Borracha de dolor y de impotencia, ebria de sinrazón y de interrogantes, dolorosamente sobria en mis percepciones.
Empachada de mentiras, de falsedades, envenenada a causa del hedor a vanidad que invade el ambiente, pétrea en mis convicciones, aunque haya que apuntalarlas cuando se tambalean en cada movimiento sísmico.
Decepcionada con este mundo que van a heredar mis hijos y mis nietos, y los hijos de mis nietos: un antro plagado de alimañas, dispuestas a pisar el cuello de todo el que obstaculice su putrefacta y obsesiva ascensión a las más altas cotas de poder.
Frustrada en mi abortada pretensión por encontrar en el corazón de las almas vecinas algún rastro de humanidad, de caridad con los más desfavorecidos.
Cansada de contener la rabia, agotada con cada nuevo intento de reinventarme, de reinventar a los otros, de reinventar los días, de reinventar los abrazos con vanos intentos.
Pero, a pesar de todo, alimentando una semilla de esperanza caída en el rincón de mi rutina, amamantando una prematura ilusión.