Sí que se podía. Adiós agoreros y negacionistas, el teletrabajo sí que es viable. Una primavera confinada ha bastado para demostrarlo. Ahora toca transformar la improvisación en planificación, la virtud de la necesidad en la ambición de lograr un cambio sólido y duradero.
Unos andan exigiendo ya que los empleadores paguen todos los gastos generados por el uso de la vivienda ajena como oficina delegada. Los otros advierten que, puestos a contar con teletrabajadores, podrían contratarlos en Tegucigalpa. A los primeros les diría que la avaricia rompe el saco, y que cuenten no solo los nuevos gastos sino también los ahorros colaterales. A los segundos, que el escenario venidero más probable será uno mixto que combine trabajo a distancia con visitas ocasionales a unas oficinas centrales. En ese caso, los billetes transcontinentales no son baratos, precisamente.
Y a los terceros, los que deben gobernarnos, les diría que aprovechen la oportunidad que la tragedia nos ha destapado. ¿Es el teletrabajo la solución para la España Extremadura vacía? Seguramente solo será una de ellas. Pero requerirá inversiones, una digitalización real de los muchos y hermosos pueblos por los que se disemina nuestra población. ¿Queremos fijar y atraer profesionales cualificados? Frente a amenazas de deslocalización y exigencias de copagos propongan deducciones. IBI reducido para viviendas de teletrabajadores. Bonificación en gas y electricidad. Deducciones fiscales en el tramo autonómico durante cierto tiempo para los que vengan de fuera. Eso es lo más fácil. Pero no bastará. Tocará invertir en telemedicina, en asistencia sanitaria cómoda, accesible y de calidad. También en educación telemática, que puede mejorar mucho con respecto a lo logrado estos meses. Y en servicios de cultura y ocio.
Pensemos también que el teletrabajo no siempre implica una gran distancia a las oficinas. Significa flexibilizar y reducir desplazamientos. Quizás haya que bonificar en la Seguridad Social a las empresas locales que permitan a sus trabajadores hacer su día a día a pocos kilómetros de su sede. O, a la inversa, apoyar a aquellos que quieran probar suerte en empresas lejanas que ofrezcan teletrabajo. Tendrán que afrontar desplazamientos y estancias iniciales, pero después dejarán sus impuestos en nuestra tierra.
No hay excusas. Si no consolidamos el armazón que nos ha tocado construir a la carrera será por pura dejadez. Y otros sí que lo harán.