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Peñas sacras de Extremadura. El altar rupestre de Lácara. Grada 176. Julio Esteban Ortega

Peñas sacras de Extremadura. El altar rupestre de Lácara. Grada 176. Julio Esteban Ortega
Foto: Cedida
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Uno de los lugares más emblemáticos de la Prehistoria extremeña es, sin duda ninguna, el conjunto megalítico del Prado de Lácara, en la localidad de La Nava de Santiago, cerca de Mérida, cuyo monumento más famoso es el mundialmente conocido dolmen de Lácara, declarado Monumento Nacional en 1931.

Pero no vamos a tratar aquí de este sepulcro de corredor, sino de otro enigmático monumento que se haya en sus proximidades. Me refiero al altar rupestre que se encuentra en la dehesa del Millarón, ya en el término de Mérida, a escasos 200 metros del mencionado dolmen.

Se trata de un gran bolo de granito situado en una suave vaguada que baja hacia la rivera de Lácara. De forma hemisférica, mide unos siete metros de altura y de 12 a 14 metros de diámetro; se accede a la cima por una escalinata tallada en la roca formada por 31 entalles u oquedades de forma ovalada, a modo de peldaños, que suben hacia el suroeste. En la parte superior se observa una cubeta natural en forma de lágrima con un canal de desagüe artificial. Arriba, en el centro de la roca, hay una protuberancia en forma de onfálica que acentúa su carácter simbólico.

Vicente Barrantes recoge un manuscrito de 1798 de un ilustrado párroco de Casar de Cáceres, Gregorio Sánchez de Dios, que dice de él: “inmenso monolito con escalones abiertos en la peña, por donde aún trepan los curiosos para observar en la superficie del peñasco la abertura donde se colocaba la víctima, con su caño para dar salida a la sangre, todo tosquísimo y primordial, como labrados con instrumentos de piedra”.

No está nada claro el significado, la función y cronología de esta enigmática roca. Pudiera ser, efectivamente, un altar de sacrificios en cuya cubeta superior se llevarían a cabo los rituales de agua y sangre que acompañaban al sacrificio de las víctimas. Sin embargo, su posición central en un campo de dólmenes ha llevado a algunos investigadores a considerar una función toponomástica o, incluso, una relación con el mundo de los antepasados mitificados allí enterrados.

En cuanto a su cronología, parece corresponder a un momento posterior a los monumentos megalíticos cercanos y podría fecharse en la Edad del Bronce, aunque muchas de estas tradiciones en torno a las peñas, hoy perdidas, han podido documentarse hasta en el siglo XX. Así, en época prerromana las fuentes grecolatinas documentan cómo los pueblos peninsulares, entre ellos vetones y lusitanos, seguían utilizando grandes peñas naturales como altares para sus sacrificios. Estas grandes rocas, por lo general, solían tener cubetas naturales para quemar las vísceras de los animales, así como cazoletas y canalillos para verter la sangre y otros líquidos.

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