Foto: Eduardo Sierra
Nacido en Badajoz en 1979, Jesús Ortega es el bailaor extremeño de flamenco más internacional; no en vano ha paseado el nombre de Extremadura por tablaos de varios países, entre ellos Estados Unidos y Japón. Sigue admirando el baile flamenco con la misma humildad y respeto que tenía el día que se topó con esta expresión tan profunda y humana, cuando con tan solo 8 años decidió entregar su vida a este arte. Decidió mostrar sus cualidades como bailaor a los 10 años, debutando con la escuela de Alfonso ‘El Maleno’ en Badajoz.
¿Qué te interesó antes, el baile o el flamenco?
Fueron ambas cosas de la mano, porque realmente lo que me llamó fue la música; estaba jugando de pequeño y escuché una música, en aquel entonces eran sevillanas porque era lo que se bailaba en los años 80 y 90, más que flamenco. Lo primero que me llamó fue la música, y cuando vi bailar eso fue lo que me cautivó.
¿Qué es el baile flamenco para Jesús Ortega?
Es difícil de explicar. Para mí el flamenco, más que una forma de vida es una necesidad en mi vida. Me levanto por la mañana y necesito expresarme. Era muy tímido de pequeño, me costaba mucho hablar, y era parecido a los japoneses en ese aspecto, lo usaba como método de expresión y de desahogo, sobre todo. También por mi tendencia sexual era muy introvertido, y gracias al baile pude romper un poco con la sociedad.
¿Qué queda en ti de aquel joven de 17 años que abandonó Badajoz camino de Sevilla y se fue a trabajar en la compañía de la bailaora y coreógrafa Cristina Hoyos?
Queda la misma ilusión, o más. Me fui a Sevilla literalmente con una maleta, sin saber siquiera si me iba a quedar a dormir, porque no sabía si me iban a coger en la compañía; salió bien la prueba y tuve que buscar dónde dormir. Aquello era un sueño, lloré de emoción y entonces me prometí a mí mismo que, si entraba en la compañía de Cristina, cada vez que me pusiera las botas para subirme a un escenario le agradecería aquella oportunidad, y actualmente lo sigo haciendo antes de cada actuación.
Miro atrás y, para no perder nunca la ilusión, cierro los ojos y recuerdo aquel niño que empezó a bailar, porque con los años y en un mundo tan difícil como el del flamenco, con los años se puede ir perdiendo esa ilusión. Yo, que me dedico a bailar y también a la docencia, si perdiese esa ilusión haría otra cosa; seguramente sería empresario, pero montaría otra cosa que no tuviera ninguna relación con el flamenco ni con el baile.
¿Qué supuso esa experiencia y, en concreto, la figura de Cristina Hoyos?
Fue un antes y un después, me lo dio todo; en Badajoz, cuando empecé en la escuela de Alfonso ‘El Maleno’, se bailaba, pero no tanto flamenco sino más bien sevillanas. Estoy muy agradecido a esa primera época, porque bailé mucho y en muchos escenarios, pero cuando me fui a Sevilla con 17 años a la compañía de Cristina me di cuenta de que no sabía apenas nada. En ese sentido empecé a bailar muy tarde, y en solo tres años con Cristina Hoyos cogí un nivel suficiente para bailar en una compañía como la suya. Entonces era un niño de Badajoz que iba todos los días a Sevilla y volvía, durante toda la semana, viendo cómo se bailaba allí; yo no sabía nada y me quedaba hasta la madrugada en casa ensayando, y luego me levantaba para ir a la Universidad.
Cristina me dio la oportunidad de mi vida porque a partir de entonces soy lo que soy, y si he conseguido lo poco o mucho que tengo es gracias a que vería algo en mí para confiar en mis capacidades. Entré de figuración, seguí bailando en el cuerpo de baile y de coreógrafo con ella, como solista, y ahora es como mi madre.
A partir de entonces empieza tu carrera en solitario.
Yo creo que tomé una buena decisión, y es que tenía compañeros que solo bailaban en la compañía de Cristina, pero yo también hacía cosas por mi cuenta en Badajoz. Siempre he desarrollado mi propia carrera en solitario simultáneamente con mi dedicación al cuerpo de baile en la compañía de Cristina Hoyos.
En 2011 Cristina dejó la dirección del Ballet Andaluz y cada uno emprendió su camino. En 2012 me fui a Japón seis meses y a partir de entonces me desvinculé un poco de la compañía de Cristina; tras ese tiempo volví a Badajoz para montar una escuela, porque mi ilusión también es la docencia, ayudar humildemente a que la gente de aquí no se tenga que ir porque no haya nada en nuestra tierra; que la gente se vaya porque quiera irse, no porque tenga que irse.
¿Qué ha aportado en tu carrera el país nipón y qué has intentado aportarle tú?
La primera vez que estuve en Japón fue en 2002, con la compañía, y me agobié mucho, no entendía nada ni del lenguaje ni de los símbolos, hasta la forma de expresarse con las manos no tiene nada que ver, y me daba pánico perderme.
Pasaron los años y tras el accidente de la central nuclear de Fukushima se organizó una gala benéfica para recaudar fondos, llamaron a Cristina Hoyos y me dijo que me fuera con ella. Entonces vi otro país diferente, su sensibilidad, todos tan unidos a pesar de lo mal que estaban, y saber que con el baile podíamos ayudar me enamoró.
Gracias a Japón soy otra persona, porque me ha abierto muchos sentimientos, es un país con una energía diferente y especial, y ahora cuando voy me cuesta regresar a España.
Yo he intentado aportar mi forma de entender el flamenco y, sobre todo, me he esforzado mucho para que se conozca el flamenco extremeño, que tenemos nuestros cantes y también los bailamos.
¿Qué tiene el flamenco para que sea tan demandado no solo en Japón, sino casi en cualquier país del mundo?
Tiene magia. Me gusta mucho trabajar en los tablaos, veo a la gente que por primera vez asiste a un espectáculo y lo primero que les llama la atención es el baile; el cante es más duro al principio y cuesta más captarlo. He visto gente llorar después de una actuación de baile. Es ese poder de transmisión, porque al bailar nos dejamos la piel. En una hora de espectáculo haces pasar al espectador por una cantidad de emociones; un día te levantas sensible, otro triste, otro enamorado, y con el flamenco llegamos a esos sentimientos y haces que se sientan identificados.
¿Para bailar flamenco se necesitan capacidades naturales o todo se puede aprender?
La técnica se puede aprender, y de hecho se aprende, no deja de ser una disciplina más, como el ballet. Pero esa pregunta se suele hacer a quienes bailamos flamenco, a un clásico no, y no deja de ser danza.
En el flamenco, con el paso de los años, se han ido depurando las técnicas. Ahora tenemos más de 200 alumnas en la escuela y a todo el mundo le enseñamos a bailar, desde una niña de 5 años a una mujer que pasa de los 80. Ahora bien, para ser especial debes tener algo especial, llámalo duende, llámalo arte; hay gente que es muy dramática, hay gente que tiene mucho duende… debes tener algo especial y yo lo capto mientras enseño la técnica, con los años cada vez antes, a veces solo por la forma de andar. Tenemos ya una cantera maravillosa de alumnas de 13 y 14 años, y otro grupo de chicas de 18 años con las que hemos creado una compañía; esas niñas pueden llegar a ser mucho más, si ellas quieren, y eso el maestro lo ve.
¿Hay algún palo con el que te sientas más identificado al bailar?
Sí, con dos en particular; con el taranto, el de siempre, y cuando termino de bailar por tarantos me gusta acabar por tangos; y también por alegrías, que disfruto mucho. Soy muy de extremos, tengo muchísima energía y normalmente siempre estoy muy alegre, muy positivo, pero el día que caigo lo hago de verdad. Y luego, indiscutiblemente, los jaleos.
En ‘Camino’ plasmabas dos décadas de tu trayectoria. ¿Qué mostrabas en ese trabajo?
Realmente no quería contar nada, no quería que el público entendiera que era mi biografía plasmada en la escena; lo que pasa es que le tenemos que poner un nombre al espectáculo, y es verdad que en mis espectáculos me gusta crear un hilo conductor. En este caso elegí los palos con los que más me he identificado y los ordené cronológicamente, con el hilo conductor de la música y la puesta en escena, haciendo un recorrido con una serie de coreografías: los tarantos recordando cuando empecé con la compañía de Cristina Hoyos, guajiras por un viaje a Cuba que me marcó mucho, y así sucesivamente hasta llegar al final, a Badajoz, con una gran proyección de la Plaza Alta para terminar por tangos.
Háblanos de tu nuevo espectáculo, ‘Flamenco abierto’, que ya has presentado en Chicago, un extracto del cual podremos ver el 29 de junio en Talarrubias en el Festival ‘Porrina de Badajoz’, y que también vas a llevar a Londres.
Hay compañeros en Extremadura a los que admiro mucho, y entre ellos están Manuel Pajares y Juan Manuel Moreno, que colaboraron en ‘Camino’. Como la admiración es mutua, nos propusimos montar algo más íntimo, para pasárnoslo bien, sin pretensión de nada, ni de que se fuera a mover ni a vender. Sin comerlo ni beberlo ‘Flamenco abierto’ ha tenido muy buenas críticas y vamos a hacer una pequeña representación en el ‘Porrina’; nos vamos al Festival de Londres con mucho respeto, porque tiene un cartel espectacular, con Sara Baras, Miguel Poveda, Rocío Molina…; y seguramente el año que viene vayamos también a Nueva York o Washington. Lo que nace con el cariño de repente se vende bastante bien, tiene esa fuerza.
¿Cómo han sido tus últimas experiencias en Estados Unidos?
Muy bien. Por una parte, abrimos el Festival Flamenco de Chicago y fue un éxito. Pensábamos que la gente iba a ser más fría, pero nos atrevimos con una cosa arriesgada, un cante que hace Manuel Pajares, un martinete, sin instrumentación, a pesar de ser un cante muy duro, y la gente acabó llorando de la emoción.
Por otra parte, me siento muy orgulloso de haber trabajado con Plácido Domingo, en la coreografía de ‘El gato montés’ de Cristina Hoyos para la Ópera de Los Ángeles, toda una experiencia por haber vivido de cerca una gran producción.
Para tu labor docente cuentas con tu Centro de Flamenco y Danza, en Badajoz; ¿qué tipo de formación impartes y cómo responden tus alumnos?
Me vine a Badajoz hace seis años con un objetivo muy marcado, que era el proyecto, que estamos empezando ahora, de montar un centro de artes escénicas en la Plaza Alta; pero no podíamos empezar de la nada y comenzamos con una escuela pequeñita, con 20 alumnas, con la idea de ofrecer una formación y crear gente profesional, y ahora tenemos ya más de 200. Eso ya lo hemos conseguido, ya hay una cantera de niñas que empezaron con 6 años y que están trabajando; de hecho, hemos creado la Compañía Flamenco Joven, formada por seis bailaoras de nuestra escuela, y próximamente tenemos dos espectáculos en Extremadura con la idea de que la gente vea que se puede dedicar a esto; luego, quien se quiera titular tendrá que ir al Conservatorio.
Y también vamos a empezar un proyecto con la Universidad de Extremadura para dar a conocer el flamenco a los universitarios, con el apoyo de la Diputación de Badajoz, e intentar que la enseñanza del flamenco sea reglada.
¿Qué nos puedes adelantar de ese centro que proyectas en el entorno de la Plaza Alta?
Espero que en un par de meses empecemos la obra. Contaremos con un espacio muy amplio, con cuatro salas de formación, una de ellas multifuncional, para representaciones y con un aforo de más de 100 personas sentadas. Ampliaremos también la formación, meteremos clases de guitarra, cante, percusión u otras disciplinas de danza. Tengo mucha ilusión depositada en ese proyecto.
Otro de tus retos es la creación del Ballet Flamenco de Extremadura; ¿qué nos puedes contar de él?
Extremadura es flamenca. La primera vez que Andalucía intentó que el flamenco fuera declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco no tuvo éxito, lo que sí se logró después, cuando nos sumamos Extremadura y Murcia. Andalucía tiene su Ballet Flamenco y creo que es necesario que Extremadura cuente con el suyo. A título privado queremos demostrar que se puede vivir del flamenco; nuestro problema es que no tenemos tanto público como Andalucía, Madrid o Barcelona para que funcionen los tablaos a diario, pero después de esa primera iniciativa que ha sido el Ballet Joven creemos que podemos tener una compañía profesional de ballet flamenco.
¿Cómo te imaginas tu futuro?
De momento me veo muchos años bailando, porque necesito bailar, y llevo de la mano de las coreografías la docencia y también la dirección artística. Es verdad que cuando ya te ves mayor, con 65 años, las aptitudes no son las mismas, pero me veo bailando siempre, no sé si en un estudio o en un escenario, pero no me imagino un Jesús sin bailar.
¿Cómo valoras la situación y posicionamiento del flamenco extremeño?
Creo que se valora el flamenco extremeño, hay una cantera de jóvenes muy buenos en el cante, en la guitarra, en el baile; muchos de ellos además están viajando por el mundo trabajando. De hecho, los compañeros de Andalucía nos dicen “hay que ver qué flamencos sois en Extremadura, cómo suenan vuestros cantes, qué bien se baila en Extremadura”. Se conoce y se valora, aunque quizás más en el propio sector profesional, y tenemos que seguir esforzándonos para que fuera de la región se conozca el flamenco extremeño.
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