A finales del año pasado vio la luz una nueva publicación de la Unión de Bibliófilos Taurinos. Es su autor Marcos García Ortiz. Y su título ‘La dinastía de los Valencia: grandeza y torería de la familia Roger’.
Como puede suponerse el hilo conductor del texto es la trayectoria profesional de los seis toreros apellidados Roger y que en los carteles se anunciaron Valencia. Mis recuerdos, por imperativo de la edad, se centran más en la figura de Victoriano Cuevas Roger y, a medida que leía el trabajo, algunos llegaban muy nítidos. Unido al de mi padre y, por encima de otros, emergía la faena al novillo ‘Carpeto’. Fue la tarde del 6 de julio de 1958; Victoriano Valencia compartió cartel con Luis Parra ‘Parrita’ y Andrés Hernando, que se presentaba en Madrid. Los novillos fueron portugueses, de Palha cuando aún se anunciaban a nombre de Francisco y Carlos Van-Zaller Palha.
La novillada dio buen juego, no mostró peligro, al menos no trascendió esa sensación a los que estuvimos en la plaza, tuvieron poder en el tercio de varas y en general llegaron algo aplomados al último tercio. Lidió Victoriano Valencia, en primer lugar, a ‘Carvacho’, número 3, negro como sus hermanos, y de condiciones para la lidia parecidas a las anotadas para el resto del encierro, pero acentuándose su condición de aplomado. En el quinto, ‘Carpeto’, número 35, negro, noble, bravo, con empuje, con emoción en las embestidas, al que debieron dar la vuelta al ruedo, todo cambió. Hacía tiempo que no había visto una faena como aquella y, por lo que se vivía a mí alrededor, mis compañeros de localidad sentían algo parecido.
No es fácil describir la faena técnicamente, ni importa, porque lo que cuenta fue la emoción vivida. Yo era demasiado bisoño para juzgarla, pero como testigo de la calidad apunto que mucho antes de entrar a matar ya se agitaban los pañuelos en los graderíos solicitando trofeos para el espada. Un torero al que, años después llamaron ‘el de las faenas memorables’. De no fallar con la espada es probable que se hubiera solicitado el rabo. Fue una locura colectiva para los que llenábamos la plaza, si bien es verdad que muchos lo hacían al reclamo de la ganadería que no lidiaba en Madrid desde 1941.
La crónica de El Ruedo decía: “La faena de muleta que el muchacho madrileño, y todo su toreo, ejecutó fue, indudablemente, la obra artística de un elegido. El público que probablemente no lo esperaba, se quedó absorto. ¿De dónde salía aquel torero que bordaba los pases, que llevaba y traía suavemente, elegantemente, valientemente, a uno de los toros más bravos, de mejor temple que hemos visto en la plaza de Las Ventas en lo que va de temporada? Victoriano Roger (sic), Valencia, apenas se separaba de la cara del toro sino para ordenar pausadamente las series de pases, templados, armoniosos, rematados con finura, con arte poco común. Toda la faena completa, reposada, torerísima. El toro de Palha había encontrado un torero, y del encuentro surgió la creación de uno de los espectáculos más bellos. Pocas veces en estos últimos tiempos habíamos visto graduar de manera tan perfecta el pase natural, y acabar los pases con la derecha, hondos y largos, con mayor precisión”.
El novillo se arrastró con las orejas, pero qué importaba ya. El torero tuvo que dar dos vueltas al ruedo envuelto en una verdadera aclamación. El verano del 58 fue el de la faena de Victoriano Valencia a ‘Carpeto’. Apunta el autor del libro que el novillo era biznieto de ‘Centelha’, la madre del toro ‘Ratón’, el de la memorable faena de Manolete en este mismo coso.
