Verónica Rodríguez Bravo. La lucha contra el cáncer desde Nueva York. Grada 91. Perfil

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Vinculada a Extremadura por sus orígenes y por el afecto que se va creando durante tantas visitas a la tierra de sus padres, ejerce en el Memorial Sloan Kettering de Nueva York como investigadora asociada.

Lourdes Sangrós / José Antonio Cano
Fotos: Cedidas

Cuando Rogelio Rodríguez y Cristina Bravo se marcharon de la localidad pacense de Siruela en los años 70, camino de Barcelona, no podían imaginar que, con el paso del tiempo, su hija Verónica daría un salto aun mayor para desarrollar una prometedora carrera profesional en Nueva York en el campo de la investigación del cáncer. Vinculada a Extremadura por sus orígenes y por el afecto que se va creando durante tantas visitas a la tierra de sus padres, su curiosidad le llevó a estudiar Biología en la Universidad de Barcelona, donde se doctoró en Biología Celular y Anatomía Patológica, con calificación ‘Summa cum laude’ y premio extraordinario incluido. Tras un año de postdoctorado en el departamento de Medicina Oncológica del UMC (Universitair Medisch Centrum) de Utrecht y cinco en el Memorial Sloan Kettering de Nueva York, desde hace dos años ejerce en este prestigioso centro especializado en oncología como investigadora asociada, centrada en aprender cómo se originan los tumores y cómo progresan, y cómo utilizar esos conocimientos en futuras terapias anti-tumorales.

Tus padres nacieron en Siruela y durante muchos años has visitado Extremadura con ellos; ¿qué percepción tienes de la región desde la distancia?
Extremadura siempre ha sido para mí un lugar muy especial por su gran riqueza natural, cultural, histórica, pero principalmente humana; lo que la hace especial y diferente es su gente. Por mi trabajo he conocido ambientes y personas muy distintas y Extremadura no tiene nada que envidiar; su gente, de Extremadura y de Siruela en concreto, me maravilla por su cultivo de lo tradicional pero ligado también al interés por lo nuevo, por su entusiasmo y persistencia ante los retos, o por su capacidad emprendedora a pesar de las limitaciones económicas de la región. Tal vez haber sido durante demasiado tiempo esa gran joya injustamente desconocida haya favorecido el cultivo de una identidad más pura, menos condicionada a modas pasajeras, a moldes, y más valiente. Me gustaría que Extremadura gozara de mayor relevancia pública, que recibiera más atención mediática por sus iniciativas culturales, económicas, sociales y científicas. Y no vendría mal que esa atención viniese acompañada de mayor inversión estatal para favorecer el arraigo de esas ideas emprendedoras y atraer talento.

¿Conservas el contacto con Siruela? ¿Tienes algún rincón favorito o con un recuerdo especial en Extremadura?
A pesar de la distancia sigo muy conectada a Siruela. Mis padres pasan allí largas temporadas y la familia y los amigos me mantienen al día. Me encanta echar un vistazo a través de la webcam instalada en el ayuntamiento, tenemos una ventana a la Siberia y podemos sentirnos algo más cerca. Tengo miles de recuerdos y rincones favoritos, pero quizás lo más vívido en mi memoria cuando pienso abstractamente en Extremadura son sus paisajes. Como rincón favorito elegiría la zona de la ermita de Nuestra Señora de Altagracia, aunque también he disfrutado de otras zonas de Extremadura más allá de la comarca de la Siberia, como Trujillo, Guadalupe, Cáceres o Mérida, donde pude disfrutar de alguna obra en el Teatro Romano.

¿Qué se siente al saber que el ayuntamiento de Siruela ha pedido que se te otorgue la Medalla de Extremadura?
Cuando el año pasado recibí un correo electrónico de la Universidad Popular de Siruela y del Ayuntamiento, en el que me informaban de su decisión de presentar mi candidatura, si yo estaba de acuerdo, no daba crédito. Creo que no lo merezco pero lo veo como una oportunidad de promover Extremadura y Siruela. Sentí una mezcla de agradecimiento, emoción, respeto y a la vez responsabilidad de estar a la altura. Este año están empeñados de nuevo en ello, y tras asumirlo siento que es un orgullo muy grande que el pueblo en el que nacieron mis padres, mis abuelos, mis bisabuelos… haya pensado que yo les pueda representar, a ellos y a miles de hijos de emigrantes, a familias forjadas en unos orígenes humildes, que abrieron nuevas vías para procurar un futuro educativo a sus hijos para que se abrieran camino sin miedo persiguiendo sus sueños.

¿Qué te llevó a estudiar Biología?
Cuando era niña me encantaban los dibujos animados del cuerpo humano o las ciencias naturales, y cuando unas Navidades tuve un microscopio seguía a mi madre para conseguir muestras de los restos de lo que usaba para cocinar. Quería ser científica, pero también escritora o pintora, algo que me torturaba un poco, pues parecía que debía tener muy claro una vocación y elegir desde temprana edad entre ciencias o letras. En Estados Unidos son muy diferentes, prefieren probar diferentes cosas aunque suponga acabar tu formación tres o cuatro años más tarde. Cuando estaba acabando COU acudí a sesiones informativas en la facultad de Biología y en la de Bellas Artes, y llegué a la conclusión de elegir aquello que no pudiese aprender por mí misma, algo para lo que necesitase una formación muy rigurosa. Con los años he aprendido que la vida es muy larga y hay tiempo para todo, de hecho recientemente conseguí un certificado de diseño gráfico en Nueva York y cumplí uno de mis otros sueños, así que uno nunca debe abandonar sus pasiones y, si puede ser, combinarlas.

¿Y después de terminar la carrera, cómo surgió el interés por la investigación, y concretamente por el cáncer?
Desde que empecé a estudiar Biología tuve muy claro que quería entender por qué las células se volvían cancerosas, y mi interés se centraba en una asignatura de último año de carrera, Biología Celular y Molecular del Cáncer. En el último curso hice unas prácticas en un laboratorio del CSIC en Barcelona y busqué información sobre los laboratorios que estudiaban la división celular y sus mecanismos de regulación, así como las alteraciones en tumores, para hacer la tesis doctoral en ese campo. Comencé mi tesis doctoral en el Departamento de Biología Celular de la Facultad de Medicina en el Hospital Clínico de Barcelona. Mi interés era combinar un análisis molecular y celular de los mecanismos responsables de los errores en la repartición de los cromosomas y la asociación de esos errores a tumores humanos. Para ello comencé mi trabajo en Nueva York en un centro de investigación del cáncer de referencia mundial y llevo años colaborando con el Dr. Josep Domingo-Domenech, un oncólogo especialista en el estudio de los mecanismos que promueven la adquisición de características agresivas a las células tumorales que derivan en resistencia a las terapias convencionales. Actualmente estamos intentando integrar el estudio molecular y celular de mi especialidad con modelos de cánceres humanos que él estudia.

¿En qué consiste la investigación que has llevado a cabo durante estos últimos seis años?
He realizado estudios de relevancia para identificar nuevas terapias contra el cáncer. En un primer estudio ayudé a identificar que los tumores humanos tienen células madre tumorales, llamadas ‘células fantasma’, resistentes a los tratamientos estándar; además se identificó una nueva terapia contra el cáncer que actualmente está siendo desarrollada en pacientes con cáncer de próstata. En un segundo estudio encabecé la investigación que descubrió un ‘reloj celular’ que previene que las células normales acumulen errores cromosómicos y ganen potencial maligno. Y este año hemos descubierto un ‘gen maestro’ que cuando se expresa confiere agresividad a las células tumorales de pacientes con cáncer de próstata. Estos trabajos están permitiendo obtener muchas pistas para seguir investigando e identificar nuevas dianas terapéuticas que está previsto que mejoren el diagnóstico y tratamiento de pacientes con cáncer.

Tu investigación tiene una gran importancia para entender las alteraciones cromosómicas, propias del cáncer pero también de trastornos genéticos como el Síndrome de Down. ¿Hasta qué punto se pueden considerar inevitables?
Las alteraciones cromosómicas per se no son inevitables, es un proceso al azar que ocurre por el simple hecho de estar vivos y tener células que se dividen. Pueden deberse a un fallo en la división celular, algo que seguramente esté ocurriendo en nuestro cuerpo ahora mismo, pero tenemos muchos mecanismos de protección que detectan estos errores y los corrigen, y si los daños son tan grandes que no existe reparación en una situación normal se induce la muerte controlada de la célula afectada. Sin embargo, en un contexto cancerígeno las células pueden haber ido acumulando mutaciones que les permitan dividirse de manera indefinida y sin control, o abandonar un tejido y colonizar otros, las metástasis; en este contexto hay varios tipos de genes que están mutados en muchos tipos de tumores y que afectan el funcionamiento al 100% de los mecanismos de seguridad de nuestro cuerpo, permitiendo que células con una carga aberrante de cromosomas u otras alteraciones continúen vivas y se reproduzcan. Sabemos que hay un nivel de aberración cromosómica que es incompatible con la vida de las células, y lo que perseguimos es buscar el punto débil de esas células con errores cromosomales y atacarlas. Si podemos controlar esos mecanismos y atacarlos será una manera prometedora de eliminar esas células alteradas.

En el caso del síndrome de Down es más complicado, porque son errores asociados a la edad de los óvulos femeninos, difíciles de manipular una vez se ha producido el error. Desafortunadamente solo contamos con la capacidad de detectar a posteriori en un embrión si hay un número alterado de cromosomas, como las tres copias del cromosoma 21 en el Síndrome de Down, aunque seguro que en el futuro existirán maneras de monitorizar la dotación de cromosomas.

Recientemente has recibido un premio de investigación en el centro donde trabajas, el Memorial Sloan Kettering Cancer Center. ¿En qué consiste y que sentiste al recibirlo?
El premio es el reconocimiento de la institución a sus jóvenes investigadores con gran proyección de futuro, al impacto de sus trabajos en la comunidad científica y en la investigación del cáncer. En lo personal es un premio muy emocionante. Viniendo de España las cosas nunca son fáciles, hay que demostrar muchísimo más. Es increíble que te reconozcan en el centro de referencia de cáncer en Estados Unidos. Me siento especialmente orgullosa por mis padres y abuelos, que con unos orígenes labriegos en Siruela, con mucho esfuerzo y determinación tuvieron la valentía de abrir caminos, y ahora yo sigo sus pasos. Cuando pienso en todo ello me emociono. Todo se lo debo a ellos y a su ejemplo.

¿Cómo se origina el cáncer y por qué es una enfermedad cada vez más extendida?
El origen del cáncer es la acumulación de alteraciones genéticas que acaban dotando a las células de crecimiento ilimitado y características agresivas. Que seamos una especie cada vez más longeva es lo que motiva que haya más casos de cáncer, además de ciertos estilos de vida y factores ambientales que pueden favorecer ciertos tumores. Cuanto más vivimos más errores podemos ir acumulando en nuestro genoma que puede disparar la aparición del cáncer. En el cáncer hay un motor, la mutación que dota de nuevas capacidades a la celular cancerígena, y después una selección, que o bien elimina esa célula o hace que se adapte, como un mecanismo darwiniano. Ahí es donde está la batalla actual, conocer el origen de un tumor, las mutaciones que ha acumulado, o las vías que ha aprendido a utilizar para hacerse resistente a terapias.

¿Es el cáncer una enfermedad hereditaria? ¿Y con un componente genético?
El cáncer es hereditario en un 5 a 10% de los casos, como los genes llamados BRCA, que pueden ser heredados mutados y dan una predisposición muy elevada a cáncer de mama. Además, todos los tumores tienen un componente genético, siempre tiene que haber un cúmulo de alteraciones genéticas que dan la base para el desarrollo de tumores.

¿Existen en España recursos y científicos preparados para luchar contra el cáncer?
España destina pocos recursos a investigación, de lo que va sobrada es de buenos científicos, tanto que los exporta a otros países. De hecho, los investigadores españoles en el extranjero están altamente valorados. Generalmente tenemos una muy buena formación científica, estamos acostumbrados a ser persistentes y trabajar duro y eso se aprecia mucho. España tuvo un momento dorado de inversión en investigación, del que yo y muchos de mis contemporáneos somos producto. Cuando acabé la carrera, en 2002, había más opciones de obtener becas predoctorales, empezar la tesis doctoral era más accesible, otra cosa era persistir y acabarla. El problema es que esa cantera que se estaba formando no tenía un futuro proyectado real, no existía un plan de seguimiento para absorber científicos a la misma velocidad que se formaban.

Además, a partir de 2008, las políticas económicas perjudicaron la inversión en I+D y aún continúan siendo muy precarias, lo que ha supuesto un frenazo a la formación de investigadores y, lo más triste para los que nos formamos bien en España, la imposibilidad de desarrollar tu carrera científica con garantías en tu país. Todo científico se enriquece de la formación en centros de referencia mundial, pero la idea en cualquier país es que sus científicos formados en el extranjero han de volver a enriquecer el suyo con sus conocimientos adquiridos, algo que no sucede en España, donde el desarrollo profesional es casi impensable para la mayoría. Por eso muchos jóvenes científicos, con una formación excelente en centros de investigación internacionales, no vuelven, o lo hacen en condiciones precarias, con un futuro incierto y con pocas posibilidades de progresar y copar puestos de responsabilidad y liderazgo. Es la paradoja del sistema de I+D español, grandes científicos formados que no se recuperan.

¿Hay una mayor preocupación en la sociedad estadounidense por encontrar una cura para el cáncer o se investiga más porque hay más fondos para ello?
Yo creo que la preocupación por la cura del cáncer es igual en todos los países desarrollados. Pero en Estados Unidos existen varios factores que, combinados, son un gran motor generador de conocimiento y de resultados científicos: la gran competitividad, el deseo de ser los mejores, el conocimiento es una gran prioridad para su modelo de país; la decisión de invertir en ello a nivel estatal con muchos millones de dólares que salen del presupuesto federal, a través del NIH (National Institute of Health); y la filantropía, que comenzó hace un siglo como una competición entre millonarios para dar nombre a bibliotecas, universidades, hospitales o centros de investigación, y se ha convertido en una práctica muy extendida, por sus ventajas fiscales y por considerarse un acto de generosidad y altura moral devolver a la sociedad cuando se ha conseguido tanto. Aun así, en todas partes es un reto conseguir financiación, existe un proceso muy estricto en el campo científico para desarrollar proyectos, y eso se ha acrecentado en todos los países desde 2008.

¿Crees que algún día se podrá erradicar esta enfermedad?
Cada vez estamos más cerca de cronificar la enfermedad y tenerla muy controlada, aunque el cáncer es muy complejo genéticamente, y por eso se necesita tiempo.

¿Crees que de haber vivido en Extremadura habrías tenido las mismas oportunidades o inquietudes para dedicarte a la investigación científica?
Creo que sí, porque toda mi formación ha sido en la universidad pública; vengo de una familia de clase trabajadora, y de haber vivido en Extremadura hubiera estudiado en la universidad igual que en Barcelona. Lo único que hubiera variado es la interacción con personas clave que he encontrado en mi camino, aunque creo que esas personas también las podría haber conocido en Extremadura. Yo creo en las oportunidades para todos los que se esfuerzan, independientemente de su origen o condición.

¿Qué proyectos profesionales tienes a corto plazo?
Quiero darle forma a varios estudios en los que estamos analizando unas vías nuevas que confieren agresividad a las células tumorales. Y sobre todo me gustaría poder transmitir mis conocimientos a estudiantes, el futuro pasa por formar muy bien a las próximas generaciones de científicos.

¿Piensas regresar algún día a España y seguir con tus investigaciones científicas?
Siempre he tenido la vuelta a España en la mente, la pregunta es cuándo y cómo. Cuando me marché quizá daba por hecho que después de ganar experiencia en el extranjero la vuelta estaba asegurada, pero eso fue antes de la crisis económica, así que me lo quité de la cabeza bastante pronto. Los años pasan y la realidad es que es mucho más fácil dedicarme a mi trabajo en el extranjero, porque hay una falta absoluta de ofertas para liderar laboratorios en España para gente joven. Sin embargo he aprendido a no pensar en España con melancolía sino de manera positiva. Voy en vacaciones, a disfrutar de la familia, los amigos, la comida y el clima. Ojalá cambie la situación en un futuro, somos muchos los que estaríamos dispuestos a volver si las cosas funcionasen de otra manera.

¿Qué aconsejarías a los estudiantes universitarios que tengan interés por la investigación?
Que nunca se queden sin probar algo. Si piensan dedicarse a la investigación pueden empezar a hacer prácticas en laboratorios de los departamentos universitarios para tener un primer contacto. Y que no tengan miedo a salir fuera. Cuanto antes mejor, para hacer la tesis doctoral por ejemplo, y que sean persistentes, da igual que te hayan hecho pensar que no eres lo suficientemente bueno, o que tu universidad no está entre las 200 mejores del mundo, que mantengan una idea en su cabeza y vayan a por ella. Aprender y absorber, y siempre aspirar a lo más alto manteniendo la curiosidad y con la humildad de que siempre hay mucho que aprender.

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