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‘El Maestro, autorretrato’, de Francisco Corzas

‘El Maestro, autorretrato’, de Francisco Corzas
Foto: Wikimedia Commons
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Se podría decir que Francisco Corzas fue un espíritu de otro tiempo que nació varios siglos después: tal vez italiano o flamenco, quizás renacentista o medieval.

La perfección de Rembrandt, el ardor de Goya, la economía de Giotto, el fasto de Caravaggio, la elegancia de El Greco, el boato palaciego de Velázquez y el purgatorio de su contemporáneo Francis Bacon, por mencionar solamente a algunos de los maestros de la pintura, fueron guías inspiradoras para Francisco Corzas.

Buscaba en el pasado su hogar, sus amigos y su propia imagen. Convocó personajes de la esfera donde se acumulan los siglos pasados y les abrió puertas y ventanas en la tela y en el papel, permitiéndoles manifestarse. El pintor corrió el velo que separa ambas realidades, la nuestra y la que está tela adentro, presentando seres que nos contemplan inmóviles en el tiempo del cuadro, atrapados en atmósferas que se antojan irrespirables. Sus hombres y mujeres aparecen borrosos y desdibujados, tan imprecisos como tal vez nosotros, los que miramos los cuadros desde afuera, les habremos de parecer a ellos.

La pintura fue su religión y a ella se entregó en cuerpo, mente y alma. De aguda intuición y voluntad implacable, quemó su vida en la hoguera de ese terrible amor que lo llevó a engendrar miles de obras a manera de hijos, como si fueran su familia.

Los lienzos de Francisco Corzas enfrentan violentamente los trazos de luz con abismos de sombras agoreras, como si ambos valores tonales fueran irreconciliables pero imprescindibles para su mutua existencia. Las suavidades que percibe el espectador provienen del barrido del color con la mano, un trapo o el pincel, que manejaba como queriendo enmendar una falta o diluir la brusquedad de un arranque.

Como muchos otros artistas de su generación, Francisco Corzas se opuso a los principios plásticos que dominaban la agenda cultural mexicana de entonces: propuestas político-sociales remanentes del muralismo mexicano. Formó parte del grupo-no grupo de la llamada ‘Ruptura’, el cual renovó la experiencia dejada por los muralistas y cambió la manera de acercarse a la figura. También perteneció a ‘Los Interioristas’, asociación de arte dedicada a la defensa de los valores de la humanidad.

Fue un inadaptado, de sentimientos tan intensos que no encajó en la sociedad, y transmitió su devoción con una pasión que excedió límites convencionales. Pintó sabiendo que moriría joven y que cada instante era irrecuperable. Como condenado a muerte recobraba la vida en sus creaciones; se proyectaba al futuro para alargar su existencia y consolidarla. Un día su destino se le presentó y lo llevó junto a sus personajes, al otro lado de la realidad. Murió para el mundo, pero desde entonces brilla, como deseaba, en el firmamento de los elegidos.

Crédito de la imagen

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