Se trata de una película del año 2000 centrada en el efecto, dirigida por Darren Aronofsky y basada en una novela de Hubert Selby Jr.
La experiencia inmersiva hoy en día se busca con la constante actualización digital y el tratamiento de las imágenes que traspasen la pantalla: el cine en 3D, la realidad virtual, la tendencia de ‘música en 8D’, o el reproductor interactivo creado por Netflix para la serie ‘Black Mirror’, donde el espectador decide qué hacen los actores. Pero en el año 2000 aún no disponíamos de esta tecnología; la suerte es que Aronofsky sabía cómo adelantarse a ella.
Una de las secuencias más famosas es la sucesión rápida de planos detalle y sonidos que apenas duran un segundo y que se repiten durante toda la película. Ya de por sí, un plano detalle muestra una acción muy cerca para que entres en la escena de forma directa; además, se busca el impacto visual del que no puedes apartar la vista porque llena la pantalla. Cuando vemos una pupila, jeringuillas o cocaína con la nitidez de una apertura de diafragma de f/1,4 no nos puede provocar otra cosa que no sea agobio, y nos hace respirar hondo cuando acaba.

Otro recurso para meternos algo en la cabeza hasta que lo interiorizamos es la repetición, diálogos idénticos, los mismos planos, y escenas una y otra vez, que surten el efecto de convicción que la publicidad utiliza cada día. En ‘Réquiem for a dream’, enfocándonos solo en la parte argumental del personaje de Sara Goldfarb, la repetición de la escena de la nevera abriéndose vacía, el sonido del estómago, las conversaciones sobre el peso y las alucinaciones con la comida… nos obligan a sentir hambre casi sin que nos demos cuenta.
Como novedad para el cine, aunque se usó en un par de películas antes, se popularizó casi un precedente a la realidad virtual, el Snorricam, creado por los hermanos Snorri. Se trata de un soporte estabilizador colocado en el cuerpo del actor que se graba a sí mismo, es decir, un plano subjetivo del revés; la sensación que se consigue es de mareo o vértigo, ya que vemos inmóvil al personaje pero la localización está en movimiento. Esta estructura, acompañada de ópticas muy angulares y ojos de pez, y sumándole algunos efectos como ‘time lapses’, escenas con velocidad acelerada y rastro de movimiento, nos aturden constantemente.

Siguiendo con la imagen, no es lo mismo ver a un personaje marearse que ver la pantalla borrosa y a cámara lenta, porque ya no es el personaje quien está mareado, somos nosotros; el plano subjetivo es clave en la experiencia inmersiva, y más cuando tratamos con estupefacientes; es apropiado decir que el primer plano de este tipo en la historia del cine fue de un personaje que volvía a casa borracho, la imagen se veía desenfocada y poco estable.
Pero no todo entra por los ojos. Dejando a un lado la banda sonora, una de las más famosas, escuchamos durante una hora y cuarenta minutos distorsiones digitales, ruidos molestos, filtros de paso bajo en conversaciones que se pisan unas con otras, interferencias, relojes, crujidos y multitud de sonidos del propio cuerpo humano. Por destacar una escena de las más llamativas, la de la cárcel, donde la imagen se mueve de arriba a abajo y el sonido de la interferencia es insoportable. Por su parte, Aronofsky ha seguido haciendo películas de este estilo, sin embargo, la última, ‘Madre!’, provoca ansiedad constante de principio a fin sin contar con ningún tipo de banda sonora.
‘Réquiem for a dream’ ha trascendido, a pesar de tener una trama sencilla, por destacar en la manera de filmar los estados mentales, y la originalidad en técnica, sin duda es asignatura obligatoria para cualquier aficionado al cine.
