qué escaparate tan bueno para dar a conocer lo que hacemos a otros?
Un inciso. Mi socio de vida (mi marido) es el principal responsable de esta iniciativa. Motivo por el que conocía las diferentes candidaturas, y cuando me pidieron opinión en ediciones anteriores acerca de la creación de una categoría de mujeres habíamos concluido que no, lo suyo es que las empresas puedan ganar el ‘Premio Veteranía’, por ejemplo, con independencia de que quien la lidere sea un hombre o una mujer.
Este año tuve la ocasión y el privilegio de ser miembro del jurado. Mi sorpresa fue mayúscula al comprobar el porcentaje tan exiguo de empresarias que se estaban inscribiendo como candidatas a los premios cuando yo, que solo conozco a un pequeño porcentaje de las mismas, sé de muchas iniciativas empresariales lideradas por mujeres. Estaba tan desconcertada que agarré el teléfono y llamé a un montón de empresarias animándolas a presentarse. La sorpresa fue en aumento. Me encontré con tres tipos de reacciones.
Por un lado, las que dijeron que no lo habían pensado pero que se disponían inmediatamente a presentarse (les confieso que este grupo fue, por mucho, el menos numeroso); por otro, las que alegaron incompatibilidad familiar con la hora de la gala (un número escaso aunque sorprendente); y finalmente, las que respondieron que cómo iban ellas mismas a inscribirse como postulantes a un premio, que no creían que se lo merecieran, que no tenían trayectoria suficiente… (¿Trayectoria para presentarse al ‘Premio Juventud’, por ejemplo, que premia a las jóvenes iniciativas empresariales con independencia de la edad de sus líderes?). Esta última fue la respuesta-resistencia de la mayoría.
Mis conclusiones son que los empresarios varones, por lo general y en nuestra experiencia, no suelen alegar dificultades relativas a la conciliación familiar para asistir a la cena; un par de casos en los últimos 10 años.
Los empresarios varones no tienen problema, por regla general, para proponer sus propias candidaturas. Es nuestra experiencia a lo largo de estos 10 años. Dicho de otro modo: a las empresarias nos cuesta más presentarnos a nosotras mismas como aspirantes a un premio o creemos que nos lo merecemos menos. Nos ponemos el listón más alto… ¡a nosotras mismas! Nos falta confianza, ‘habitualidad’, no estamos tan acostumbradas a participar como candidatas. Los empresarios varones llevan haciéndolo más años, es cierto.
La idea al escribir estas líneas es animar a todas esas magníficas mujeres que lideran empresas a romper con este tipo de conducta ¿aprendida?, que nos sitúa jugando un rol que no es el que nos corresponde ni, por supuesto, el que nos merecemos.
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