En tierras extremeñas de la provincia de Cáceres y los distritos portugueses vecinos de Guarda y Castelo Branco proliferó un nombre lusitano, Loucino, que, como tantos otros, cayó en el olvido y se perdió en el tiempo.
El avance de cristianización que se acentuó durante toda la Edad Media no solo fue transformando las creencias religiosas primitivas, sino que se extendió también a la onomástica indígena. Afortunadamente, la costumbre de dedicar ofrendas a los dioses en forma de aras votivas en piedra y estelas funerarias a los difuntos nos ha permitido recuperar esos nombres ancestrales que portaron nuestros antepasados vetones y lusitanos.
Según los lingüistas este nombre procede de la raíz ‘Leuk-’, con significado de ‘brillar’ (el que brilla, el luminoso), que en Lusitania aparece con sorda ‘Louc-’ (como Loucino) y fuera de ella se sonoriza en ‘Loug-’ (‘Lugh’ o ‘Lugus’ es el teónimo de una de las divinidades más destacadas del panteón celta, que se documenta también en Hispania).
La epigrafía cacereña cuenta con seis testimonios de este nombre, repartidos por el territorio de las antiguas ciudades romanas de Caurium (Coria) y de Turgalium (Trujillo) y en todos ellos aparecen con la ‘g’ sorda, como corresponde a nombres lusitanos. En tierras caurienses situadas al norte del Tajo se documentan tres inscripciones procedentes de las localidades de Moraleja, Villamiel y la propia Coria que mencionan el nombre de Loucino. Y otras tres proceden de la zona turgaliense, halladas al sur del Tajo; dos en los municipios de Abertura y una en Ibahernando. Como era costumbre en la onomástica indígena de Hispania el individuo llevaba el nombre personal seguido del patronímico (fulanito, hijo de menganito); y, curiosamente, en todos los casos menos en este último el antropónimo Lucino aparece referido al nombre paterno, no al devoto o al difunto.
Se conocen tres inscripciones más en las que se menciona este nombre entre los pueblos lusitanos de los Igaeditnos, ubicados en las tierras portuguesas de Idanha-a-Velha (Idanha-a-Nova, Castelo Branco); entre los Lancienses Transcudanos, localizados en la zona de Sabugal, distrito de Guarda; y de los vetones Mirobriguenses, asentados en la zona de la salmantina Ciudad Rodrigo.
En la inscripción de Ibahernando de la fotografía Loucino, hijo de Cilo, dedica una tosca ara de granito a la Diosa que, por sobradamente conocida, no lleva nombre. Seguramente se trate de la divinidad lusitana Ataecina, asimilada a la romana de origen oriental Bellona, deidades ambas que cuentan con numerosos testimonios epigráficos repartidos por la comarca de Trujillo.

El festival también incluye un amplio programa de actividades paralelas durante el mes de noviembre, como el programa ‘Cine y escuela’ en el Centro Cultural Alcazaba, con proyecciones para escolares; el taller práctico ‘Diseñar para la cámara’, impartido por el director de arte Damián Galán Álvarez, los días 8 y 9 en la Sala Trajano; un concierto el 16 de la Banda de Música de Mérida en el Centro Cultural Alcazaba; o la exposición de los 20 carteles oficiales del festival del 17 al 30 de noviembre en el mismo espacio.