Llega este día y es momento para recordar a nuestros seres queridos. Aunque siempre los llevemos muy adentro. Desde muy antiguo en el calendario religioso, en su memoria y siguiendo un ceremonial católico, el 2 de noviembre se conmemora esta celebración, aceptándose mencionada fecha desde el siglo XVI.
Desde que se prohibieron las inhumaciones masivas dentro de los recintos sagrados hay un lugar, el cementerio, espacio para acoger a nuestros difuntos. En ese terreno, a veces para eternizar la memoria de los antepasados de forma material, se edifican suntuosos panteones, siendo en ocasiones verdaderas obras de arte.

Aprovecho para traer a colación el cementerio de Dos Prazeres, en Lisboa. Curioso es hacer un recorrido por el bien cuidado espacio, pero en su contra tiene que, aunque siempre se ha dicho que estos recintos suelen ser lugar de recogimiento y silencio, este se encuentra alterado por el ruido del paso continuo de los aviones a baja altura, debido al cercano aeropuerto.

Fue creado en 1833 con motivo de una epidemia de cólera, al requerirse un espacio grande para enterramientos. Posteriormente fue lugar elegido por la aristocracia portuguesa, de ahí sus interesantes panteones con tumbas ornamentales en las que la riqueza y poder se dan la mano, pudiendo admirarse obras del arte del cincel, y albergando el mausoleo privado más grande de Europa, el ‘Jazigo Palmela’, construido en 1847 por esta importante familia lusa.

Aunque han sido trasladadas al Panteón Nacional famosos como Amália Rodrígues o el jugador de fútbol Eusebio, también estuvo en él Fernando Pessoa, previo a su cambio al Monasterio de los Jerónimos. En este cementerio siguen en su reposo eterno figuras importantes de la historia de Portugal, así como escritores y artistas.
Hay un par de valores añadidos para su visita: llegar a él en el famoso tranvía 28; y, desde el mirador, contemplar las preciosas vistas hacia el río Tajo observando el puente ’25 de abril’ y el Cristo Rey de Lisboa.