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La palabra de menos, la palabra de más. Grada 175. Félix Pinero

La palabra de menos, la palabra de más. Grada 175. Félix Pinero
Foto: Pixabay. OpenClipart-Vectors (adaptación)
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Hubiéremos todos los hablantes, en algún momento, una palabra de menos y otra de más. Pues, ¿y las personas discapacitadas del habla: qué palabra de menos o de más tuvieren? En todo hablante normal hay siempre una palabra de menos y otra de más. Decimos lo que pensamos, pero nos falta una palabra; a veces, expresamos lo que no debiéramos decir: alguna palabra de más, que nos delata la verdadera intención.

Un proverbio árabe nos recuerda, y no aprendemos, que somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras. En ocasiones, nos precipitamos en decir todo lo que pensamos, cuando deberíamos dedicar un tiempo a pensar lo que decimos. Nuestros hechos, y no tanto nuestras palabras, nos definen. Alguien dijo de un político extremeño que “dice lo que piensa y piensa lo que dice”. Ni dueño ni esclavo.

Samuel Johnson, lexicógrafo inglés del XVIII, dijo en cierta ocasión que “es mejor permanecer callado y parecer tonto que abrir la boca y despejar la duda”; pero las palabras no son todo el lenguaje. Hubiere otro lenguaje no verbal, como el de los sordomudos: las actitudes, los tonos, el silencio mismo, la gesticulación… que son parte de la riqueza comunicativa. Necesitamos el silencio para pensar antes de hablar. La reflexión sopesa cada frase que saldrá de nuestra boca. Debemos buscar un equilibrio entre los silencios bien usados y las palabras bien empleadas. La palabra es más poderosa que la espada. La mayoría habla sin pensar y no son conscientes de lo que sucede cuando lo hace. Así, muchos acuden hoy a la hemeroteca para recordar a sus adversarios la esclavitud de sus palabras, entre la palabra de menos de ayer y la de más de hoy. Es donde más clara se observa la esclavitud de la palabra.

En un tiempo en que el silencio de los más prevalece sobre la palabra de menos de la mayoría, silente; en que el miedo al decir coarta la libertad de expresión y libre opinión, los discapacitados de la palabra hablan y escuchan mirándose a los ojos, espejo del alma, que nunca miente. Eran 30 al menos en una cena navideña. Nada se oyere más que el ronroneo gutural de los hablantes sin habla. Como los monjes cuando cantan, ya fuere en latín o castellano: guturizan los latines gregorianos de los salmos; no silabean las palabras y nada entendiéremos a no ser por los libretos que nos entregan; es música vocal a capella, sin acompañamiento musical, como en los estadios, ya fuere silábico, melismático o salmódico.

Entre la esclavitud y el amo de la palabra, las personas discapacitadas de la palabra ejemplifican con su habla quién es el dueño y el esclavo de la palabra. No lo fueren ellos que hablaren sin habla. Son quienes, en posesión del habla, no la utilizan cuando debieren o se explayan de más en lo que no les fuere conveniente decir; quienes utilizan una palabra de menos y otra de más y siembran la duda en sus oyentes que dejan de creer en su palabra.

Decía lo que escribía, pero se callaba lo que quisiere decir (la palabra de menos). Hablaba de más y se convirtiere en esclavo de sus palabras, aunque en situación no conveniente. Tarde, pero dueño al fin, y esclavo después.

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