A veces se cruzan personas o circunstancias en nuestro camino que nos llevan a reforzar no solo el sentimiento de amor hacia los demás, sino también la forma de actuar hacia el mundo.
Contaré algo que me sucedió este verano e hizo que me diera cuenta de que todos estamos más conectados de lo que pensamos, y que ni la distancia, ni la cultura, ni siquiera el lenguaje nos separa.
Mientras disfrutaba mirando a través del objetivo, intentando fotografiar la última luz del atardecer en un país diferente, otra mirada y otras manos recogían mi mochila del suelo. No sé exactamente qué sucedió, pero tras notar su falta recorrí la zona varias veces, hasta que finalmente la di por perdida y decidí denunciar en comisaria.
Fueron unas horas de angustia y ajetreo hasta solucionar de la mejor manera posible la desaparición de los objetos que había en ella, tarjetas, medicación, etc.
En esta ocasión mi móvil estaba desbloqueado, rápidamente llamé a la compañía telefónica para que bloquearan las llamadas y dejaran tan solo la opción de los mensajes de WhatsApp. Fue gracias a ellos y a tres personas con gran humanidad, el señor de pantalón raído que recogió la mochila y no hablaba mi idioma, la dependienta de la tienda donde este señor entregó la mochila y que puso todo su empeño en localizarme a través de uno de mis contactos, y el amigo que dedicó su tiempo y esfuerzo para dar la información necesaria y que la mochila volviera a mis manos. Cuando la tuve en mi poder no pude por menos de emocionarme, mi esperanza de encontrarla se había hecho realidad.
Esa tarde me dejó una gran enseñanza de vida: si algo no es correcto no lo hagas; si no es verdad no lo digas; si lo que encuentras no es tuyo será de alguien, no lo tomes en propiedad.
¿quieres saber más?
