Anuncia Maján
Había sido un verano más o menos tranquilo, aunque muy caluroso, más que ningún otro que yo recordase. Volvíamos de la playa, con uno de esos farragosos trayectos en tren que ‘padecemos’ los extremeños, y más cuando usamos silla de ruedas eléctrica y no disponemos de vehículo propio.
Al montar en el tren AVLO, que cuenta con un reducido espacio para ubicarnos, encontré a una chica con una silla de mayores dimensiones que la mía. La utilizaba Noor, una adolescente con parálisis cerebral, con mucha espasticidad. Mientras me colocaba, comenzó a chillar y gesticular de manera evidente, como si no quisiera compartir el espacio conmigo. Entonces se acercó su madre, Aisha. Una joven mujer musulmana, madre de seis hijos.
Confieso que pensé que el viaje no iba a ser cómodo. Me equivoqué, y lo reconozco. Aisha se colocó entre ambas sillas y Noor empezó a calmarse. Tímidamente empezamos a conversar, creyendo que no nos entenderíamos por mi forma de hablar y su conocimiento del castellano. Pero nada más lejos de la realidad. Era la primera vez que yo hablaba con una mujer aparentemente tan diferente a mí y, sin embargo, ocurrió algo ‘mágico’, se creó una gran empatía y nos entendimos desde la primera frase.
Yo preguntaba y ella respondía contándome cosas de su vida en Alemania como emigrante marroquí, y lo fácil que le resultó adaptarse a un país tan diferente al suyo. Cómo la habían acogido y facilitado la estancia y la integración, enseñándole el idioma y la cultura para poder realizar estudios de Enfermería. Habla alemán, castellano, italiano y árabe. Realmente me fascinó. A su vez, yo respondía a sus preguntas contándole circunstancias de mi vida: mi edad, mi familia, que estoy casada, que dirijo una revista, que tengo una vida bastante normalizada, etc.
Ante esto, vi cómo parecía comparar el futuro de su hija con el mío, cuán diferentes podrían ser. Ella y sus hijos volvían de Antequera, de pasar parte del verano con su familia de España. Nosotros de Fuengirola, donde pasamos las vacaciones disfrutando de un puesto de ayuda al baño de los mejores que hemos conocido. Así sí hay igualdad. Un lugar donde nadie es más que nadie, donde solo vamos a disfrutar, sin dar explicaciones. Donde los socorristas y los bañistas somos iguales y donde el pequeño Ángel nos alegra con sus juegos y preguntas, con su mirada infantil limpia de prejuicios, realmente cargada de normalidad.

Aisha me cuenta que con sus estudios de Enfermería ya tiene trabajo asegurado cuando obtenga el título. Su concepto de familia es muy diferente al nuestro. Su hija Noor está perfectamente cuidada e integrada en el núcleo familiar. Toda la familia la ayuda y asiste. No quiere ver a su hija en un centro asistencial, al menos de momento. Noor es la segunda de sus hijos, una más de la familia. Aisha es una mujer de su tiempo, a pesar de las ideas preconcebidas que tenemos de la mujer musulmana.
Casi llegando a Puertollano, donde nos separábamos, Aisha me preguntó si me podía hacer un regalo, y con todo el cariño me puso en la muñeca una pulsera con ‘la mano de Fátima’, un símbolo de protección, en el norte de África, que atrae la buena suerte y protege a quien la lleva.
Al despedirnos me sentí muy afortunada por haberlas conocido y poder reflexionar sobre los prejuicios que, a veces, siguen instalados en la conciencia colectiva. Quedé abstraída mucho tiempo, pensando en lo injusto que es estigmatizar a las personas por sus circunstancias personales, ignorando en demasiadas ocasiones su valor intrínseco como ser humano. También de la suerte que tengo yo, y de este viaje, que me ha permitido conocer nuevas realidades.
¡Pilas recargadas! ¡Empezamos de nuevo!
