En este número de enero toca felicitar a todos los lectores y lectoras de Grada un feliz año 2020, con los mejores deseos.
Comenzamos hablando sobre la información que se encuentra una persona investigando sobre sus antepasados; eso es lo que me ha pasado a mí buscando información en los protocolos notariales de La Parra, cuando un antepasado cita a sus padres en el testamento; cuando lo hace con el padre se refiere a él como “familiar de la Santa Inquisición”, como si estuviera muy orgulloso de él.
Supongo que mucha gente se despistará con esta ‘profesión’ por eso del conjunto de palabras “familiar de la Inquisición” cuando estamos hablando de Genealogía, pues en realidad tiene otro significado completamente diferente, como es el de ser informador de la Santa Inquisición.
Siendo el último en el escalafón de dicha institución, sus funciones eran las de informar de todo lo que fuera de interés para la institución y ocurriera dentro de la sociedad en la que estaban integrados, como una tupida red de espionaje o servicio de información. Se beneficiaban económicamente de sus delaciones, además de estar protegidos ellos mismos de una posible persecución por las mismas causas que informaban. El hecho de que los acusadores en los procesos inquisitoriales no fueran públicos ni pudieran ser conocidos por los acusados les hacia temibles. Debían estar permanentemente al servicio de la Inquisición.
Convertirse en ‘familiar’ era considerado un honor, ya que suponía un reconocimiento público de limpieza de sangre y llevaba aparejados ciertos privilegios, como portar armas. Eran nombrados por los inquisidores de distrito. Solían proceder del pueblo llano, eran artesanos y mercaderes, aunque cuando la figura del familiar se fue alejando de sus fines iniciales, ser una milicia al servicio del Santo Oficio, se unieron caballeros que veían el puesto como una fuente de prestigio y privilegios. Con el tiempo su cometido cambió bastante; se les utilizó para controlar las actuaciones de la población rural. Su misión principal era denunciar, perseguir y detener a presuntos herejes, no juzgar, algo que correspondía a los tribunales provinciales.
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