La coreógrafa pacense Paloma Muñoz sigue cosechando éxitos con su compañía de danza, Siberia, en esta ocasión gracias al espectáculo ‘CÈL·LULA #5: La Quijá’, que ha sido galardonado con el Premio de la Crítica de Artes Escénicas en la categoría de danza.
Además, los bailarines Blanca Tolsà y Alejandro Fuster han sido reconocidos por sus interpretaciones en esta pieza, que también ha sido preseleccionada para los Premios Max de Teatro.
‘CÈL·LULA #5: La Quijá’ es una producción del Mercat de les Flors, con el apoyo de Fabra i Coats, inspirada en los paisajes áridos y devastados de las comarcas extremeñas de La Siberia y La Serena, que reflexiona sobre la necesidad de regresar a los orígenes y al cuerpo como motor de la creación. La colaboración de El Niño de Elche en el acompañamiento artístico de voz añade un toque especial a la obra.
Paloma Muñoz ha trabajado con diversas compañías, entre ellas IT Dansa, Metros, Ramon Oller, Thomas Noone Dance y Norrdans. Desde 2016, su compañía Siberia ha realizado giras nacionales e internacionales, obteniendo premios como el tercer puesto en el Copenhagen International Choreography Competition y el BernDance Award en Suiza en 2022. También ha participado en diversos proyectos audiovisuales, incluyendo la dirección coreográfica de la película ‘Desmontando un elefante’, de Eduardo Echevarría, protagonizada por Emma Suárez y Natalia de Molina.
“Es un honor recibir este reconocimiento por una obra tan significativa. La pieza no solo se trata de un viaje hacia lo más profundo de nuestro ser, sino también de una reflexión sobre cómo el cuerpo puede expresar lo colectivo, lo personal y lo compartido”, ha expresado.
Hemos tenido la oportunidad de hablar con ella para conocer mejor sus proyectos.
¿Cuál ha sido la inspiración principal para crear esta obra?
‘La Quijá’ parte de una necesidad muy grande de volver a casa metafóricamente, de reencontrarme con mis tuétanos. Yo me fui de Badajoz con 17 años a Barcelona para ser bailarina, desarrollé mi carrera siempre mirando la novedad, las compañías de danza europeas, y todo lo moderno, la vanguardia que la ciudad me ofrecía. Ha llegado un momento que todo está tan acelerado, la brevedad, el mundo frenético, que he sentido esas ganas de volver a la esencia, a casa, y al cuerpo, que siempre es el origen de mis creaciones; por eso en ‘La Quijá’ se baila tanto.
Apareció entonces la imagen de La Serena, donde está mi pueblo, una llanura eterna donde los atardeceres son épicos, y si miras el cielo de noche te conectas con otras galaxias. Es ahí donde yo me siento más cerca del origen, del uno. Nunca me he desconectado de Extremadura, mi familia está ahí y voy con frecuencia, la sigo sintiendo casa.
¿Cómo han influido esos paisajes de La Siberia y La Serena en su proceso creativo?
Trabajamos primero desde la introspección; yendo hacia adentro de nosotras llegamos a la idea de huesos, los huesos de animales que encuentras en esos parajes de La Serena y La Siberia, de ahí la ‘quijá’. Esta imagen desató todo el universo físico-poético de la obra: los huesos como grafía, moverse desde los tuétanos, las cavidades, los vacíos, los agujeros de la memoria, las resonancias, los ecos. De alguna manera me gusta pensar que habitamos memorias de cuerpos, presencias que hubo en ese paisaje a lo largo de los años, desde millones de siglos hasta ayer.
¿Qué significa para usted recibir el Premio de la Crítica de Artes Escénicas?
Estoy muy feliz de recibir un reconocimiento tan grande a mi trabajo. Además en Barcelona, la ciudad que me acogió y con una pieza que trata de la memoria, de mi paisaje en Badajoz, de los agujeros y vacíos que sentimos cuando nos vamos, de cómo nos relacionamos con todo eso. Tiene todo el sentido, es muy emocionante.
¿Podría compartir alguna anécdota de la producción de la obra?
Hubo muchos momentos preciosos con todas las personas del equipo. Un día montamos un desmadre-rave-romería con El Niño de Elche jugábamos a sacar a los bailarines de sus casillas recreando personajes de una romería en su punto más nocturno y desmadrado, distorsionando las voces; Fue muy divertido.
¿Cómo ha sido la colaboración con El Niño de Elche, precisamente?
La verdad es que con Paco ha sido muy especial, él es muy observador y muy abierto. Al principio no sabíamos muy bien qué iba a pasar, pero creo que nuestros universos físicos no estaban tan lejos. Yo siempre he utilizado la voz, el texto, el sonido en directo en todas mis piezas. Con El Niño de Elche trabajamos en el imaginario de las cavidades , cómo resonaba ahí la voz y cómo afectaba el movimiento a ese resonar. Conseguimos sacar una paleta de sonidos y gestos específica para ‘La Quijá’. Tenerle ahí y verle hacer es de otro mundo.
¿Qué aspectos de la interpretación de Blanca Tolsà y Alejandro Fuster destacaría en esta pieza?
Blanca y Alex son increíbles, pero quiero mencionar aquí a todo el elenco de bailarines de la pieza porque realmente ha sido un trabajo muy colectivo, podrían ser premiados todos. Son bailarines muy maduros, con muchas tablas ya pisadas, esto les permite llegar a lugares muy profundos en la manera en la que bailan. Además del virtuosismo del cuerpo y sus calidades de movimiento (que son increíbles), en ‘La Quijá’ hay también virtuosismo del estado, están como hechizados como si vinieran de hace siglos, es algo muy peculiar.
¿Qué proyectos tiene en mente para su compañía y para usted como coreógrafa y bailarina?
Ahora viene la gira de ‘La Quijá’; estaremos próximamente en Valencia y Madrid, en otoño por Cataluña y otras fechas que están por confirmarse. La próxima temporada trabajo en Alemania y Malta coreografiando para otras compañías, y pensando en proyectos futuros para 2027. Ojala pudiera llevar ‘La Quijá’ a Extremadura y abrir conexiones en casa, eso sería maravilloso.