La Virgen de Guadalupe, proclamada patrona de Extremadura en el año 1907 por el Papa Pío X, pertenece, desde hace la friolera de 800 años justos, a la Archidiócesis de Toledo. Un tema espinoso en la región extremeña, aunque son pocos los que lo abordan, entre otros motivos porque el estamento eclesiástico, y algún otro, se muestran bastante remisos a que se divulgue tamaña realidad. Ignoramos por qué motivo, causa o razón. También porque buena parte del paisanaje desconoce tal circunstancia, único caso de una Patrona de una Comunidad Autónoma que se ubica en otra demarcación geográfica regional diferente a la de la Patrona.
Hace poco más de un mes tratamos este asunto en diferentes medios, en la conmemoración del Día de Extremadura, 8 de septiembre, que coincide, no casualmente, sino todo lo contrario, con la festividad de la Virgen de Guadalupe. De este modo la bella y típica localidad cacereña, asentada en la serranía de las Villuercas, en la que el conjunto conformado por el monasterio y la basílica son Patrimonio de la Humanidad, se ha convertido, desde hace muchos años, en foco de fe y peregrinación, de espiritualidad, con la asistencia en una riada permanente de numerosos devotos, extremeños y visitantes. Lo que demuestra la ‘extremeñidad’ de la Virgen de Guadalupe. Sí, pero el municipio, paradójicamente, pertenece, aún, junto a otros 30 pueblos de las provincias Cáceres y Badajoz, a la diócesis de Toledo, y no, como debiera de ser, a una de las tres que conforman la Provincia Eclesiástica de Extremadura.
Un caso insólito, injusto, del que escribimos con quejas y razonamientos hace tiempo, tratando de expresar un sentimiento desde el criterio moral y lógico. ¿Entenderían los catalanes, con harta paciencia y resignación tal cual la extremeña, que la Virgen de Montserrat se ubicara, por ejemplo, en la Comunidad aragonesa? ¿Comprenderían los vascos, con harta paciencia y resignación tal cual la extremeña, que para girar una visita a la Virgen de Aránzazu tuvieran que viajar hasta Castilla y León?
Pero, lamentablemente, la Virgen de Guadalupe ha topado con la iglesia y con la iglesia hemos topado, como dictara el hidalgo caballero don Alonso Quijano ante Sancho Panza. Porque el asunto referenciado apenas si se menciona por parte alguna, ni apenas facilita titulares en los medios de comunicación, ni demasiados movimientos más allá de la inquietud de algunos esforzados luchadores. Porque los impedimentos para ello son severos. Tal vez como forma de olvidar los asuntos.
Probablemente el tema de la ubicación de la Virgen de Guadalupe en la geografía de la diócesis toledana, tampoco se revise en mucho tiempo. Ahí queda la duda.
Y si alguien saca a colación el debate, como es el caso presente, puede que alguna eminencia religiosa, si es que hay suerte y disposición para ello, responda alguna palabra al respecto. Aunque, eso sí, procurando que no se entienda. O, directamente, manifestándose contrario a la reivindicación (insistimos, justa de todo punto) como solía hacer, con carencia de diplomacia, el anterior arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez Plaza, al considerar tal demanda como un tema político y nacionalista. Lo que dijo sin ruborizarse lo más mínimo, careciendo del conocimiento de la dignidad y prudencia histórica de los extremeños, ante una deuda de tanta magnitud como la que mantiene la iglesia con Extremadura.
Pero los extremeños tenemos derecho a reivindicar el extremeñismo histórico de la Virgen de Guadalupe más allá de aquel proceso, que arranca en la lejana fecha de 1222. Cuando el ambicioso arzobispo toledano Rodrigo Jiménez de Rada, militar guerrero, historiador e intelectual, además de su rango eclesiástico, adquirió al caballero Alfonso Téllez de Meneses, lo que habría de conocerse como los Montes de Toledo, una vez que el terreno había sido conquistado y arrebatado a los musulmanes, por un montante de ocho mil morabetinos y mil cahices de trigo y cebada, que tampoco conformaban ninguna fortuna.
De este modo Rodrigo Jiménez de Rada incorporaba un buen espacio a la diócesis toledana, expandiendo su poder en todos los campos propios de su aguerrida estrategia y perspectiva de crecimiento de su diócesis que haría llegar hasta Valencia en sus buenos tiempos. Si bien la compra de los terrenos extremeños no fue por un motivo estrictamente eclesiástico. Sino de un desmedido interés personal, por encima de la diócesis toledana.
De tal forma, sin embargo, que hoy, 31 municipios de Cáceres y Badajoz, con el de Guadalupe a la cabeza, pertenecen de una forma tan anacrónica como injusta a la geografía administrativa, eclesiástica y económica de la Archidiócesis de Toledo. Desde aquel entonces pareciera que no ha habido forma de corregir esa ilógica atipicidad, con ocho siglos al medio, que se dice pronto, porque desde la esfera vaticana no se quiso a lo largo de casi todo ese período, y desde el ámbito estatal español, en su momento y no hace demasiado tiempo, se imposibilitó.
Un tema que hoy, tantos años después, se substancia de un modo doloroso e injusto en Extremadura. Porque al extremeño no se le escucha en esos centros de poder devocional. Perdón, eclesiástico.
Así las cosas se han llevado a cabo significativos esfuerzos. Incluso por parte de la asociación cívica ‘Guadalupex’, nacida a los efectos, al grito de “Guadalupe, extremeña ya”, puesto que el cansancio de la desatención, insolidaridad e inmovilidad vaticana y política de altos vuelos clama al cielo. Algunos, pues, tal como dejamos constancia, no quieren escuchar esa voz reivindicativa que nace en las entrañas del pueblo extremeño.
Una demanda de numerosos extremeños, la de la necesidad de la ubicación de la Patrona de Extremadura en una diócesis de la Comunidad, que han solicitado, asimismo, entre otros muchos, los tres presidentes autonómicos de la reciente historia: Juan Carlos Rodríguez Ibarra, José Antonio Monago y Guillermo Fernández Vara.
Situación que sorprende aún más por cuanto hace ya cuatro años, 2018, que el actual jefe del ejecutivo extremeño viajó de forma expresa hasta El Vaticano, solicitando la integración de Guadalupe en la provincia eclesiástica de Extremadura. Un tiempo de audiencia, cinco minutos, cinco, cuentan las crónicas, en el que Fernández Vara, en nombre de la región, procedió a entregar un completo dossier a Francisco I, exponiendo sus criterios hasta donde pudo en esa audiencia brevísima de toda brevedad, de apenas un saludo. Salvo error, desde las instancias vaticanas aún se continúa sin responder, con un mutismo nada ejemplar, donde parece que todo queda sumido y sometido al silencio. Y del silencio al olvido. Esto es, lo de tantas veces, vaya, con Extremadura.
Total, ¡Para qué querrán los extremeños que la Virgen de Guadalupe pertenezca a una diócesis regional!
Lo que resulta imposible de entender en determinados sectores extremeños que reivindican que la Virgen de Guadalupe se ubique, por sentido común, en la geografía regional. Lo que hoy por hoy, analizando la causa original, con ochocientos años de antigüedad, que derivó en este debate, no hay forma de comprender.
Lo que duele, y mucho, por culpa de esos malditos y misteriosos enigmas, cuya injusticia nadie, absolutamente nadie, ha querido solventar desde la sensibilidad y coherencia de y con la razón en los argumentos extremeños.
Un asunto que, tal vez, sea cuestión de archivo documental sin mayor importancia en El Vaticano, pero de consistencia en Extremadura, donde, hoy, siguen creciendo los que consideran que el asunto debe de resolverse prontamente, limando asperezas, recelos y dudas por parte de otros.
De este modo consideramos que se debiera de corregir tamaño anacronismo y reconducir a Guadalupe, eclesiásticamente, a Extremadura. Lo que no debiera de resultar demasiado complicado, salvo esa serie de cuestiones en las que muchos piensan, como la clave para solventar debidamente un asunto tan relevante y significativo en y para Extremadura.
Resulta evidente que se trata de una situación inadmisible, ante la que, al parecer, nadie dispone de capacidad para lograr, por justicia y dignidad, que Guadalupe, capital religiosa de la región, pertenezca a una diócesis de la región, ajustándose a un sentimiento histórico, geográfico y ‘extremeñista’.
Las razones de ese inmovilismo y silencio español y vaticano, vaticano y español, y otros altos estamentos, son y permanecen tan ocultas, que, como siempre, el cansancio de tanta petición de que se haga justicia con este caso, lo más probable es que continúe, nunca mejor dicho, por los siglos de los siglos. Lo que no nos parece acertado ni moral, mientras el articulista se sonroja al tener que escribir y dejar constancia de estas líneas, con una reivindicación que cuenta con el apoyo de obispos, sacerdotes, intelectuales, escritores, historiadores… Pero siempre queda la esperanza. Aunque diferente es que las cosas de palacio vayan despacio y, otra, el silencio absoluto y hasta el olvido voluntario de quienes teniendo la responsabilidad de reconducir del mejor modo posible asuntos de estas características callen. ¿Pero es no que se está aislando del debate un tema de extraordinaria relevancia como es el de la capital religiosa de Extremadura, rodeado de una extraordinaria simbología histórica en España y en América?
¿Por qué? ¿Porque, como señalan algunos detractores, el mapa eclesiástico es anterior y no se corresponde con el de la geografía política de hoy, 2022? ¿Por qué la división provincial española se produjo en 1833? ¿Porque existen otros intereses en el enigma? ¿O es que hay que acatar de por vida unos conceptos añejos, anquilosados y arcaicos de ocho siglos atrás?
Una situación adormecida, que hoy, sin embargo, continúa imperando en la realidad de Extremadura. A pesar de las quejas de parte del pueblo extremeño. Porque ya se han encargado altos cargos de la iglesia y del estado que no se divulgue un tema que hoy, tantos años después, que se substancia de modo doloroso en Extremadura, al tiempo que también somos muchos los que esgrimimos los argumentos y reclamamos desde hace años la razón, la necesidad y la lógica de que Guadalupe pertenezca, eclesiásticamente, a la Comunidad Autónoma de Extremadura. Aunque mucho nos tememos que el asunto siga aislándose entre las férreas puertas de los poderes señalados. Como año tras año se viene demostrando para sonrojo de algunos.
Lo que resulta sorprendente por la carencia de sensibilidad en ese mundo intramuros del Vaticano, donde solo se mueven y remueven los papeles, documentos y decisiones que se estima oportuna por parte de la cúpula rectora. Es decir, Francisco I abajo, que, de este modo, está sometiendo a Extremadura, a un innecesario retraso, desde la sinrazón y carencia legal de argumentos, para que la patrona de la Comunidad Autónoma se ubique definitivamente, desde una justa óptica, en la provincia eclesiástica extremeña. Si el Papa persistiera en ese trasvase, insistimos, tan de justicia, ay, algunos políticos de alto rango, de esos que actúan en silencio y por la espalda, callarían para siempre.
¡Cuán importante se hace, no ya solo para los demandantes, sino para la verdad de la propia iglesia que se resuelva este tema en el corazón guadalupano, sede, insistimos, de la Capital Religiosa de Extremadura, como cabeza visible del mapa eclesial extremeño.
El 8 de septiembre, Día de Extremadura, en la localidad de Guadalupe, miles de paisanos volvieron a ponerse ante la Morenita de las Villuercas soltando sus preces y rogativas en tierra extremeña, como es lejana tradición. Preces y rogativas que, sin embargo, se expandían por tierras eclesiásticas toledanas, sin que, probablemente, los fieles y devotos supieran de una situación tan contradictoria.
Por cuanto hemos de señalar, desde el mayor respeto, pero con la fuerza de la realidad, con la mano en el alma, que el pueblo extremeño deposita ahora sus esperanzas en la sensibilidad del actual Arzobispo de Toledo y primado de España, Francisco Cerro Chaves, notorio intelectual, doctor en Teología Espiritual y en Teología Consagrada, natural de la localidad cacereña de Malpartida de Cáceres, que siempre se mostró partidario de devolver Guadalupe a Extremadura, como cuando fue nombrado en 2019 para el cargo que desempeña al señalar que “todos los obispos extremeños han defendido la pertenencia de Guadalupe a alguna de las diócesis de la Provincia Eclesiástica de Extremadura”.
A lo que hemos de añadir que a finales de los años setenta se firmó el acuerdo de España con El Vaticano por el que se apuntaba que el ámbito territorial de la iglesia española debe de adecuarse al conformado por la división provincial del Estado y “ajustar las circunscripciones eclesiásticas a las divisiones civiles”. La pregunta, claro, surge inmediatamente: “Para cuándo?”.
Del mismo modo que la Asamblea de Extremadura aprobó un manifiesto, en febrero de 2010, en el que sobresale “el convencimiento de que Guadalupe se identifique además de por su carácter religioso, por su relevancia histórica y cultural para el pueblo extremeño” y “a favor de “una jurisdicción eclesiástica con sede en nuestro territorio. Por la devoción de muchos, el fervor de otros y sobre todo por ser considerado como símbolo identitario que nos refuerza y une como pueblo”.
Al tiempo reflejamos aquel otro mensaje que ya plasmara Antonio Montero Moreno, que fuera arzobispo de Mérida-Badajoz, recientemente fallecido, Medalla de Oro de Extremadura, miembro electo de la Real Academia Extremeña de las Letras y las Artes, al señalar que “existe un profundo deseo de que Guadalupe pertenezca a la iglesia extremeña”; o la del actual arzobispo, Celso Morga Iruzubieta, subrayando que “siendo la patrona de Extremadura me parece lógico que Guadalupe dependiera eclesiásticamente de una diócesis extremeña”.
Voces, razones y criterios a los que unimos los nuestros en el deseo de subsanar tamaña herida en el alma de Extremadura, con una reivindicación de fe y esperanza, de sensibilidad histórica, social y religiosa. Todo un anacronismo convertido en hiriente injusticia regional. Y aunque doctores tenga la Santa Madre Iglesia lamentablemente, salvo error, el Día de Extremadura del próximo 2023, la situación, en la festividad de la Virgen de Guadalupe, seguirá siendo la misma de hoy.
¿Por qué tanto empeño en demostrar lo contrario y tratar de olvidar el extremeñismo de la Virgen de Guadalupe, Patrona de la región?
Hagamos votos, pues, para que no sea así, aunque algunos llevarán en el pecado la penitencia.