Es verano. El mes más caluroso es julio, y subir a la Torre es duro, dado que la cantería conserva el calor, inclusive durante la noche. Decido, pues, bajar a la Isla para escribir este ‘Desde la Torre Lucía’. El parque de la Isla, en Plasencia, es una isla natural que forma el río Jerte a su paso por la ciudad, antes de rodearla casi totalmente.
La Isla también es centenaria, más que la Torre Lucía, y un buen lugar para mitigar los calores del estío, formando parte de la vida de todos los placentinos. Y voy a hablar de ella en primera persona, dado que, como siempre ha estado ahí, su recuerdo para los placentinos está ligado a todas las etapas de nuestra vida.
Recuerdo aquellas tardes de verano, siendo muy niño, ya muy inclinado el sol, próximo al ocaso, ir toda la familia a la Isla para cenar buscando la frescura del lugar. Como los Valverde vivíamos en la Calle del Sol, muy próxima a la puerta de la muralla del mismo nombre, pronto salíamos de intramuros y bajábamos por el ‘Camino de las huertas’ hacia el Puente Nuevo (llamado así desde el siglo XVI, cuando se construyó), para entrar en la Isla por el primer puentecillo que salva el canal o brazo estrecho del río Jerte.
Una vez allí se extendían una o dos mantas sobre la hierba para sentarnos, dejando sitio en el centro para el mantel donde iban depositándose las merenderas que contenían el menú de la cena. Se aprovechaba la larga luz diurna de los atardeceres veraniegos para cenar tranquilamente, hasta que las primeras estrellas comenzaban a aparecer en el cielo, anunciando la vuelta a casa.
Dejemos estos emotivos recuerdos de un ayer lejano en el tiempo, pero próximo en el afecto, de un octogenario al que le da vértigo mirar hacia atrás. Buscando en los libros históricos de Plasencia, siguiendo el orden cronológico de su publicación, citas o menciones que nos hablen de la Isla y del Jerte, nos encontramos con el libro de Luis de Toro ‘Descripción de la Ciudad y Obispado de Plasencia’ (1573), y en su primera página ya hay una mención del río Jerte: “El Río Jerte, el más hermoso de todos los ríos, baña a la Ciudad por el mediodía y la circunda casi por completo”. Pero es en la página 27 donde el físico y médico placentino nos dice “…el Jerte, cerca ya de la Ciudad, donde el puente que la gente llama Nuevo facilita el paso a los caminantes, se abre en forma de horca, en dos brazos que se extienden unos doscientos pasos por los que se desliza raudo regando las orillas, hasta reunirse en otro solo río junto al Convento de los Franciscanos, dejando así al medio una planicie ovalada que los vecinos llamamos Isla y cuya elegancia, amenidad, verdor y hermosura no supera ni iguala nada en España, ni en el mundo entero. Pues, además de las plantas, que ofrecen hermosas flores de todos los colores, y de las purísimas aguas que cantan en las fuentes, hay árboles enormes que deleitan a quien los mira con su exuberante follaje, y senderos encantadores entre álamos, chopos, fresnos y mimbreras que sostienen, como diría el poeta, densas enramadas que ofrecen una sombra deleitable. En ella se congrega al atardecer una multitud de jóvenes, allí acude la flor y nata de la nobleza a ejercitarse con sus caballos, allí tienen lugar el cortejo de los amantes y el espectáculo de las cosas placenteras. Además, para los que prefieren descansar a la sombra de los inofensivos fresnos o de los altos chopos, las lindas y suaves aves no solo entonarán dulces quejas, sino que emitirán también notas armoniosas que superan al afectado diapasón de los músicos y que les permitirán entrar en un dulce sueño”.
Posteriormente, en la ‘Historia y anales de la Ciudad y Obispado de Plasencia’ (1627), Fray Alonso Fernández, en sus primeras páginas, describiendo la ciudad, comenta “…por esta parte del mediodía y del oriente tiene apacibles y deleitosas salidas a la Isla; entrase a ella por dos puentes de piedra bien labrados y rematase la vista en dos leguas de vega”.
De este dato bibliográfico hemos de dar otro salto en el tiempo hasta 1877, con la publicación de ‘Las siete centurias de la ciudad de Alfonso VIII’, de Alejandro Matías Gil. En los datos referidos a 1704 leemos: “El día 19 de marzo de 1704 entró en Plasencia el Rey D. Felipe V y se marchó el 1 de mayo del mismo año. En el tiempo que estuvo en esta Ciudad se entretenía en matar oropéndolas en la Isla, a cuyo paseo era muy aficionado; y solía decir de este sitio que la Isla en la Corte o la Corte en la Isla”. Este Rey volvió a regresar a Plasencia en 1710.
Hasta aquí, lo histórico de la Isla, pero para terminar traeré a colación más recuerdos de los que inicié en el primer párrafo del artículo. En la Isla aprendieron a nadar muchos placentinos, aprendizaje que a más de uno le costó castigos y reprimendas, dado que se hacía a hurtadillas, sin permiso de los progenitores, aprovechando la siestas de estos, o inclusive haciéndolo antes de las Ferias de la ciudad (7, 8 y 9 de junio), fecha que marcaba el inicio ‘oficial’ para bañarse.
En mi adolescencia la Isla ofreció otro aliciente más, barcas para pasear remando con las chicas de la panda. ¿Y por qué no traer también otra imagen más, la de bañarse en la Isla al amanecer, bien poniendo fin a una noche de verbena o al salir de madrugada de la Adoración Nocturna? El Jerte ofrecía sobre la superficie del agua un ligero velo de bruma que daba al paisaje, iluminado por los primeros rayos solares, un aspecto un tanto fantasmal pero atrayente.
La Isla en Plasencia. Plasencia en la Isla.
P.D. La Adoración Nocturna es un movimiento de la Iglesia Católica que consiste en la adoración a Jesús Sacramentado durante la noche, implicando estar presente durante la vigilia orando, por turnos, en el silencio de la noche. En la década de los años 50 y 60 del siglo XX la vigilia duraba hasta el amanecer en verano.