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Enrique Sánchez de León Pérez. Memoria viva de la Transición

Enrique Sánchez de León Pérez. Memoria viva de la Transición
Foto: Cedida
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Desde la Campiña Sur hasta los pasillos del poder en Madrid, la vida de Enrique Sánchez de León Pérez ha sido un viaje marcado por la dualidad entre sus raíces extremeñas y su papel destacado en la escena política española.

Con una carrera que lo llevó desde sus primeros estudios de Derecho en Badajoz hasta los despachos ministeriales, ha sido testigo y protagonista de momentos cruciales en la historia reciente de España, en los que destacaron su compromiso con la construcción del Estado de las Autonomías durante la Transición y su incansable lucha por el desarrollo de Extremadura.

Recientemente ha presentado el libro ‘Esos impertinentes reformistas de la Transición’, de lectura indispensable para conocer la llamada Transición política en España y su transcurso y concreción en Extremadura.

Enrique Sánchez de León Pérez. Memoria viva de la Transición
Foto: Cedida

Nació en Badajoz, pero siempre estuvo muy vinculado a la Campiña Sur. ¿Qué recuerda de su infancia y adolescencia, marcadas por la Guerra Civil y la posguerra?
Nací en Badajoz por el empeño de mi madre de traerme a la luz en la capital y no en un pueblo perdido del sur extremeño. Ella se apellidaba Barriga, y pertenecía a una familia que incluía algún médico ginecólogo. Pasé en Badajoz la clásica cuarentena y me volví a Campillo de Llerena, donde ella ejercía de maestra. Solo volví con 13 años a estudiar 4º de Bachiller. Decía Machado que “uno es de donde estudió Bachiller”, y yo siempre he presumido de ser ‘de pueblo’. Alguien ha creído que esto era una ‘pose’, pero es una realidad. Mis primeras sensaciones, de todo tipo y apercibimientos intelectuales, vienen de allí, de la Campiña Sur.

De aquella época recuerdo miles de cosas, pero concretamente de la Guerra Civil y la posguerra recuerdo poco; aunque hay un hecho que descubrí muy posteriormente y que me marcó de por vida: un fusilamiento de más de 60 personas, solo por el hecho de ser ‘de derechas’ en agosto de 1936. Yo era muy pequeño, y después he podido hilvanar cosas y sucesos de entonces, muy silenciados por el horror y la situación de los años 40 en el pueblo y toda su comarca.

¿Qué le llevó a estudiar Derecho?
Cuando terminé Bachiller la única carrera que se podía hacer en Badajoz era Derecho. La situación económica de mis padres no me posibilitaba desplazarme a Sevilla o Salamanca, y mucho menos a Madrid, para estudiar otra cosa. Por otra parte, soy ‘hombre de letras’. Me gusta la disquisición, la filosofía, y no las cifras o las cuentas. Cuando era pequeño, don José Millán, un maestro de Campillo, me dijo: “Enrique, tú siempre sabrás plantear los problemas, pero nunca te interesarán los resultados”. También me dijo que podría averiguar cuál era el número pi, pero que no pasaría nunca del 3,14 porque los decimales me importaban poco. Cuando empecé Derecho en Badajoz, en el Centro Extremeño de Estudios Universitarios (Cedeu), en la Plaza de Portugal, me entusiasmó. Me empollé el Castán y terminé la carrera en Madrid. El Derecho te da una formación universal y te posibilita cualquier camino profesional. Me presenté a las primeras oposiciones que encontré, las de Inspector Técnico de Trabajo y Seguridad Social. Y por ahí vino mi carrera profesional.

¿Tenía la intención de volver a Extremadura al terminar sus estudios, para desarrollar su carrera profesional?
Al ingresar en un Cuerpo estatal, supe de antemano que tendría que ir a donde el destino me condujese. Cuando, en 1959, me ofrecen un alto cargo en Madrid, allí me asiento; con cuatro hijos, decido aprovechar las oportunidades vitales que la capital ofrece para ellos, y resuelvo asentarme allí profesionalmente. Es, desde entonces, cuando siento la llamada política a desarrollar en Extremadura.

¿Cómo surgió su relación con Adolfo Suárez?
En mi largo recorrido por toda España en cargos administrativos, pero de designación pública, siento la comparación con Extremadura, donde había dejado todas mis relaciones y las de mi mujer, también extremeña, de Lobón. En uno de los colegios mayores donde estudié en Madrid conocí a Suárez y tuve leves contactos personales con él. Pero es, siendo ya Consejero Nacional del Movimiento y me incorporo al mismo, cuando me encuentro con él y otros amigos y compañeros de los ‘de dentro’ del Movimiento. Muchos de nosotros habíamos estado en cargos del Frente de Juventudes o del SEU. Verdaderamente estrecho mi relación con él cuando en las Cortes empezamos a hablar de apertura, asociaciones, futuro de España, etc., forjando una amistad muy personal, sincera y respetuosa entre ambos.

Enrique Sánchez de León con Adolfo Suárez. Foto: Cedida
Enrique Sánchez de León con Adolfo Suárez. Foto: Cedida

Desde su posición en el Gobierno central en los primeros años de la Transición estuvo implicado en la formación del Estado de las Autonomías.
La idea del Estado de las Autonomías era absolutamente conforme con la historia política de España y la relación de los gobiernos centrales con cada una de sus provincias. A la muerte de Franco había que lograr un consenso sobre un Gobierno que posibilitase limitados autogobiernos regionales. Le dimos vueltas a todas las formas de Estado y convenimos ofrecer a la oposición y a los nacionalistas la posibilidad de autogobiernos. Nos inventamos una Ley electoral ‘ad hoc’ y para el tiempo en que se desarrollaban los acontecimientos; había que lograr un Estado que posibilitase la presencia democrática de todas las fuerzas políticas señaladas. Logramos una Constitución por consenso, ajustada al tiempo y a la forma de pensar de entonces.

¿Cómo ha evolucionado desde entonces el Estado de las Autonomías?
No es, ni mucho menos, como en aquel momento pretendimos todos, incluidos los actuales nacionalistas. Ha faltado lealtad en estos últimos, y la izquierda, con tal de tener votos, ha perdido su identidad y, en estos momentos, es muy difícil diferenciar el socialismo auténtico del ‘sanchismo’ dominante. Ningún constituyente de entonces, y todavía sobrevivimos algunos, podría deducir lo que algunos creen que dice la Constitución del 78.

¿Ha sido una fórmula beneficiosa para Extremadura?
Para Extremadura ha sido, claramente, un fallo tremendo, puesto que el principio de solidaridad no ha funcionado en absoluto. Las autonomías son, hoy, un hecho irreversible, pero habría que revisar algunas de las competencias del Estado y algunas comunidades autónomas.

Fue el primer ministro de Sanidad de la democracia. ¿En qué situación estaban la atención sanitaria y la Seguridad Social en aquellos momentos, qué desafíos hubo de afrontar?
Es muy complejo resumir la situación con la que me encontré y las pretensiones de mejora sobre la misma. Si hubiese que sintetizar al máximo diría que me encontré con una buena asistencia hospitalaria y una bastante regular asistencia primaria. Hubo que construir un Ministerio desde una proliferación tremenda de organismos, entidades, funciones, Cuerpos… e inventarnos muchas cosas nuevas. Sí pude poner en orden toda la prerreforma administrativa necesaria para una reforma a fondo, sobre todo de la Asistencia Primaria. Puse en marcha la organización de los MIR o la Medicina de Familia, pero me impidieron llevar a efecto una reforma profunda de la Asistencia Primaria y la percepción de la Medicina Preventiva.

Firma de la compra del Hospital Clínico por la Seguridad Social. Foto: Cedida
Firma de la compra del Hospital Clínico por la Seguridad Social. Foto: Cedida

¿Por qué tomó la decisión de abandonar la política?
A mí la política me encanta, pero, en contra de la etiqueta con que me distingue mucha gente, yo no soy un profesional de la política. Acudí a ella por la confluencia de mi vocación pública con los intereses de nuestra región. Intenté buscar el lugar de mi tierra en la Constitución naciente. Busqué regionalizar la política. Creé el primer partido regionalista en Extremadura. Y, durante unos años, tuve la ilusión de lograr un equipo de gente vocacional que pudiese llevar la voz de una tierra pobre a la jungla de intereses y egoísmos de la política nacional. Ese partido, Acción Regional Extremeña (AREX), ganó todas las elecciones en Extremadura entre 1977 y 1982. Extremeños de buena fe, pero que fueron manipulados por intereses ajenos y líderes extraños. Se cargaron la necesaria unidad que habíamos logrado en la UCD. Esta se desmoronó en 1982. Yo me sentí aislado y desautorizado. Había cumplido una misión concreta. Me prometí hacer lo que pudiera por mi tierra, pero lejos de todo activismo político partidista. Me instalé como independiente de todo, y así sigo siendo, independiente y libre de cualquier atadura. Es una larga historia sentimental y profesional que quizás pueda interesar como pedagogía a todo aquel que quiera dedicarse a la política.

¿Está de acuerdo con la connotación negativa que acompaña a los políticos sin una trayectoria laboral fuera de la vida pública?
Totalmente de acuerdo. Un político que no tiene vida propia y profesional fuera de la política está condenado a ser un servil seguidor de las instrucciones del mando, cualquiera que sea la orientación de aquel. Hoy dan pena muchas personas cuyo estatus económico depende del cargo que tengan en su partido correspondiente. O eres independiente o no eres libre.

Enrique Sánchez de León con Josep Tarradellas. Foto: Cedida
Enrique Sánchez de León con Josep Tarradellas. Foto: Cedida

De su faceta literaria querríamos detenernos en su última publicación, ‘Esos impertinentes reformistas de la Transición’, con un subtítulo esclarecedor: ‘Memoria de mi generación’.
En el libro explico quiénes fuimos los reformistas ‘de dentro’, una parte de una generación muy trabajadora y responsable. El libro se justifica como protesta por el olvido inmerecido de la mayoría de aquellos que dedicaron tiempo, sacrificio y trabajo para no recaer en otra guerra civil. En mi modesto e impertinente criterio, nosotros, los extremeños, le debemos mucho a aquellas gentes que, entre 1970 y 1982, posibilitamos una España democrática. Yo creo que no solamente no se les ha hecho justicia, sino que hasta se les ha denigrado. A ello han contribuido determinadas actitudes de la izquierda, que han confundido reivindicación con venganza y democracia con populismo. Pero esa es otra historia, que también abordo en el libro, pero que necesita mayor desarrollo. De todas maneras, la historiografía más moderna, y más objetiva, ya no se avergüenza de reconocer que la Transición la hicimos, principal pero no exclusivamente, las gentes ‘de dentro’. En el libro se explican las presencias y relaciones personales de la mayoría de las personas relevantes de Extremadura en aquellos momentos. Es un relato que pretende ser muy respetuoso, pero muy fiel a la verdad; en todo caso, advierto que solo es mi verdad.

Con el paso de los años se ha idealizado el espíritu de acuerdo que triunfó durante la Transición. ¿Vivimos ahora otro momento trascendental para la historia de España, medio siglo después?
Hoy, a mi entender, se produce una paradoja: es evidente que la Constitución Española del 78 necesita una reforma, pero es incuestionable que no puede alcanzarse ni por consenso ni por mayorías absolutas. Yo he ofrecido una solución factible: los dos grandes partidos más representativos de la derecha y de la izquierda, es decir, el PP y el PSOE, tienen que llegar a grandes acuerdos. Estos deben ofrecérseles a los otros partidos nacionales y a los más representativos de las ‘nacionalidades’. Deben ser muy concretos, y aceptar solo aquellos que redunden en los principios que sostiene la actual Constitución, reflejados en su Título I. Deberían pasar a las Cortes y someterse a referéndum. Pero hay que hacerlo con una responsabilidad y valentía que hoy no se atisba en los partidos políticos nacionales, sobre todo, dicho con dolor pero con la mayor sinceridad, en la izquierda sin norte, lo que se denomina ‘el sanchismo’.

Enrique Sánchez de León con el rey Juan Carlos I. Foto: Cedida
Enrique Sánchez de León con el rey Juan Carlos I. Foto: Cedida

La sociedad civil extremeña intenta movilizarse, con iniciativas como la del Club Senior aprovechando la experiencia de grandes profesionales en diversos campos. ¿Qué nos falta para converger con el resto de España?
En algunos lugares y pronunciamientos he dicho y escrito que la grandeza individual de los extremeños debería consolidarse y agruparse para derrotar los vicios en que incurrimos cuando aparecemos públicamente. A mi modo de ver, esos vicios colectivos son la sumisión, la insolidaridad y la ajenidad. Son tres conductas que se manifiestan a lo largo de nuestra historia. La más reciente de ellas, que es lo que yo llamo ‘la cuarentena modorra’, ha acrecentado algunos de esos vicios, sobre todo el de la sumisión. Es increíble, e imperdonable, la renuncia a exigir el principio de solidaridad que hilvana toda la estructura del Estado.

Alrededor del tópico “la unión hace la fuerza” debía haberse coagulado todo esfuerzo, por mínimo que fuese, para potenciar la región ante los poderosos. Visto desde fuera, es la Junta de Extremadura, el organismo más potente y que más posibilidades económicas y de todo tipo ha tenido nunca, quien debería haber sido el motor de exigencia de ese principio de solidaridad. Insisto, los extremeños tienen un valor individual y una calidad personal incompatibles con su presencia sumisa en lo público. Desde fuera se ve muy acusadamente el ‘oficialismo’ y la influencia del poder regional en todo o casi todo lo que afecta a la vida pública y en mucho de lo que se refiere a la privada. Algunos órganos e instituciones muestran una cobardía vergonzante ante el reconocimiento de los problemas. A cualquier discrepante, aunque sea mínimo y respetuoso, se le hace contrario a los intereses de Extremadura; cualquier crítica es una ofensa a los extremeños. Y como no des ‘cabezadas’ al poder te marginarán por silencio u omisión.

Un buen amigo común, José Julián Barriga, recibió el Premio Grada a la Trayectoria en 2017, y lo dedicó a los jóvenes de su generación que salieron de Extremadura ante la falta de oportunidades. ¿Ha mejorado la situación desde entonces?
La situación socioeconómica, cultural y de cualquier signo ha mejorado sustantivamente en España desde la democracia hacia acá; también en Extremadura en términos absolutos. Quien niegue que estamos mejor que en la década de los 70 es un ignorante o un malintencionado. Pero, repito, necesitamos un examen de conciencia a fondo, sin venganza ni malos gestos. Necesitamos reconocer los valores de rebeldía que siempre caracterizaron las individualidades de la tierra. Y, sobre todo, necesitamos defender el principio de solidaridad de la Constitución. Y eso solamente puede hacerse desde la iniciativa del Poder. Eso sí, recurriendo a todos los procedimientos habidos y por haber para exigir unos derechos que nunca vendrán del reconocimiento y exigencia de nuestros méritos. Así, al menos, lo pienso yo.

¿Se aventuraría a concluir con una visión del futuro de los extremeños?
Yo intento ser un hombre pragmático, realista, pero ilusionado y con esperanza. Creo en los valores positivos de una tierra que siempre ofrece genio, valor y calidad individual, pero que necesita vínculos de cohesión que impidan ese individualismo con que nos comportamos. Para mí siempre es tiempo de esperanza, aunque nosotros nos lo ponemos difícil y el corto plazo nos impide la grandeza de propósitos.

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