El pasado, ya ido, se preguntaba qué nos traería el nuevo año. Tanto vivido, tantos conocidos que ya no veremos; reconocidos sin conocer; conocidos sin vernos, tan cerca y tan lejos. La vida tan bella, tan monótona para unos, tan ilusionante para otros; para algunos, la rutina de cada día, esperando sin confiar en nada; otros hubiere que confían en demasía en quienes nada pudieren darle: la confianza ciega, el despertar abierto hacia un nuevo túnel del tiempo que se abre ante nosotros como una interrogante despejada hasta el final…
Campanas y cohetería de Nochevieja, preludio de buenos deseos que se abren con los primeros sueños. Al fin pudimos salir, vivimos la calle, tornamos a ella para ver pronto a los Reyes… Qué nos traerán cuando nada necesitamos, más que la fe, la esperanza y la caridad con quienes nada poseen. Qué es la fe sin las otras dos virtudes teologales; sin las cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Quizá fueren esas y no otras las que pedimos y solicitamos para nuestros gobernantes.
Qué decir de nuestros pequeños y mayores vulnerables, a quienes desde aquí nos dirigimos cada mes; contamos sus triunfos, avances e ilusiones. Poco a poco, piedra a piedra, vamos construyendo la casa que necesitan, nuestra propia casa, también la suya, para que sean felices en su caparazón de discapacidad, que les hace felices con cualquier cosa, y tantas aún necesitaren. Hablamos de sus pequeños deseos, los de sus padres, que a veces claman en el desierto; de la solidaridad por bandera que aúna tantas voluntades; de las llamadas que nos invitan a compartir nuestra sonrisa con quienes la esperan.
La Navidad es para mayores y pequeños; el nuevo año, más para los niños. Ellos esperan ilusionados, más que nadie, los regalos de los Reyes antes de volver al colegio. Nadie se pierde su cabalgata; todos alargan sus brazos para recibir un regalo. Algunos que nada tienen, con poco se conforman; otros, que nada esperaren, dan las gracias con su sonrisa.
Crecen los niños con el nuevo año, mientras envejecen sus progenitores. Aquellos cuentan los días para un nuevo deseo: las vacaciones; los últimos en vivir los días rodeados de su descendencia. Hay otros, empero, en quienes apenas pensamos, que necesitan más que otros vivir sus días, como aquellos que todo lo hubieren. Las personas con discapacidad, que sueñan sin que sus sueños puedan hacerse realidad; aquellas a quienes les sobran las barreras físicas que les mantienen encerrados; sin residencias en las que vivir confortables y atendidas; sin personal especializado que atienda sus necesidades especiales… Todo lo esperan estos niños del nuevo año, sin que quizá solo los suyos puedan atenderles.
La fe, la esperanza y la caridad comienza por ellos y para ellos. Si no hubieren luz, quién la hubiere por ellos; si no tenemos esperanza, cómo abrigarla los vulnerables; si no practicamos la caridad, quién se acordará de nosotros cuando la necesitemos.