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Música y política. Grada 158. Pedro Monty

Música y política. Grada 158. Pedro Monty
‘Einstein on the beach: Knee play 1, Train’, de Philip Glass
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(Disonancia: palabra utilizada coloquialmente para expresar que no nos gustan las armonías o que los sonidos nos parecen demasiado desagradables).

La Convención de Ginebra declaró el uso de sonidos fuertes e intensos como una forma de tortura, y pocas personas optarían por escuchar música que provoque ansiedad. ¿O sí?

Hay veces que queremos escuchar música que desconcierte nuestras expectativas, o buscamos músicas que abran nuestra mente a nuevas posibilidades, con la sana intención de deshacernos de nuestra forma de pensar o escuchar, pensamientos que para nosotros ya están caducados.

La disonancia forma parte de la vida. Muchas cosas no siempre encajan armoniosamente en su sitio, y no siempre conseguimos lo que queremos cuando lo queremos. Aunque después de un día duro, en el mejor de los casos de trabajo, la mayoría de nosotros desea relajarse y, por supuesto, no escuchar música disonante.

Muchos compositores han buscado la disonancia en los diferentes contextos artísticos y estéticos de su época. Bach utilizó el cromatismo con disonancias que están fuera de la tonalidad. Mozart combinó elementos perfectamente armónicos con pasajes que reflejan la confusión de la vida. Y, aunque la música de Beethoven es tan increíble y bella, algunos de sus coetáneos describían su música como ‘estridente’ y ‘caótica’.

El tiempo comprendido entre las dos guerras mundiales ha sido el periodo con las composiciones más disonantes, respuesta a los duros acontecimientos de la época.

En muchos casos la disonancia de ayer es la consonancia de hoy, y la disonancia de hoy será la consonancia de mañana. Además, lo que es disonancia para unas personas puede ser éxtasis para otras.

En cualquier caso, cuanto más amplia sea nuestra experiencia auditiva, más tolerantes nos volveremos ante las disonancias. Igual que ocurre con el arte contemporáneo, la música puede no ser agradable, pero puede aportar algo nuevo al discurso que mantenemos con el mundo que nos rodea.

Y como todo, es una cuestión de grados. Una composición que tenga solo unos detalles disonantes, algunos acordes o armonías ‘chirriantes’, puede llegar a agradarnos. En cambio, si abundan esos detalles puede quedarnos vacíos.
Hay muchas personas que disfrutan con la música disonante o atonal, porque les proporciona un gran placer intelectual; reconozco que yo no soy una de ellas, aunque seguiré escuchándola.

La música compuesta con el intelecto puede ser interesante, pero en raras ocasiones es genial. La cosa cambia cuando la esencia sale del corazón. No debemos olvidar que lo más importante en la música, y en la vida, es ser capaz de emocionarse y satisfacer nuestras necesidades humanas, con las consonancias y disonancias, de belleza, vitalidad y afirmación, en busca de una armonía interior que quizá tengamos enterrada y nos gustaría redescubrir en este periodo de postpandemia.

Discografía recomendada
‘Noche transfigurada’, de Schoenberg

Cuarteto de cuerda número 8, de Shostakovich

‘1+1 /Knee + Train’, de Philip Glass

Pedro Monty

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