Inmaculada González
Este mes presento a un pintor neoyorkino desconocidísimo cuya obra se mueve entre el Pop Art y el Expresionismo, un pintor adelantado a su tiempo. Alex Katz se caracteriza por una obra figurativa de grandísimos formatos en donde la fragmentación es la constante.
Este artista nonagenario, cuyas obras están expuestas en el MoMA, el Whitney Museum, el Metropolitan Museum, el Centre Georges Pompidou, la Tate Gallery o el Museo Reina Sofía, entre otros, nos muestra unos lienzos dominados por un gran confinamiento, dando fiel testimonio de recogimiento e incomunicación. Él no es partidario de ahondar en el mundo interior de los retratados, el apego emocional no encaja en su personalidad.
En ‘3 de enero’ encierra el retrato de su mujer, Ada, entre dos paneles de paisajes audazmente simplificados, consiguiendo poner de manifiesto el ambiente de inmaterialidad en el que se mueve la retratada. Una luz fría envuelve la escena aumentando aún más la sensación de aislamiento e irrealidad. Como resultado da lugar una pintura con poca profundidad, de líneas descriptivas limpias, de composiciones planas sobre fondos neutros, dibuja figuras con el contorno negro y rellenas con colores planos. Su técnica se debe en gran medida a la forma nítida del arte comercial y la ilustración.
Alex Katz no lo tuvo fácil en sus inicios. Él adaptaba su propia lógica a su mundo artístico, y no existía crítico capaz de ubicarle dentro de un movimiento. Fue muy arrinconado, y tal es así que llegó a escribir: “Gracias a ese tiempo de marginación e incomprensión conseguí encontrar el estilo que más me encajaba”.
Los padres de Katz llegaron a Brooklyn huyendo de la revolución bolchevique, tenían alma de artistas, en las paredes de su casa siempre colgaban cuadros. Siendo artísticamente tan sensibles no es de extrañar que apoyaran incondicionalmente a su hijo. Trabajó muy duro, pintaba constantemente. Katz admitió la destrucción de mil pinturas durante sus primeros diez años como pintor, a fin de encontrar su estilo. Desde 1950 trabajó para crear un arte más libre. Él intentó pintar “más rápido de lo que podía pensar”. Decía que “el talento no existe, es un tema de ambición y energía”, y es obvio que él lo tenía.
En la obra de Katz la figura femenina es asidua protagonista. Desde que en 1957 conociera a su esposa Ada, ella ha sido uno de los temas más recurrentes de su obra. Según él, Ada era una mujer fantástica y elegante, su madre solía llamarla Miss América por lo guapa que era.
Este autor admite que en su pintura no hay un tema. Todo tiene que ver con el tiempo, con el presente inmediato. Sus temas son la luz, el tiempo y la belleza.
Katz reconoce que, a su edad, su objetivo básico es poder levantarse por las mañanas porque, cuanto mayor te haces, más simple es todo.
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