El uruguayo Guiscardo Améndola nace en Montevideo en 1906. Inicialmente se forma junto a su padre, pintor y constructor. En su adultez fue profesor de dibujo técnico y tecnología de pintura, y maestro del taller de pintura de la Escuela Industrial de la Construcción, dependiente de la Universidad del Trabajo de Uruguay.
Las fuentes artísticas de las que bebió fueron las obras de sus colegas cercanos (Espínola Gómez, García Reino, Jorge Páez), los extranjeros que conoció en las muestras provenientes del exterior, y un persistente expresionismo de la época, que se debatía entre la figuración y la no figuración.
En su obra siempre hubo una suerte de enfrentamiento entre lenguajes opuestos, entre la violencia que establece en sus cuadros de negros y grises opresivos y el lirismo cromático, entre los referentes representativos y el informalismo gestual. El color negro o los grises dominantes fueron típicos de la transición entre las décadas del 50 y el 60, un tiempo de quiebra de los lenguajes pictóricos y la búsqueda de nuevos paradigmas estéticos mientras la sociedad entraba en una espiral de fuerte conmoción político-económica.
En una etapa de su vida se acercó al informalismo, y también a curiosos paisajes místicos, en un período en que se difundían los artistas abstractos franceses; resonancias formales de la técnica del vitral se advierte en varias de sus obras. Ocasionalmente se ha observado el empleo del constructivismo en los murales. Esta sintética visión en perspectiva, salpicada de obras muy disímiles, acumula más desorientación que comprensión sobre su producción.
Su versatilidad lo llevó a tentar permanente lo nuevo a través de la fuerza dramática por la que opta en algunas etapas; parece ser un afán de experimentación y de juego vinculado a sus orígenes y temperamento, llegando a ser considerado uno de los pintores más finos y coloristas de mayor picardía de Uruguay.
Los críticos de arte han valorado mucho su versatilidad en técnicas y lenguajes, demostrando avidez de experimentación y juego. En todos los períodos sus obras denotan poesía y encanto, fuerza y oficio y espíritu juvenil.
Fallece en Montevideo en 1972, dejando una notable producción que permaneció durante décadas encerrada en casa de sus deudos, sin que la posteridad tomase nota de ese legado, sin que la gente pudiera compartirlo y sin que la obra fuera recuperada por el Estado y para el disfrute general que merece. Afortunadamente, 30 años después de su muerte, la iniciativa de la Intendencia Municipal a través de una curadora consiguió colocar a Améndola en un primer plano de atención.
Dejó una producción no muy extensa, en buena parte deteriorada y de difícil restauración. Lo que pudo rescatarse, por la voluntad inquebrantable de su hija Marta, empeñada en realizar la exposición contra todos los obstáculos, es, principalmente, un ensayo de emocionante devoción filial.