Vinos sin fronteras

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Vinos sin fronteras
Foto: Cedida

Es un misterio cuándo el ser humano empezó a beber sin tener sed y comer sin tener hambre. Y también por qué nos suele invadir la necesidad casi inmediata de contarlo, enseñarlo, compartirlo… Pero no hablo de ‘perder el culo’ por subir la foto a las siete redes sociales de turno y escribir el pie de “aquí, sufriendo”, sino de conocer, explicar y contrastar con el prójimo lo que estamos experimentando. Lo que viene siendo un diálogo, no un monólogo. Por eso, hablemos aquí de placeres pero en su idioma, usando nuestro propio lenguaje, partiendo de esa grandeza del vino (junto a otros amigos suyos) y la gastronomía pero acercándolos a nosotros en vez de alejarlos con piruetas a veces indescifrables, empezando desde lo pequeño hacia a lo grande.

Me atrevería a decir que en todo el universo gastronómico no hay producto que tenga tantas formas, elaboraciones, momentos diferentes, virtudes y conversación como el vino. De hecho, cuando oímos a alguien decir “a mí es que no me gusta el vino”, suele ocurrir solo que quizá no ha encontrado bien por dónde empezar de forma más cercana a sus gustos. ¿Cuántas cosas disfrutamos hoy que al principio no nos parecían agradables o no les encontrábamos su sitio y resulta que ya no vivimos sin ellas? A algunos les ha pasado hasta con el running.

“Vale, ¿entonces por dónde demonios puedo empezar?”. Podemos partir de la actitud frente al vaso: no solo los nacidos para ello bajo el signo de capricuario son capaces de captar y entender el vino. Todos somos capaces de catar, degustar un producto y formar nuestra opinión en base al gusto. Otra cosa diferente es el entrenamiento, el trabajo y el enfoque de un profesional, pero estamos hablando de deportes diferentes aunque deberían ser compatibles, complementarios y ‘cuqui-friendly’ entre sí. Tampoco ayuda el “póngame una caña, por favor”. Vale que a veces es lo que pide el cuerpo, perfecto, pero me refiero a que existe tal variedad de propuestas por algo, a que si llegamos pidiendo cualquier cosa pues nos van a servir cualquier cosa y a lo peor, en un vaso y temperatura inadecuados con mil posibilidades más de que creamos que no nos gusta lo que tenemos delante. Mirar, preguntar, probar, escuchar al vaso, seleccionar, crear tu propio gusto… para eso están ahí todas esas botellas, no para adornar estanterías.

Si no le hemos prestado nunca mucha atención al vino, meterse directamente con un tinto seco puede ser como querer cargarse el monstruo final del juego antes de pasarse el resto de las pantallas, ya que suelen ser (subrayo ‘suelen’, porque aquí no hay ‘siempres’ ni ‘esto es así y punto’) más complejos, expresivos y en esas primeras impresiones en boca se pueden acusar un poco los grados de alcohol. Pero existen otros posibles puntos de partida con más sentido, que ya luego el propio paladar irá pidiendo por dónde explorar este jardín inquieto y dinámico.

Una buena opción puede ser buscar un vino blanco tranquilo (es decir, no espumoso), pero que sea semiseco, semidulce o de los llamados de vendimia tardía (al sobremadurar la uva genera un poco más de azúcar que luego se queda sin fermentar y deja un toque de ligero dulzor). En estos casos se trata de que el dulzor compense la acidez, la cual es muy necesaria para que un blanco sea fresco, pero que puede producirnos cierto rechazo cuando es muy viva y sobresale, ya que, salvo el sabor dulce, los demás sabores por sí mismos nos resultan en principio desagradables a los humanos. Todos recordamos esa imagen de algún niño pequeño chupando limón… y de alguno no tan pequeño.

Otra sugerencia es que probemos diferentes momentos; es decir, no es igual tomarlos solos que acompañados con comida, tomarlos de aperitivo, de postre… para encontrar su sitio. El botón de muestra: ese blanco con cierto dulzor y aromas afrutados acompañando a un queso puede ser como poner encima del queso esa gota de mermelada que lo contrasta, compensa y mejora, solo que aporta una textura y sabor diferentes en nuestra boca, proporciona y abre la puerta a nuevas sensaciones y platos.

Tan importante son el vino que tomamos y el momento como a qué temperatura lo tomamos. Ese mismo blanco con dulzor y caliente se puede convertir en un cuñado pesado, pastoso e insoportable al que no queramos volver a llamar.

Si pensabas que no, pues estamos viendo que sí, hay muchos vinos en uno. Que vuestro paladar vaya hablando.

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