Cuando estudiaba en Madrid en los años 80 las chicas de la Complutense pensaban que los alemanes éramos rubios, fieles y un poco aburridos. Alquilar un piso en Malasaña era fácil. La dueña sabía que éramos ricos y puntuales. Los padres de mi novia me hablaban de Claudia Schiffer, Oliver Kahn y del BMW E21.
Un paraíso, en comparación con la actualidad. Parecía que después de los nazis no habíamos cometido ningún otro crimen. Los demás sí: el Watergate, el caso Gürtel, el caso ELF…
Pero desde entonces nuestra imagen ha cambiado bastante. El presidente del Bayern de Múnich, Uli Hoeneß, estuvo en la cárcel porque no jugaba con la pelota sino con dinero. Las grandes empresas de coches como Audi, VW y BMW han manipulado la técnica de sus coches diésel en el ‘Dieselskandal’.
Claudia Schiffer participó en la serie más tonta de televisión, ‘Fashion Hero’. Y Alexander Gauland, del AFD, dijo que ningún alemán quiere al jugador Boateng como vecino (el padre de Boateng es de Ghana). Más tarde, la empresa de alquiler de vehículos de transporte Sixt lanzó el eslogan “Para todos los que tienen un ‘Gauland’ como vecino”.
Y un auténtico golpe a nuestra imagen ha sido la manipulación sistemática de balances de pagos electrónicos por parte de Wirecard, la marca más moderna de mi país durante años. Vaya fracaso. Por cierto, Wirecard se fundó cerca de BMW, en Aschheim, al lado de Múnich.
Solo para mi hija Marie, que tiene 8 años y adora a las figuras de juguete ‘Sam’, que son bomberos, el escándalo más grande soy yo mismo. Hace poco encendí un fuego con unas gotas de gasolina. Las llamas alcanzaron casi ocho metros de altura. Unos minutos después llegó un coche con sirenas y ocho bomberos. “¡Ay papá!”. Menos mal que tenía dos cajas frías de Múnich Helles para calmar a los ‘Sams’.
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