Acabo de presentar mi última obra, una novela a la que he dado el título de ‘Donde arde el alma’, un proyecto que llevaba tiempo rondando en mi pensamiento y que al fin he podido concluir en forma de libro.
Consta de unas 200 páginas en las que he buscado acercarme, con el máximo respeto y también con el pulso narrativo que exige la novela, a la figura de un hombre cuya vida me ha conmovido profundamente, San Pedro de Alcántara.
Nunca me había adentrado en el género de la novela histórica, pues mi trabajo se había volcado fundamentalmente en la investigación y el ensayo histórico. Sin embargo, sentí la necesidad de explorar este formato para dar voz de manera distinta a uno de los personajes más singulares de la historia espiritual de Extremadura y de la España del siglo XVI. Creo que la ficción, cuando se cimenta en las fuentes y en el rigor, puede abrir puertas emocionales que a veces el discurso académico no permite.
San Pedro de Alcántara nació en 1499 en la localidad cacereña de Alcántara. Desde muy joven su vida estuvo marcada por el desprendimiento, la oración y un radical desapego de lo material. Optó por la senda franciscana y, con ella, por un ascetismo que hoy resulta casi incomprensible: largas vigilias, ayunos continuos, silencio prolongado y una austeridad que tocaba hasta lo más cotidiano. Era un reformador convencido de que la autenticidad del franciscanismo debía volver a las raíces de pobreza y penitencia que lo habían inspirado.
En la novela he querido reflejar no solo los datos externos de su biografía, sino adentrarme en sus luchas interiores, en esa tensión permanente entre la carne y el espíritu, en el fuego de la fe que lo sostuvo, y en las visiones místicas que lo acompañaron. Me interesaba también mostrar cómo se cruzaron sus caminos con el de Santa Teresa de Jesús, a quien alentó en su reforma carmelitana. Ella no dudó en considerarlo santo incluso antes de su muerte, y dejó testimonio escrito de su entrega y virtudes.
San Pedro falleció en 1562 en Arenas de San Pedro, Ávila, y fue canonizado en 1669 por el papa Clemente IX. Desde entonces pasó a ser patrono de los confesores y de Extremadura, pero más allá de los títulos quiero resaltar la huella espiritual que imprimió en su tiempo y que hoy todavía resulta inspiradora.
Mi intención al escribir ‘Donde arde el alma’ ha sido recuperar su figura con un ritmo narrativo que lo acerque al lector contemporáneo. Es, hasta donde sé, la primera novela histórica consagrada a él. Creo que hacía falta mirar de nuevo al pasado no solo con el análisis del historiador, sino también con la voz del narrador que se aproxima a lo humano y lo espiritual al mismo tiempo.