Dejamos atrás el letargo invernal y, aunque la mayoría de personas se sienten bien con una mayor exposición a la luz solar, otras no reaccionan de la misma forma a esta estación en la que todo renace.
Los días son más largos para disfrutar y salir más al aire libre, aumentan las temperaturas, la naturaleza muestra bellos paisajes, explosión de color, vigor y hermosura en los nuevos brotes.
Resulta difícil emparejar estos datos con la astenia primaveral, (la palabra astenia viene del griego ‘a’, sin, y ‘sthenos’, fuerza) utilizada para designar la fatiga tanto física como mental y que engloba un conjunto de síntomas caracterizados por fatiga, cansancio, alteraciones del sueño, somnolencia durante el día, irritabilidad, tristeza, ansiedad, pérdida de apetito y dolores musculares. Aunque no hay estudios científicos que avalen la existencia de este síndrome, lo cierto es que muchas personas sufren la llegada de la primavera.
La luz y los horarios están relacionados con la segregación de melatonina, una hormona producida por la glándula pineal, la cual produce el ritmo diario de sueño-vigilia. Cuando se aumentan las horas de exposición al sol y se modifica el horario, la glándula pineal tiene que ajustar progresivamente los niveles de melatonina.
Si eres propenso a sentir estos síntomas en la antesala al verano procura llenarte de paciencia, esperanza y aceptación. Piensa que es algo temporal y que, como máximo, dura un par de semanas. Para hacerlo más llevadero intenta disfrutar de las frutas y verduras de temporada, que nos aportan las vitaminas y minerales adecuados, buena higiene del sueño, y aumenta el consumo de líquidos y el ejercicio físico.
Tras un proceso adaptativo, que dependerá de la sensibilidad de cada individuo, el organismo se reprogramará a la luz y al cambio horario y la vida volverá a la normalidad. Pasada la tempestad física y mental, las personas que lo sufren llegarán a sentirse mucho mejor, ya que el verano estimula la liberación de endorfinas.